Otro día hablaremos del primer black metal escandinavo, esa minúscula escena underground de principios de los noventa que se saldó con decenas de iglesias calcinadas, un suicidio, tres asesinatos y la condena más larga de la historia penitenciaria de Noruega. Hoy nos interesan los padres de la criatura: el grupo de Newcastle Venom, cuyo segundo álbum acuñó el término Black Metal (1982).
En retrospectiva, no podemos clasificar este disco sino de thrash metal. Un thrash llevado al paroxismo, lo que tiene su mérito, dado que en el momento de su lanzamiento ninguno de los “cuatro grandes” del género —Metallica, Megadeth, Anthrax y Slayer— había debutado discográficamente. Si los riffs y las melodías vocales se deben al rock duro de la década anterior, el desgarro de las voces y la contundencia de las cuerdas colocan a Venom en primera fila de la ofensiva thrashera —tras un debut que les salió por la culata. Se ha dicho que aquel mismo 1982 la banda Stress inventaba el thrash metal y el metal brasileño a la vez; mucho más extremo, y menos deudor de New Wave of British Heavy Metal, suena hoy el álbum de los ingleses.
Venom combinaron con prisas y a lo loco ciertos ingredientes clarividentes, como el sonido intencionadamente primario, las temáticas luciferinas, la estética en blanco y negro, el uso de efectos pirotécnicos en el escenario y la adopción de pseudónimos tétricos por parte de los integrantes (inspirada aparentemente por los Sex Pistols). La receta inspiró a centenares de oídos deseosos de saturación, y aún es imitada en ese mundillo que, a falta de un término mejor, llamamos “metal extremo”.
Sin embargo, un vistazo sumario al tracklist de Black Metal revela que, más que a una iglesia satánica, lo suyo se parece a una productora de cine de terror, como la legendaria Hammer: “Buried Alive”, “Raise the Dead”, “Don’t Burn the Witch” o un homenaje a la asesina en serie húngara Elizabeth Báthory (1560–1614), que daría nombre a otra de las bandas pioneras del black metal. Como buena productora de serie B, incluso hacen sus pinitos en el mundo del porno softcore (“Teacher’s Pet”). En Venom, la fidelidad a lo abracadabrante es tan alta como baja la fidelidad de los aparatos de grabación. En este sentido, la diferencia con unos Iron Maiden es solamente de énfasis.
¿Qué movía a Venom a cultivar los temas macabros y demoníacos? Según sus críticos, las carencias técnicas de los intérpretes los forzaban a destacar por el palo de la provocación: una maniobra frecuente en plena época punk, si no la que dio origen al estilo. El vocalista Conrad Lant, alias Cronos, prefiere entenderlo como una cuestión de especialización: Somos entertainers, y usábamos temas como el satanismo y el paganismo para entretener a la gente, como hacen las películas de terror. Para él, el rock es entertainment, y además niega ser aficionado, como querría la prensa, a bailar en torno a una hoguera con vírgenes. Sí reconoce haber acuñado varios géneros: no sólo el término black metal, sino power metal, thrash metal, speed metal o death metal, porque su música era todo menos heavy metal.
Venom resulta ser, así, un grupo británico de libro. Satanistas de estudio, con pausa para el té. Extremistas del estilo que juegan a introducir un blues en medio de la avalancha sónica (“Teacher’s Pet”). Maestros de un sarcasmo que pudo pasar desapercibido a ciertos “cabezas metálicas” de la Europa continental… Decía Euronymous de Mayhem, por ejemplo, en una entrevista de 1993: Elegimos creer que Venom y Bathory eran malvados, porque es imposible hacer una música tan malvada sin ser malvado uno mismo. (Varg Vikernes, por supuesto, piensa diferente.)
Luis Racionero, en su inolvidable El Mediterráneo y los bárbaros del Norte (1985), teorizó que el inglés es el único pueblo del norte de Europa que practica la ironía de modo natural. Cuando les llegó la combativa y utopista psicodelia norteamericana, allá por los sesenta, los ingleses la convirtieron en un género lúdico y pastoril, casi reaccionario. Cuando en los ochenta les dio por oscurecer el metal, alcanzaron un alto nivel de extremismo igualmente cosmético. Un buen inglés no puede ser bárbaro, pero sabe actuar como ninguno. Aunque todo fuera una mascarada, es difícil no concluir que, comparado con el futuro black metal, Venom alcanzó el más alto grado de extremismo que se puede obtener en la música sin necesidad de matar a nadie.
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