Algo huele a podrido en China. Ya nos avisaba de ello Jia Zhangke con su colérica Un toque de violencia: China se ha convertido en un país de ciudadanos mancillados transformados en esclavos; modelo que los dirigentes del resto del mundo parecen haber tomado como ideal a emular. Black Coal incide (de manera más sutil) en esa radiografía pesimista de la nación asiática.
La vida lo ensucia todo. Bien se reciba un balazo durante un arresto en apariencia rutinario, bien se sobrelleve una lesión sentimental, ambas experiencias acarrean heridas imposibles de cicatrizar. Los protagonistas de Black Coal son seres malheridos, moribundos, para quienes continuar viviendo constituye la más lacerante condena a perpetuidad (cual herederos de Sísifo); individuos que se han visto obligados a luchar y a defenderse de todo (y de todos), aunque sea lastimando a sus semejantes.
Es el signo de los tiempos: deshumanización (la frialdad de los espacios, recurrentemente nevados) y crudeza contextual (la China de principios del milenio, antesala de la presente situación político-económico-social mundial) que obligan a los personajes a sacrificar todo con tal de conservar la propia vida. Historias particulares que, no obstante, representan el sino fatídico al que la humanidad al completo se ha visto abocada.
Reflejo del estado de la cuestión moral de toda sociedad contemporánea, Black Coal maneja con precisión los códigos genéricos del cine negro (descubrimiento de cadáver como detonante de la acción dramática, arquetipo del antihéroe como protagonista, singular femme fatal), prestando una capital atención a los espacios en los que se desarrolla la diégesis, como exigen los cánones del género: si bien lugares agónicos y generalmente sombríos, no es infrecuente que acciones y/o personajes contextuales irrumpan en el fluir de la narración y posibiliten un descentramiento de la mirada al desviar la atención de cineasta y espectadores respecto de la trama principal para atraer su interés hacia aquello que la circunda.
En su tercer largometraje, Diao Yinan demuestra ser capaz de erigir la narración sobre un fino equilibrio capaz de deslizarse desde elementos marcadamente melodramáticos (una vigorosa melancolía) hacia otros que bordean la comicidad del absurdo. Dotada de una perspicaz puesta en escena (el inopinado tiroteo filmado en plano fijo constituye uno de los más brillantes momentos con que nos ha regalado el cine en los últimos meses), Black Coal proyecta el imaginario de un género hipercodificado como el cine negro sobre una descarnada exploración anímica y psicológica de la condición humana. Un diamante de gran cine inteligentemente pulido.
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