La Competición de la Berlinale continúa con algunas buenas sorpresas sin mayores pretensiones, como Ixcanul y Victoria, pero también con la decepción, anunciada para muchos, de Knight of Cups de Terrence Malick.
Perdimos a Terrence. Lo que parecía inevitable acabó de confirmarse en la Berlinale. Lo perdimos en la espuma de las olas rompiendo en la playa, por donde sus personajes flotan, gráciles, gozando de la naturaleza y reflexionando sobre su futilidad frente al vasto horizonte. Lo perdimos en el viento que sopla sensualmente sobre fragmentos de cuerpos de mujeres hipersexualizadas en el asiento del pasajero (jamás en el lugar del conductor) de un convertible rodando por la carretera. Lo perdimos en el comercial de marca de lujo en que empezó a transformarse su estética con To the Wonder y siguió, con insistencia y repetición, en su nueva Knight of Cups, con la cámara de Emmanuel Lubezki en permanente movimiento, sublimando una belleza exterior femenina según los cánones más convencionales, siempre vestida como para subir a una pasarela. Es, por supuesto, una denuncia: la vida de los ricos occidentales pareciera una permanente sesión de fotos de moda de mujeres-accesorio que avanzan por la vida a saltitos y giros.
Terrence Malick se nos fue. Ya no está en este mundo, sino en el espacio exterior, mirando con perspectiva divina la pequeñez de la Tierra, o bajo el agua, ya sea en una lujosa piscina privada, cubierto de algas en el mar o en un enorme acuario. Pero nos sigue buscando, a nosotros los pobres mortales. Nos busca con su mirada paternalista hacia los pobres, los abandonados de la calle, mientras se busca a sí mismo y al sentido de su vida en los niños, como recuerdo de su propio comienzo o proyección de un futuro.
El genio invisible, creador de cuatro obras maestras en 32 años, regresó hace unos años para buscar con una cámara una respuesta a sus aflicciones existenciales. En la Berlinale, Knight of Cups confirma que el desvarío iniciado con la desconcertante pero todavía cautivadora The Tree of Life fue el inicio de una fuga mística que de tan pretenciosa no puede resultar sino vana. Preguntarle en una película a Dios el sentido de la existencia en voz alta difícilmente atraerá una respuesta. Hacer lo mismo en tres películas no sirve de mucho más, como tampoco ayuda la acumulación de sacerdotes y pastores cristianos dispensando consejos misericordiosos.
Algunos ya lo habían sentenciado tras The Tree of Life, y muchos ya se resignaron con To the Wonder. La reiteración de motivos, gestos y movimientos de Knight of Cups, sacados directamente de sus films anteriores, selló un triste destino para el cine de un gran maestro: convertirse en cliché de sí mismo.
En los primeros días de la Berlinale no son los grandes nombres sino las miradas frescas y sin pretensiones las que han generado más gratas sorpresas, como Ixcanul, largometraje debut del guatemalteco Jayro Bustamante, que mira frontalmente, sin el menor exotismo, a la comunidad maya en la que sitúa una historia universal. La joven María (impecable María Mercedes Coroy) sueña con otros horizontes, más allá del volcán que se alza como una barrera a su mundo. Pero sus padres (con María Telón notable como la madre) la prometen en un conveniente matrimonio, del que desea escapar. Sus ansias de liberación terminarán, al contrario, cortándole sus alas. A través del sólido guión, la eficacia de la cámara y el montaje, Bustamante construye sus personajes y la relación de cada uno con su contexto físico y cultural evitando cualquier riesgo de reducción.
Más ambiciosa y radical, pero no pretenciosa, es la propuesta del actor y director alemán Sebastian Schipper, Victoria. Una sola toma de más de dos horas cuenta en tiempo real una historia tan intensa que bien podría transcurrir en un día. Más allá del despliegue técnico que significa la proeza no sólo en términos de realización, sino también de interpretación, sobre todo la impresionante prestación de la española Laia Costa, el pie forzado es coherente con el ritmo y el vértigo de la historia misma de una noche de fiesta e imprudencia que acaba en tragedia.
Finalmente, pese a su selecta lista de realizadores de la vieja guardia, la Competición oficial de esta 65ª Berlinale probablemente marque más por las propuestas de una joven generación.
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