Janis Joplin, la indomable y al mismo tiempo frágil Janis quería amor… pero encontró fama. Quería ser reconocida por sus padres y ser amada, pero sólo encontró una muerte prematura. Antes dejó dinero para que sus amigos y amigas se emborrachasen a su salud.
El club de los 27 no es un selecto club de rol, es la funesta nómina de artistas que se quitaron de en medio a esa maldita edad, o que simplemente encontraron una accidental muerte tan jóvenes.
Hace 45 años que se fue y todavía seguimos recordándola, incluso con documentales al efecto como el de Amy Berg, que dice fijarse en su sed de vida desaforada. Los que la tocan de puntillas dirán que se metía de todo, en una justificación simplista. Pero había mucho más… Janis sólo quería que la amasen.
Ya desde niña había estado acomplejada por su aspecto e incluso había sido nombrada el “niño más feo” de su instituto, sus padres nunca aceptaron su devoción incondicional por la música y los músicos que le rodearon no pudieron soportar que aquella quebradiza alcohólica acaparase miradas y tímpanos de aquella manera.
Pearl, así la llamaban, bebía de las fuentes de las grandes y corajudas cantantes afroamericanas a las que adoraba: Big Mama Thornton, Bessie Smith, Lead Belly… y su garganta así lo atestiguaba; se hacía notar con alaridos llenos de sentimiento que parecían sacados de la mismísima ribera del Mississippi.
Los bares empezaron a conocerla tanto por sus dotes etílicas como artísticas, pero su natal Texas se le quedó pequeña, así que se mudó a la liberal San Francisco, donde conocería a una pléyade de músicos irrepetibles. Nunca dejó de beber y de follar con hombres y mujeres. Ella amaba el amor y quería ser amada, pero seguía sintiéndose sola. Llegó a decir que hacía el amor con 25.000 personas cada noche y dormía siempre en soledad.
Pero Janis, la cada vez más descuidada Janis, vivía a su aire, descalza, con ropa cómoda y con ese mensaje de amor fraternal tan de la época. Sin embargo, quizás el más importante de todos, el amor propio, lo descuidó. Se empezaron a suceder los conciertos con bandas psicodélicas, en paralelo a cogorzas monumentales de las que siempre conseguía reponerse para seguir cantando. Por el camino, tiró tres botellas a un impúdico Jim Morrison, que quería beneficiársela con escasos o inexistentes modales, algo que Perla nunca habría consentido. Sus amantes eran más bien moteros como Kris Kristofferson, camellos que no le daban lo que realmente buscaba o el gentleman Leonard Cohen, quien escribió esta canción en recuerdo de ese affaire.
Janis era adorada en todo el mundo por la fuerza que desprendía, pero seguía lamentando, incluso en entrevistas, sus lagunas emocionales. Justo cuando empezaba a reflotar su vida al conocer a David Niehouse, que quería desintoxicarla y llevarla a otro tipo de viajes, Janis decidió quedarse con la música y la botella. Como diría Nicolas Cage en Leaving Las Vegas: Pídeme lo que quieras, pero nunca me pidas que deje de beber.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!