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75 Mostra de Venezia #2 Audiard y Von Donnersmarck

En Cine y Series miércoles, 5 de septiembre de 2018

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

El segundo tercio de la 75 Mostra de Venezia ha arrancado con películas algo menos impactantes, pero manteniendo, en general, una calidad artística. Empezó con la excelente película de Jacques Audiard, The Sisters Brothers. Inspirada en la novela de Patrick DeWitt, es una película del Oeste peculiar (rodada entre España y Rumanía), en la que se siguen los avatares del killer Eli Sister (un entrañable John C.Reilly, también productor de la obra) y de su  hermano Charlie (Joaquin Phoenix), persiguiendo al buscador de oro Morris, interpretado por un muy equilibrado Jake Gyllenhaal.

Relatado como un cuento y una novela de formación, el trabajo de Audiard (Palma de oro en 2015 con Deephan) analiza con frescura e inusual participación emotiva el recorrido de los dos hermanos entre Oregon y California. Los diferentes encuentros de la pareja se convierten en pretexto para contar diferentes historias que sirven para expresar alternativas formas de amistad y afecto entre hombres, pese a la violencia que impregna algunas escenas. El final da razón y un sentido último a las dificultades, los enfrentamientos y las amistades que fracasan, gracias a un plano secuencia de entrañable poesía que recuerda los del cine de Mizoguchi. Excelente el fondo musical de Alexander Desplat.

The Sisters Brothers (Jacques Audiard, 2018)

John C.Reilly y Joaquin Phoenix en The Sisters Brothers

Interesante, aunque no del todo lograda, la película de Pablo Trapero  –León de plata en la Mostra hace dos años– y que este año ha presentando su último largometraje fuera de concurso. La quietud cuenta la vuelta de Eugenia, después de años de ausencia, a la finca La quietud, sumergida en el campo, para cuidar a su padre, víctima de un derrame cerebral. Las circunstancias obligan la mujer a retomar contacto con su hermana Mia y su madre Esmeralda. Antiguas alegrías, como heridas profundas y un pasado relacionado con la dictadura (tema central en la obra de Trapero) vuelven a la luz cuando llegan a la casa el marido Vincent y Esteban, un amigo de familia.

El director argentino ha traído a la 75 Mostra de Venecia una película íntima sobre el universo femenino y sobre una compleja y muy próxima relación entre hermanas, con un relato a momentos nostálgico, pero basado en una difícil gestión de fantasmas que no será fácil superar. Las inquietudes que viven las dos excelentes actrices (Bérenice Bejo y Martina Guzmán) convencen solo parcialmente. A ratos, el tono parece recargarse de un dramatismo excesivo, a causa también de una banda sonora no particularmente acertada.

La quietud (Pablo Trapero, 2018)

Un primer plano de Bérenice Bejo en La Quietud

Italia mejoró su presencia en el certamen con el interesante documental de Roberto Minervini, What you gonna do when de World’s on Fire?, rodado en Luisiana, entre Baton Rouge y Jackson (70% de la población afroamericana) en el verano de 2017, poco después del asesinato de Alton Sterling y Philando Castile por la policía. El relato, en un brillante blanco y negro, penetra en las vidas de algunos habitantes de la comunidad: la maravillosa y resistente Judy Hill, marcada por una vida complicada, un bar que arriesga el cierre o la existencia de Rolando y Titus, un padre encarcelado y un hijo que pasa sus días en aquellas calles, donde una bala puede acabar con tu existencia.

Pero, además de estas historias, hay el sorprendente retrato de las mujeres y los hombres del “New Black Panthers Party for Self-Defense” que patrullan saludando con el puño cerrado y que cada día asedian el palacio de justicia para encontrar respuestas a los asesinatos. La narración fluye con gran naturalidad y armonía, tanto que es difícil encajar la obra en el simple marco del documental, tal es la capacidad narrativa que desprende en cada momento. Después del insufrible Suspiria de Guadagnino, el cine italiano recobra terreno.

What You Gonna Do When the World's on Fire? (Roberto Minervini, 2018)

Un palco de What you gonna do when de World’s on Fire? de Minervini

Después del éxito cosechado en Cannes (premio especial del jurado) y en los Oscar con El hijo de Saúl, el director húngaro Lászlo Nemes ha presentado en concurso a Venecia su segunda obra, Napszállta (El ocaso). En el Budapest de 1913, la joven Iris Leiter (Juli Jakab) llega a la capital con la intención de ser modista en la legendaria tienda de sombreros que lleva el nombre de su familia, fallecida cuando era pequeña en un incendio. Mientras en la tienda se hacen los preparativos por recibir a importantes figuras de la realeza imperial austro húngara, la joven descubre tener un hermano, Kálmán, del que no sabe nada y del que sospecha que pudo haber sido el responsable de un crimen de sangre años atrás. La búsqueda que transcurre a lo largo del metraje aumenta en insistencia y conducea Irisz cada vez más adentro de una ciudad que vive momentos de gran tensión, y que explotan en una revuelta contra el poder establecido.

La cámara de Nemes sigue de cerca los peregrinajes y los encuentros de la joven que que se transforman en metáfora de una civilización ante la guerra y al borde de su ruina. El foco está siempre cerca de su rostro o sus espaldas y los planos secuencia son largos y llenos de virtuosismo, trasmitiendo una sensación continua de claustrofobia y angustia. A veces demasiado críptica, la película es sin duda una segunda obra, con quizás menos fuerza que la anterior, pero Nemes consigue realizar un interesante paralelismo entre 1913 y la situación actual, ambas caracterizadas por la angustia causada por un cambio que se percibe, pero cuyo alcance desconocemos.

El Ocaso (Laszlo Nemes, 2018)

Juli Jakab en El Ocaso de Lázlo Nemes

Un cámara extremadamente móvil, en ocasiones angustiosa por el planteamiento de los planos, gracias a un uso muy cuidadoso de la subjetiva, se encuentra también en At Eternity’s Gate, quinto largometraje del pintor y realizador Julian Schnabel que retrata los últimos años de la vida de Vincent Van Gogh. Ya desde los primeros planos, William Defoe es perfecta encarnación del gran pintor holandés. Las arrugas de su cara parecen seguir las mismas líneas que se encuentran en los cuadros del artista y su capacidad de mimetismo con el carácter introvertido y alucinado de Van Gogh es sorprendente en todo momento. No dudamos en que es un seguro candidato al premio como mejor actor.

At Eternity’s Gate, incluida en el certamen, tiene siempre un ritmo eficaz y consigue transmitir, con la imagen y con una original forma de relacionar la mirada del protagonista con la naturaleza (sobre todo el paisaje de la Provenza) y las personas que lo rodeaban, su progresiva incapacidad de distinguir entre la realidad y los fantasmas que llenaron cada día su atormentada existencia.

At Eternity's Gate (Julian Schnabel, 2018)

William Dafoe en At Eternity’s Gate

Mientras las películas de Gonzalo Tobal, Acusada, y  Brady Corbet, Vox Lux (donde se puede destacar únicamente el gran trabajo de Natalie Portman) no han ofrecido muchos elementos de interés, no puede decirse lo mismo de Werk ohne Autor, de Florian Henckel Von Donnersmarck, obra de gran calibre que consigue rescatar plenamente la excelente autoría del director de La vida de lo otros ocho años después del fracaso de The Tourist. La vida intensa del artista Kurt Barber (Tom Schilling), desde su infancia en los años del dominio nazi en Dresde, su amor por la joven Elisabeth (Paula Beer) y el conflicto con el suegro, el ambiguo doctor Seeband (Sebastian Koch), ya miembro de las SS, componen un fresco muy logrado sobre la Alemania Nazi y hasta los años sesenta, en 188 minutos que en ningún momento se hacen casinos. Todo lo contrario.

La película se hace liviana y consigue contar y entrelazar espléndidamente, en ocasiones de forma muy emocionante, los destinos personales de los personajes. Todo dentro de un recorrido que es mostrado como posible redención, después de los horrores del periodo totalitario, gracias al arte, que puede ser el elemento clave para alcanzar la libertad y la verdad, para ver las cosas, como dice el conmovedor personaje de la tía del protagonista al principio del filme. La obra sin autor, como dice un crítico hacia el final del metraje, es la del artista que no tiene que contar su vida personal y se apoya solo en la casualidad de lo que ve todos los días. En este sentido, el título de la película acaba por ser una contradicción, ya que es justo lo contrario o sea la memoria personal de Kurt lo que lleva el pintor ha encontrar un sentido específico y suficientemente claro a su personal acto artístico.

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