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Lo incómodo también es sexy

En Música jueves, 16 de noviembre de 2017

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

Decían los germanos Einstürzende Neubaten que el silencio podía ser sexy. Al margen de lo edificante que sería que algunos se aplicaran aquella máxima –en medio del griterío cibernético reinante–, si hay algo que siempre alentó a la banda de Blixa Bargeld es el deseo de nadar a contracorriente.

Por la misma razón por la que podían utilizar serruchos, taladros o cualquier otro artilugio que estuviera a su alcance para erigirse (en paralelo a Cabaret Voltaire, Throbbing Gristle o Coil) en pioneros del rock industrial europeo, podían decir algo tan rompedor como que el silencio es sexy. Y quedarse tan tranquilos.

En esencia, si hubo algo sexy en su música fue siempre su incomodidad para el gran público. Su propuesta no podía hallar nicho en el ámbito de lo convencional, precisamente porque uno de sus activos fue siempre desafiar al oyente. Los fantasmas de la vieja Europa, los estragos del fascismo y los desequilibrios de una sociedad en descomposición, que cree (quizá de forma ilusoria) haber dejado atrás sus peores pesadillas, surcan no pocas de sus canciones.

Les pasó lo mismo a muchas de las composiciones del último Scott Walker, veteranísimo músico que podría haber vivido para siempre de las rentas de reeditar su vis de crooner de los años sesenta (época The Walker Brothers), pero prefirió apostar por el lado oscuro del arte, hasta embarcarse en una secuencia de aventuras de incierto recorrido, en cuyo último capítulo se hizo acompañar por los maestros del drone doom, los norteamericanos Sun O))), una de las bandas que más desasosiego y mal rollo inspiran sobre un escenario.

Perfiladas como el reverso absoluto de aquello de a mal tiempo, buena cara, su música (y la de muchos otros alumnos aventajados, especialistas en poner banda sonora al apocalipsis en el que a veces parecemos inmersos) se sitúa en las antípodas del escapismo que tan necesario se antoja cuando la realidad no puede ser más amenazante.

Y poco importa que nos situemos en 1934, 1973, 2001 o 2017, porque si hay un hecho empíricamente demostrado es que si hay una especie condenada a repetir sus mismos errores una y otra vez, esa es la humana. Aunque quizá lo suyo (lo de la música esquiva, desabrida, disruptiva) también sea escapismo. Sin luces de colores, esencias psicodélicas ni placebos de tres al cuarto. Pero escapismo, al fin y al cabo.

Viene todo esto a cuento de algunos discos que, gestados durante el último ejercicio en nuestro país (veremos cuántos de ellos acaban en las listas de fin de año), han tenido la virtud de desafiar al oyente desde parámetros de vigorosa singularidad sonora. El asturiano Pablo García Díaz, más conocido como Pablo Und Destruktion, proclamaba en unas de las canciones del espléndido Predación (Sonido Muchacho, 2017), su cuarto álbum, aquello de debería irme al Kursdistán a combatir, y dejar este país de puticlubs, farlopa y jubilados. Conviene no perderse en la hipérbole, ojo. Y escuchar el disco al completo.

Otro de los reflejos sonoros más concluyentes de los convulsos tiempos que vivimos lo gestaron Niño de Elche y los madrileños Toundra, al frente del proyecto Exquirla. Su álbum Para quienes aún viven (Superball, 2017) prolongó el estado del gracia del cantaor más heterodoxo y alérgico a los diques estilísticos de las últimas décadas, mediante una trama sonora musculosa, maximalista y con momentos de una intensidad casi asfixiante.

Los vallesanos Tiger Menja Zebra han seguido también inmersos este año en su cruzada particular, cifrada en sonidos de una contundencia tan apabullante que, por momentos, parecen dignos del mejor terrorismo sonoro de tinte industrial. Con el reciente Anarquia i mal de cap (Hidden Track, 2017) han cerrado lo que ellos mismos llaman trilogia de l’autodestrucció de l’èsser humà (completada con sus dos anteriores largos), en la que títulos como “Els Amics de les Farc”, “Durruti T’estimu” o este “Genocidi Hipster” bien pueden ser el equivalente catalán, con algo más de guasa, a todo lo que Fasenuova representan en Asturias.

Los barceloneses Seward, siempre desde su particular prisma autogestionario y absolutamente ajeno a cualquier corsé estilístico, siguen llamando a la acción directa y a la participación colectiva invirtiendo el clásico adagio del personaje del relato de Bartleby, el escribiente (Herman Melville, 1853). Si aquel decía I’d prefer not to (Preferiría no hacerlo), ellos dicen lo contrario: We Prefer To (Fohen/Gandula, 2017) es su cuarto álbum, y supone otro nuevo revulsivo para mentes inquietas e inconformistas.

Y cerramos este repaso a algunos de los más recientes y recomendables brotes de heterodoxia hispana con los fabulosos Big OK, el trío formado por el cantautor Paul Fuster, la violinista Sara Fontán (Manos de Topo, La Orquesta del Caballo Ganador) y el percusionista Edi Pou (la mitad de los inimitables Za! y también en La Orquesta del Caballo Ganador), quienes se marcaron a principios de este año un extraordinario trabajo, tras cuya escucha podían perfectamente aflorar los nombres de Shellac, Black Sabbath, Swans o Deus.

Suyo, y de toda la música incómoda que se factura hoy en día en nuestro entorno, es también el presente. Ese que ellos tan bien – y de forma tan inquietante – filtran en sus composiciones.

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