El inicio del 74 Festival de Venecia ha orbitado en el eje de la cinematografía made in USA, con la presentación en los primeros días de cuatro cintas de ese país. El festival, al igual que las tres ediciones pasadas, ha abierto el concurso con una película de Hollywood: Downsizing de Alexander Payne.
El filme es un proyecto que el director ha realizado a lo largo de varios años, se trata de una sátira social basada en la historia de un individuo de la clase media americana que se somete a un experimento que involucr al 3% de la población y que procura la supervivencia del género humano reduciéndolo a la altura de 12 centímetros.
La única forma de aumentar recursos y espacio vital. Paul Safranek (un excelente Matt Damon) se dará cuenta que nada es como parece gracias al encuentro con una activista política vietnamita, una sorprendente Hong Chau, con la que empezará una relación por varios aspectos inesperada. La película se desarrolla con rapidez y los elementos de la comedia nunca son demasiado recargados, desarrollando así mismo la historia de forma a veces inesperada.
Algo menos logrado, sin embargo, es el aspecto del relato basado en la crítica social que, a veces, parece descontada y algo pretenciosa. Pese a esto Payne consigue una obra agradable con la participación de un buen reparto, donde destaca un inédito Christoph Waltz en el papel de Dusan, un traficante serbio vecino de Damon en Leisureland, la mejor comunidad residencial para miniaturizados de Nuevo Méjico, una especie de Liliput.
Más interesante ha resultado el segundo filme estadounidense presentado a concurso, First Reformed del veterano Paul Schrader. Ethan Hawke es un capellán militar que ha perdido hace poco el hijo que él mismo había enviado a la guerra de Irak. La amistad con una pareja de extremistas activistas medioambientales, sobre todo con la mujer, una intensa Amanda Seyfried y el descubrimiento de que la iglesia para la que trabaja tiene relaciones con una multinacional contaminante, hace más patente su crisis espiritual que describe en un diario personal.
Schrader se inspira a la película de Robert Bresson, Diario de un cura rural, sin embargo, no consigue el mismo rigor formal en relación al contenido, a pesar de los bellos largos planos fijos que duran algo más de los esperado, como si los problemas se quedaran en el vacío dejado por los personajes. Como a menudo ocurre en la obra del director, la interesante idea formal -en este caso con evidentes referencias visuales al Bergman de los años setenta y a la obra de Dreyer- no convence por excesos en la caracterización de los personajes y sus atormentados mundos interiores. Es lo que ocurre también en esta cinta que presenta momentos de gran intensidad que, sin embargo, sobretodo en la sección final, se disuelven en fáciles exteriorizaciones de conflictos que en teoría serían más complejos y delicados.
La tercera película de marca estadounidense a competición fue la del mexicano Guillermo del Toro, The Shape of Water. En su décimo largometraje, el director nos lleva a una historia que oscila entre el fantástico y la historia de amor, poniendo como marco histórico los años sesenta del siglo pasado.
Dentro de un laboratorio de máxima seguridad, está encerrada una criatura anfibia capturada en América del Sur, su presencia está dedicada a cambiar el destino de los que entran en contacto con ella, sobretodo el de Elisa (Sally Hawkins), una limpiadora muda. Del Toro, fascinado desde siempre por las criaturas mitológicas, nos lleva a reflexionar con su última creación ,una vez más, sobre la diversidad, los deseos sexuales y la violencia dentro de un mundo que parece incapaz de aceptar le extravagancia, así como el encanto y el poder de lo que es distinto y mágico.
La película desarrolla bien el contenido con elegancia y falta de cinismo, es entretenida y consigue que el espectador se crea la historia. No es una obra maestra, pero sin duda una de las mejores obras del realizador con un perfecto villano, interpretado por un magnífico Michael Shannon.
Por otra parte, Lean on Pete del director Andrew Haigh, inspirada en la novela La balada de Charley Thomson –del músico, cantante y escritor Willy Vlautin- nos cuenta la vida del quinceañero Charley (interpretado magníficamente por Charlie Plummer), que vive una vida inestable, sin madre y con un padre en perenne busca de trabajo. Sus sueños de jugador de fútbol y de vivir por lo menos un año en la misma ciudad son continuamente frustrados. Una escapatoria, por fin, será el trabajo de verano con un administrador de caballos de carreras (Steve Buscemi) que lo lleva a encariñarse con Lean on Pete, un caballo viejo y casi cojo.
La relación entre el chico y el animal se hace cada vez más estrecha, convirtiéndose en el elemento que cuaja las desilusiones y los afectos perdidos de Charley, en la primera parte del largometraje. Las dos horas del filme se desarrollan con soltura y con logradas interpretaciones de los actores, dejándonos una obra que transmite sin duda emoción, pero que al mismo tiempo no presenta soluciones narrativas y formales siempre originales. Al final se hace larga y repetitiva.
Muy interesante la propuesta libanesa, The insult, cuarta obra presentada a competición, del realizador Ziad Doueri -operador en las primeras obras de Tarantino, Pulp Fiction y Jackie Brown. Con gran seguridad formal y una capacidad narrativa indudable, nos cuenta la historia de Toni (Abdel Karam), un mecánico de coches cristiano-libanés que recibe un insulto de parte de un palestino, Yasser (Kamel El Basha), por una disputa nacida a causa de un banal problema relacionado con una tubería defectuosa.
La banalidad del hecho y la testaruda exigencia de unas palabras de disculpa llevan la situación a los tribunales, convirtiéndose en una disputa política entre libaneses cristianos y palestinos, con referencia a la guerra sufrida por las dos poblaciones entre los años Setenta y Noventa. Doueri consigue durante gran parte del largometraje mantener un ritmo narrativo eficaz y sin pausas, logrando al mismo tiempo que el argumento no caiga en esquemas codificados dentro de una posición de equilibrio, en la descripción de los conflictos que viven los personajes en su vida social y privada. Algo de retórica en los últimos minutos hace que la película no sea lograda del todo, sin quitarle sin embargo fascinación e interés.
Interesante también la obra del artista disidente chino Ai Weiwei, producida por la televisión pública italiana. Después de haber desafiado durante años las sombras del gobierno chino, Weiwei llega al Lido de Venecia con un documental de calado social.
Rodado a lo largo de un año, Human Flow testifica la dolorosa crisis humanitaria vivida por los refugiados de veintitrés países. Empezando por la isla griega de Lesbos hasta Kenia, pasando por Italia, Bangladesh, el corredor de Gaza, Jordania y la frontera entre México y Estados Unidos, el realizador cuenta los esfuerzos y las dificultades cotidianas de millones de seres humanos, entre campos de refugiados y la esperanza de un futuro mejor.
El estilo del documental es seco y lleno de bellas imágenes que, con su perfecto equilibrio formal -salvo en los momentos en que utiliza la cámara de mano-, contrastan con las tragedias relatadas. Weiwei se convierte en testigo imparcial, también en primera persona, acompañándonos con objetividad frente al problema muy actual de la migración masiva. A lo largo de los 140 minutos, hay a veces repeticiones, sin embargo Human Flow podría ser una de las películas elegidas por el jurado para uno de los premios mayores.
En el foxtrot los bailarines se quedan moviéndose en un espacio reducido que los hace volver siempre a la misma posición inicial. Así por lo menos lo describen dos de los personajes principales de la película israelí de Samuel Maoz (León de Oro con Lebanon en 2009) que lleva como título justamente Foxtrot. Le figura del baile caracteriza la forma del largometraje que se divide en tres partes, empezando con tonos trágicos y angustiosos, pasando después por una sección basada en una comicidad a momentos absurda y casi surrealista, y volviendo a lo trágico inicial, pero con una diferente aceptación de la tragedia.
Lo que cuenta es la pérdida de un hijo, la vida de este como soldado en un check point perdido en el desierto con tres compañeros, así como la relación compleja entre padre y madre como consecuencia de la pérdida. Maoz lo hace con un estilo muy peculiar, enjaula a los protagonistas en sus espacios existenciales utilizando la cámara de forma muy personal, con un montaje de la imagen y el sonido que dejan a menudo sin aliento al espectador, pese a su ritmo lento y pausado. Como resultado, una obra a veces imperfecta, pero sin duda de las más originales vistas en estos primeros días del festival.
En la sección fuera de concurso hemos visto la película Zama, de la realizadora argentina Lucrecia Martel, basada en la novela de Antonio di Benedetto, una coproducción de varios países entre los que se encuentra España -El Deseo-, coprotagonizada por Lola Dueañs. Los avatares del asesor letrado Don Diego de Zama (un intenso Daniel Giménez Cacho) en el Uruguay colonial del siglo XVII no convencen del todo, a causa de una escenificación bastante anodina y un ritmo demasiado lento y a veces confuso, pese a la bella fotografía. La película es interesante, aunque a menudo parece no tener un eje narrativo claro y bien definido.
Entretenida, pero nada más que esto, Our Soul at Night, que tiene como atractivo sobre todo la presencia de dos gigantes del cine americano como Jane Fonda y Robert Redford, Leones de Oro a la carrera en este festival. La interpretación de ambos, pero sobre todo la de Fonda, es muy equilibrada y consigue encariñarnos con una pareja de ancianos, ambos viudos, que desarrollan una historia de amor caracterizada por el humor y la delicadeza. La dirección de Ritesh Batra es correcta, si bien con poca personalidad, ofreciendo un producto de corte televisivo y no de los mejores. De hecho, la cinta está destinada al canal Netflix.
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