Vivimos en un mundo marcado por unos encantos muy claros y polarizados. Por una parte, existe una tendencia al lamento post-crisis, y por otra, navegamos hacia una continua fascinación por nuestra época actual. Desde estas dos vertientes, nace y se vertebra Vidas perfectas (ed. Literatura Random House), la última novela del periodista y escritor Antonio J. Rodríguez. En ella, estas dos líneas se representan por personajes aparentemente antitéticos: la vida plena del matrimonio Vera y Gael, y su hija Mika, y por la otra, la vida insuficiente del narrador Xavier, amigo de los difuntos y profesor de piano de la hija.
Estas dos tensiones, escenificadas en ciudades opuestas, como son Tokio y Barcelona, son las dos caras de una misma moneda: el desencanto generalizado, como consecuencia de una identidad contemporánea frágil; y le sirven al autor para reflexionar sobre la misma, en una época donde la imposibilidad de saber quiénes somos y la imposibilidad de construir nuestras personalidades, rodeados de ruido, apariencia y envidia, se convierten en nuestro leitmotiv diario.
Alex Serrano: ¿Qué te impulsó a escribir este libro?
Antonio J. Rodríguez: De pronto coincidieron varias cosas: lecturas inspiradoras, una serie de temas acumulados sobre los cuales quería escribir y un viaje transformador. A un momento de cierta ascesis e iluminación, donde de pronto la idea del libro se apareció sin más, le siguió otro tiempo mucho más narrativo y racional que me permitió escribir una primera versión del texto en un periodo de tiempo bastante corto. Una de las grandes enseñanzas de trabajar en el periodismo es que nunca tienes miedo a la página en blanco.
A.S.: Hace cincuenta años, los futbolistas tenían tripa, fumaban en el banquillo y anunciaban cigarrillos. Hoy se matan en la máquina de abdominales y muchos de ellos parecen siempre enfadados. Pero son los mejores y eso es lo único que importa. Solo eres una marca más, una sucesión de números y estadísticas. (Vidas perfectas). ¿A qué crees que es debida esta pérdida de humanidad en la sociedad actual? ¿En qué nos estamos convirtiendo? ¿Es el idealismo, la búsqueda insaciable de la perfección y las excesivas expectativas, las que no están llevando al desastre, a la insatisfacción perpetua?
A.J.R.: El pasaje al que aludes habla del personaje de Gael, que es deportista profesional. En su caso, como en el de tantos otros, la realización personal está ligada paradójicamente a un inevitable proceso de deshumanización: dado que aquello que más singular y humano le hace sentir es el deporte, el camino a la perfección pasa por convertirse en una serie de estadísticas cada vez mejores, únicas. Es así como nos encaramos a un callejón sin salida: si nos realizamos mediante aquello que nos distingue más, nos dirigimos a la deshumanización y, si por el contrario, no lo hacemos, también nos deshumanizamos. Mires a dónde mires, la insatisfacción.
A.S.: ¿Estamos condenados a la neurosis en una época tan marcada por las redes sociales? ¿Crees que las redes, al final, nos hacen más infelices, más cínicos o más incoherentes? Da la sensación de que ahora parece que se quiera que un trol nos diga que todo es una mierda, señalando las cosas que nos tendrían que cabrear.
A.J.R.: Una cosa que me llama mucho la atención de las redes sociales es que casi siempre implican experiencias de consumo: vas a un festival de música y subes una foto, viajas y subes una foto, sales a comer y subes una foto, te compras un libro o una entrada de cine y subes una foto, sales de fiesta y subes una foto… Consumir es algo que te hace feliz y triste al mismo tiempo: te vas por ahí a cenar como contrapunto a una semana extenuante, tienes un mal día y te compras alguna cosa que te haga olvidarlo, etc. Hace poco estuve en París cubriendo las elecciones y la mayoría de gente con la que hablé experimenta así la ciudad: la odian y la aman a la vez; en el día a día, todo el mundo se muestra malhumorado, hostil y desconfiado, pero todos saben que tienen la suerte de vivir en una de las ciudades occidentales más privilegiadas, a la que pocos quieren renunciar. Ojalá el diagnóstico fuese pura y llana incoherencia, pero creo que se trata de algo más complejo.
A.S.: Nunca me había parado a pensar en la sonrisa como algo ofensivo, un gesto involuntariamente despreciativo, un signo de muy mala educación. Sonreír -le digo- debería ser un acto privado, como masturbarse o como imaginar la muerte de uno mismo. (Vidas perfectas). ¿Es esa sonrisa la que oculta la fragilidad de nuestras identidades? ¿Por qué, por ejemplo, mentimos en Internet? ¿Por qué es tan importante que Internet crea que somos felices?
A.J.R.: Hablando con lectores del libro alguna vez ha surgido la pregunta de si la novela era una crítica a la hipocresía de las redes sociales y, la verdad, es que yo no tengo tan claro que lo que hagamos en Internet sea exactamente mentir. Si pienso, por ejemplo, en Instagram, lo que veo son capturas de momentos extraordinarios, grandes recuerdos, instantes de felicidad o paz… De hecho, los álbumes de fotos siempre han sido eso: recuerdos bonitos, poco ha cambiado respecto a los álbumes de vacaciones de nuestros padres. ¿Qué ocurre? Que esos instantes normalmente implican un pequeño porcentaje de nuestras vidas. Quizá, por decir algo, solo somos plenamente felices un 1% de nuestro tiempo, pero la narración de nuestra identidad en Internet, a través de esa suma de buenos recuerdos, proyecta la imagen de que somos 100% plenos continuamente, cuando evidentemente no es así. No creo que exista un deseo manifiesto de hacer creer a Internet que somos felices; lo que sí detecto son deslecturas sobre lo que significan esos álbumes de recuerdos.
A.S.: ¿Acaso lo que ocurre en Tokio y Barcelona no son las dos caras de una misma moneda?
A.J.R.: Supongo que sí, de alguna manera. Una gran parte del libro se arma sobre un juego de espejos o de pares antitéticos: las vidas perfectas y el vacío existencial, la identidad pública y aquello que todos ocultamos, el presente y el pasado, Japón y España…
A.S.: ¿Hacia dónde te gustaría llegar con Vidas perfectas? ¿Cuáles han sido algunas de las preguntas e inquietudes con las que has intentado lidiar a lo largo de la novela y que te gustaría compartir?
A.J.R.: Resumida en una línea, para mí Vidas perfectas es una historia sobre la tensión continua entre tocar techo y tocar fondo. Con esto me refiero a que los personajes experimentan esencialmente dos tipos de insatisfacción: la que tiene que ver con la conciencia de haber dado lo máximo de uno mismo y saber que no existirán nuevas oportunidades para realizarse, y la que tiene que ver con la conciencia de saber que uno está muy lejos de ser útil. Tanto si tienes suerte como si no, la vida adulta es, en muchas ocasiones, claustrofóbica: siempre falta aire. En ese sentido, supongo que el libro comparte reflexiones y pareceres con todos aquellos que alguna vez han experimentado algo parecido.
A.S.: Para terminar, ¿cuáles son los proyectos presentes y futuros de Antonio J, Rodríguez?
A.J.R.: Para mí, la literatura y el periodismo son dos géneros igualmente vocacionales y valiosos, lo que significa que suelo ir alternando lenguajes en función de lo que tenga que contar. Por ahora, mi dedicación principal es el periodismo, ya sea como editor o como escritor de no ficción, hasta que una nueva idea de novela vuelva a presentarse.
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