Cuando la otra tarde Werner Herzog se acercó a estrecharme la mano, yo había conseguido dejar de observar por un instante, a través de un resquicio de la puerta del baño de señoras, a una mujer de ojos verdes muy hermosa que se parecía mucho a mi propia mujer o a Hope Sandoval, la bella cantante de Mazzy Star y que también parecía observarme fijamente a mí.
La había dejado de observar porque, de repente, estaba ya observando otra cosa, Wie geht es Ihnen?, traté de articular ante la sonrisa cálida de Herzog, pero nada aquella tarde me salía del todo bien. Yo había llegado a Barcelona en coche, cargado de cintas y de libros, llevaba conmigo los tres de Herzog: Del caminar sobre hielo, La conquista de lo inútil y el Herzog por Herzog, la entrevista extensa que hizo Paul Cronin al director de Fitzcarraldo, Nosferatu, También los enanos nacieron pequeños o Aguirre, la cólera de Dios, películas y libros que compré con mucha ilusión a María Silveiro en Ocho y Medio, la fantástica librería de cine de Madrid.
Llevaba en la bolsa, como si hubiera podido intuir que Herzog y Paul Holdengräber hablarían de la crisis de fe del Papa Benedicto XVI en Auschwitz (¿dónde estabas, Dios, entonces?) y citas espurias de Blaise Pascal, un volumen muy cuidado de Pensamientos y una entrevista exclusiva al juez norteamericano Robert Cover, pues me interesa mucho la violencia, la narración en el derecho y Into the Abyss, la película que Herzog hizo en el corredor de la muerte: el hombre es capaz de hacer cosas monstruosas sin ser él, propiamente, un monstruo.
Kosmopolis es un encuentro literario bienal que se celebra en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona: literatura amplificada, en todas aquellas manifestaciones de la palabra –oral, impresa y electrónica– que erosionan muros entre géneros: filósofos, científicos, escritores y poetas, músicos y cineastas como el bávaro Werner Herzog (Munich, 1942) quien iba a dialogar con Paul Holdengräber, fundador del programa Live de The New York Public Library: Éxtasis y terror en la mente de Dios.
Herzog es, desde que tengo memoria, mi director de cine preferido. Creo que la razón apunta a algo que Herzog nos contó en uno de los momentos más emotivos de la charla: Fini Straubinger, la mujer sorda, ciega y muda de El país del silencio y la oscuridad, Bruno S. de El enigma de Kaspar Hauser son personas que forman parte de mi vida.
Éxtasis y muerte en la mente de Dios comenzó con la risa explosiva de Nicolas Cage drogado hasta las cejas en Teniente corrupto, con los pozos de petróleo kuwaitíes en llamas (un hecho cósmico, al decir de Herzog) de Lessons of Darkness (1992), con la estupidez de las iguanas, semejante a la idiotez de las gallinas, animales muy hipnotizables, incapaces de entender en qué consiste un fuera de juego.
Estupendamente dirigido por Holdengräber (menudas tablas), Herzog habló de la invención como una forma de profundizar en los niveles más intensos de la verdad, del error de tratar a la terrible naturaleza como una madre, de volcanes, del fin del mundo, de su distancia insalvable con los smartphones, la falta de contacto humano físico de la red y Woody Allen. Se charló de Bernal Díaz del Castillo y de Hercules Seghers, del mal, de los monjes que tuitean en su última película, Lo and Behold, de la conveniencia de leer, de la improvisación como cura de las cosas duras y rancias, del terror y del éxtasis de un dios peligroso: Encuentros en el fin del mundo (2007), Dentro del volcán (2016).
Herzog sabe del mal abrumador del universo e inventa una cita de Pascal: El colapso del universo estelar ocurrirá, del mismo modo que la creación, con un esplendor magnífico. No faltaron las anécdotas, no por recurrentes menos maravillosas, sobre Klaus Kinski, barcos, disparos y óperas en la selva. Cineasta afecto a explorar los rincones más remotos del mundo, para Herzog viajar a pie enseña más sobre cine que cualquier universidad. Hacer películas no es arte, es un deber: Signos de vida, Fata Morgana, Donde sueñan las hormigas verdes, Corazón de cristal.
Aguirre, Fini Straubinger, Stroszek, Nosferatu, Walter Steiner, personajes que pueden conectarse con el mundo sólo cabeceando una pelota o sumidos en la más profunda de las tinieblas o aferrando una radio contra el pecho o, como Kasper Hauser, encerrado durante lustros con un caballito de madera. Esas personas alucinadas, enanas o sordomudas no son freaks: es el mundo el que está loco de atar.
Lucidez y causticidad de una persona que a nadie tiene miedo. Yo, por mi parte, voy a asegurarme de que la cortina esté del lado interior de la bañera. Las cosas que aprendemos por voluntad propia, para saciar la sed, jamás las olvidamos. Otra lección de Herzog y de la vida: no es tan importante ser feliz como darle un sentido a la existencia.
Hermosos: Nosferatu, Adjani, Kaspar Hauser, Fini Straubinger y Hope Sandoval
Malditas: iguanas y gallinas
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