Improbable, actual, retorcida en todo caso, versión del clásico de R. L. Stevenson. Un cuento de 500 palabras que puede leerse a modo de parábola.
El extraño caso de Jekyll y el doctor Hyde
Capítulo I
En El extraño caso de Jekyll y el doctor Hyde, texto apócrifo de Stevenson (una interpretación invertida, una traducción desfigurada, una farsa, un bulo), el abogado Utterson, ese personaje realmente odioso, relata una versión anómala de los hechos: un brebaje tomado al azar en un tugurio de mala muerte transforma a Jekyll, cabrón borracho, hijo de puta bribón, libertino y lujurioso, en un respetable doctor.
Capítulo II
Al principio, los efectos duran muy poco y los amigos de Jekyll se ríen atribuyendo los modales victorianos del beodo a su gusto por hacer el payaso, la mentira, la farsa y al teatro. El brebaje le conduce a una sólida curda de convenciones sociales. Se pone serio Jekyll. ¡Hay que ver Jekyll qué solemne te pones! Tras la resaca, el cabrón regresa a la canalla. La pócima le permite revertir cada noche el resultado hasta que la afectación, el calculado fariseísmo de Hyde (le ha dado ahora por llamarse así) y su extraña habilidad por soltar simplezas empiezan a dar resultados. El viejo borracho, cada vez más doctor, se labra nuevas amistades que impulsan un rápido ascenso social.
Capítulo III
Se da sí, otra vez, una dualidad. Con un ojo puesto en los clichés más convencionales y otro en la taberna, Jekyll/Hyde, cada vez más doctor, intenta aumentar la dosis del bebedizo. Su cerebro se anida con serpientes. Ojos amarillos, excitación, lubricidad, decepción: un día ya no es posible. El hijoputa de Jekyll se queda para siempre en señor Hyde.
Capítulo IV
Ocaso de Jekyll. Oposita. Se recluye, se doctora, se esconde Hyde. Los viejos amigos de la taberna le echan en cara que ya no salga de su casa, que apenas acuda al bar; ¿qué pasa Jeckyll?; harto, Hyde prohíbe al mayordomo que vuelva a recibirles. Los borrachos le insultan, le llaman falso por la calle, imitan su andar de señorito, sus modales redichos de doctor bien (definitivamente Hyde, el doctor Hyde, se ha hecho cada vez más doctor). Amenazan los golfos, turba de after, con revelar a la alta sociedad sus crímenes perversos, su impudicia, sus viejas obscenidades.
Capítulo V
Una noche vaporosa, significativamente oscura, el doctor Hyde invita al jefe de policía a un coñac selecto (él ya ha dejado de beber), le susurra algo al oído mientras le acaricia formalmente el pecho y deposita un fajo de billetes de 500 libras en su bandolera.
Capítulo VI
Antes del amanecer, una redada mete en un furgón a los antiguos amigos de Jekyll. Observa la chimenea Hyde. Viento cálido sobre el río, sombras sin luna.
Final
Refiere el abogado Utterson con desagradable apego al detalle un desenlace horrible. Describe este personaje realmente odioso, con sospechosa ambigüedad moral, cómo al final cantó hasta el más valiente, cuenta que hubo de aplicarse bien con las tenazas para arrancar las diminutas uñas del más chiquillo, que lloró mucho antes de morir, que entre aullidos, martillo y fuego de soplete acabaron delatándose los unos a los otros y que no quedó ningún antiguo crimen, ninguna indecencia de Jekyll por adjudicar a un borrachín inocente, ni ningún viejo conocido del antiguo monstruo perverso ahora serio, respetable, calificado doctor cuyo cuerpo ensortijado no apareciera flotando (como en el futuro adquirirían costumbre de hacer los niños sirios sobre las playas griegas) entre las turbias aguas del Támesis.
Hermosos: sentimientos compasivos
Malditas: faltas y duración de memoria
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