La aparición de El año del verano que nunca llegó, el relato de William Ospina sobre la creación del Frankenstein de Mary Shelley en Ca’Lord Byron, los ecos aún recientes de The Babadook, It Follows y todo el asunto de los tuits malditos permiten una digresión ligera sobre la humana necesidad de crear monstruos.
Soñar con monstruos
Tengo un sueño pero, a diferencia del famoso sueño de Luther King, mi sueño no es un sueño profundo. Tengo un sueño. Pero es un sueño ligero. En realidad, no es un sueño (tampoco el de Luther King era propiamente un sueño) sino un ensueño. Algo en lo que pienso para dormir. Para dormir sueño que soy un monstruo. Concretamente ensueño que soy distintos monstruos. Ahora ensueño que soy Drácula cogiendo el sueño en la segura oscuridad de un ataúd ; ahora el Minotauro cerrando los ojos como se cierra el horizonte en el cuadro de Watts; ahora el monstruo de Frankenstein hundiendo rítmica, lenta, pesadamente mis pies prestados en el hielo del Ártico (tratando de vengarme pero sobre todo tratando de dormirme así.) Ensueño que soy hombre lobo, ensueño que soy un ser marino, monstruo sin forma como los de Lovecraft; ensueño que soy Robert Neville (acabaremos esta entrada con él).
Donde viven los monstruos
Como en la maravillosa historia de Sendak, los niños son los mejores amigos de los monstruos. Puede ser porque de niño mi novela preferida fuera Frankenstein (1818), historia sobre creación de monstruos, todavía me duermo tratando de emular la imaginación de Mary Shelley. De hecho, de Mary (hija de filósofos –Mary Wollstonecraft y William Goodwin– y esposa de Percy Bysshe Shelley) tengo un hermoso cuadro en la habitación donde trabajo hasta que me entra sueño o ensueño. A veces, sobre todo si me pongo Bear, la nana de The Antlers, sueño que había dormitado con Mary Shelley y Daphne du Murier. Sueño-fronterizo, entre húmedo y monstruoso, también Mary nos enseñó la difusa frontera hombre-monstruo. De hecho, por una justicia gótica y poética, la gente acabó confundiendo la criatura sin nombre con el nombre del doctor.
Actualidad de la creación los monstruos
Cívico, ¿hay algo de Hype o de actual en todo esto?
Sí, recientemente ha publicado William Ospina (1954) El año del verano que nunca llegó (Random House, 2015): historia sobre creación de lo monstruoso. El verano de este título estupendo (el verano que nunca llegó) fue el de 1816 cuando Lord Byron, John Polidori, Percy Bysshe Shelley y Mary Wollstonecraft coincidieron en Villa Diodati, junto al Lago Leman. La erupción volcánica de Tambora, Indonesia, cubriendo el cielo de nubes de azufre y ceniza convirtió los días en una gótica, monstruosa e interminable noche tenebrosa. Entre cenizas asiáticas, relámpagos y ráfagas de viento se urdieron los monstruos de Mary (Frankenstein) y Polidori (autor más tarde de un vampiro con colmillos-Byron).
Necesidad de lo monstruoso
Sí, novedad del monstruo. Necesidad también de los monstruoso. Por si fuera poco, con el relato de William Ospina, aún es reciente el eco de The Babadook (Jennifer Kent, 2014), falsa historia de terror, asombroso relato psicoanalítico de la humana necesidad de crear monstruos para explicar qué somos, por qué hacemos lo que hacemos.
Si en The Babadook el monstruo tiene que ver con el duelo (devastación interior, pérdida del ser amado, imposibilidad de querer del todo a los hijos, inopinada revelación del instante en nuestra vida en que sólo su amor puede salvarnos), en It Follows (Robert Mitchell, 2014) por su parte, un monstruo persigue a la protagonista. En la humedad de la piscina mientras ensueña la primera noche de amor con el chico al que desea, no sabe, no puede saber, que el sexo traerá un monstruo con él. Sólo ella lo verá. Monstruo que sólo (y temporalmente) desaparecerá tras acostarse con alguien más.
Cuando el monstruo acabe con ese alguien, regresará a ella. Así, de forma interminable. Deseo indomesticable. Ambivalencia del sexo que salva-condena. Monstruo en la sofisticada jaula de la opresión sexual femenina. “El amor es el diablo”, diría Francis Bacon, o, como sabíamos, “el amor es la muerte”. En Babadook, la sensacional Essie Davis conserva el monstruo en el interior de su casa. Oculto en el sótano. Lo alimenta con gusanos. Quizás por la noche se duerma soñando con él. Un rasgo caracteriza, pues, a ambos monstruos (Babadook-Kent, It-Mitchell): de ambos resulta imposible deshacerse…
Siempre me han gustado los monstruos. Reductos de individualidad inexpugnable, el monstruo es aterrador por distinto. Monstruo, en el sentido en que yo me duermo soñando que soy monstruo, es Frankenstein, Drácula pero también Robert Neville. Dijimos que acabaríamos esta entrada con él.
Monstruo (categoría hospitalaria) es también el último hombre vivo de la novela de Richard Matheson (I Am a Legend, 1954), fascinante historia, texto en realidad muy diferente a las versiones cinematográficas que hicieron de él. La historia de Neville en Soy leyenda me ha parecido desde pequeño inteligente. Creo que descubre la dúctil y caprichosa naturaleza de lo monstruoso. ¿De qué iba?
La recuerdo: el protagonista Neville, único superviviente de una pandemia provocada por una guerra bacteriológica, vive solo en Los Ángeles (solo en la Tierra), bebe el mejor whisky, escucha música clásica. Todos los coches, todos los cines, todos los… maniquíes para él. No está completamente solo, sin embargo. Muchos muertos han resucitado convertidos en vampiros. Un día la aparición de una mujer aparentemente sana le hace saber que hay, además de los vampiros a los que diariamente –ajo en la mano– ha combatido, otros supervivientes como ella: híbridos. Y aquí viene la lección de Matheson: en un lúcido momento de la novela, Neville comprende que en esa nueva sociedad dual no hay espacio para él, que todos aquellos que esperaban su muerte lo hacían por el miedo y el pavor que le tenían a aquel ser extraño diferente a todos. Que es leyenda. Que el monstruo era él.
Esta semana, en nuestra sociedad también dual, por dividida, la llegada de las llamadas candidaturas populares a algunos de los principales ayuntamientos ha alimentado la imaginación de algunos de los tertulianos más vehementes (peinados irónicamente a la manera de Peter Cushing, cazador de vampiros) empeñados en hacer de los jóvenes políticos más torpes, tipos monstruosos.
Me he desgañitado en vano recomendando It Follows y la última entrega de Mad Max. Buenos amigos tengo a los que nada han agradado. ¿Será la adicción al terror como todo, también incompartible? Da igual, quien tiene una adicción no necesita a nadie más. Me reconfortó leer a Fernando Savater, quien ha escrito mucho sobre la virtud de lo monstruoso, que esa soledad con lo monstruoso aumenta perversamente el placer que el monstruo nos proporciona. Y acababa así el filósofo: Turbio es el día y rara la noche, pródiga en susurros inquietantes: nos sentamos en la butaca con el libro de furia y temblor en una mano, mientras con la otra acariciamos la cabeza peluda del perro a nuestro lado… hasta que de pronto recordamos que no tenemos perro.
Hermosos: monstruos.
Malditas: estacas, tertulias agresivas y aguas benditas.
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