Con todos los punk contra todos los ladrones de tiempo. Desahogo de bloguero. Filosofía, algunos imprescindibles y actualidad punk-rock. Se acaba, como esas noches que cuestan media vida en olvidar, con una canción entre las cejas y rastros de carmín.
Anoche me volví a acordar -siempre que hay niebla me pongo a pensar en Londres- de la improbable activista Baddy Dolly Jane. Concretamente recordé, poniéndome Bikini Kill, 7 Year Bitch, y Dum Dum Girls, escuchando chicas punk, bajo el aire turbio de la mañana, para quitarme el olor a fascismo simpático y correctísimo de las campechanas tertulias de la tele. Me acordé haciendo pogo con mi gato (ahora todos para aquí ahora todos para allá), me acordé decía –quizás porque ya no aguanto beber mucho, los lugares comunes, el picante, la sonrisa de Inda, la simpleza y los racistas- de la malvada Jane en la Tate Modern de Londres ante el crítico de arte, filósofo y profesor de la Staatliche Hochschule für Gestaltung, Boris Groys, al agudo, divertido, grito de This man has stolen my time!
Recordé, para quitarme de encima el calor que me pone en el estómago el gesto de chica mala de mi Pussy Riot preferida, recordé, bajo el agua fría, el calvo que propuse dedicarle a una poesía justo aquí, recordé –para sobrellevar los efluvios de edad media que salen de la tele cuando pones la Primera– a Patty Smith (suelo llorar si recuerdo a los Ramones) me acordé de la educada cara de Groys al ser arrestado por una chica de labios rojos y aspecto de haber escuchado a los Sex Pistols a muy tierna edad.
El punk significó, en algún nebuloso momento del pasado del punk, transgresión estética y del lenguaje (es así, que como flores raras de una expresión no solo insolente sino a menudo contradictoria, creció en los márgenes vitales del nihilismo y quizás también de un escepticismo… “local”). Pensé en el destino de la transgresión en un mundo en el que la transgresión (patrimonializada por anuncios BMW y políticas neoliberales enfundadas en trajes de 5000 “pavos”) se prescribe desde la industria del entretenimiento, pero también desde la más temprana pedagogía. Pensé -siempre que hay niebla me acuerdo de nuestra efímera y turbia existencia- en todos aquéllos, en todas aquéllas que habían también, de alguna forma, robado mi tiempo.
Pensaba en si se puede subvertir el mundo en tres minutos, en Desorden púbico. Una plegaria punk por la libertad de expresión, el libro que Malpaso ha editado sobre el colectivo artístico ruso. Pensaba en la especulación financiera, en que el dinero de la explotación de algodón y caña de azúcar –invertido en ostentosos inmuebles en ambas costas de la antigua ruta esclavista– no ha cesado de producir dividendos ni un solo día, en la “pasta” que se enfundan tipos cuya cara delata que no saben del todo bien cuando se pone “g” y cuando “j”, en los simples, en que los islamófobos suenan como los machistas, en que siempre he detestado a los pomposos, a los mártires y a los peluches (por las mismas razones), de nuevo en la gente que me ha robado mi tiempo y en la posibilidad de encararme, como Baddy Dolly Jane, disco punk en la mano, con tal profesor de economía neoliberal, pedir, no el dinero, –yo me “cago” en el dinero– sino el tiempo que me robaron los buenos, el Tetris y los virtuosos…
…El tiempo que me robaron los programas flotantes de Punset, el Un, dos, tres responda otra vez, el curso sobre la axiología de Hartman, el cantante de Love of Lesbian. Quiero detener, ahora que no hay niebla en Londres sino justo fuera de La Tavernaire donde estoy escuchando a Jello Biafra, el líder de los concienciados Dead Kennedys, quiero detener, decía, a la mitad del departamento de Metafísica y al de Ética por entero, arrestar a un profesor de alemán jurídico con gafas, pedir que me devuelvan el tiempo que perdí como asesor del ministerio de tecnología engañando a pequeñas empresas con eso de que el euro dejaba la inflación tal como estaba, arrestar al director de mi colegio de curas, detener el Tiempo por el tiempo que dediqué a intentar cambiar las cosas que, en realidad, no se pueden cambiar, detener, arrestar a una chica en particular detrás de la cual siempre se me podía encontrar: pasaba mi tiempo pensando en lo especial que parecía y en procurarle las cosas que le podían agradar a las estrellas… This girl has stolen my time!
… Detener a todos los tertulianos de todas las tertulias de todas las televisiones de todos los países de todos los planetas de todos los mundos, a Álex de la Iglesia, a los guionistas de Musarañas, al que ideó el epílogo de Interestellar, a Haruki Murakami por el peñazo que fue El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas 世界の終りとハードボイルド・ワンダーランド, a los tiempecidas libros de Javier Marias y Muñoz Molina, a la lista entera de mejores libros 2014 que se le ha ocurrido a Babelia.
La canción más emocionante del año (Do you de Spoon) ya no me relaja la “raja” por eso, en lugar de ir deteniendo como Baddy Jane a los ladrones de mi tiempo, he acabado, para canalizar mi indignación punk, rajando en una entrada HYPE donde la pregunta acerca de si puede el punk hacernos mejores, es un parafraseo de un libro que pocos críticos de cine conocen, el de Stanley Cavell ¿Puede el cine hacernos mejores? Cavell es, junto a Rorty, un filósofo que podría interesar a quien escribe de arte y de literatura. Sin embargo, pocos lo conocen. Y quizás hacen bien.
En lo que sigue, trataré de justificar el desahogo punk llamando la atención sobre nueve aspectos o bien básicos, o bien actuales de un género, también de un movimiento, definido como “lucha constante contra el miedo de las repercusiones sociales” por Greg Graffin, profesor de Ciencias en la Universidad de California, co-fundador y vocalista de la mítica banda de punk-rock, de pleonástico nombre, Bad Religion.
#1 Tres discos rock-punk 2014: Glass Boys de los Fucked Up, More Than Any Other Day, de los jóvenes Ought o el más pop Sunbathing Animal de Parquet Courts)
#2 Un recopilatorio 2014
#3 Un reportaje 2014 sobre un punk menos conocido: El de Indiana. Los Gizmos o Zero Boys. Lo trabajaba Edu Izquierdo en las páginas de Ruta 66: Los años en que Indiana se vistió de punk
#4 Libros-punk esenciales
Esenciales nos parecen: Por favor mátame. La historia oral del punk, de Legs McNeill & Gillian McCain o el de Jon Savage, England´s dreaming. Los Sex Pistols y el punk rock.
Por favor, mátame, recientemente reeditado (con todas las notas y exabruptos que debía contener) por Libros Crudos, es una retrospectiva fundamental sobre la gestación del punk, narrada por el mal hablar de sus propios protagonistas. Más allá del estereotípico movimiento británico de finales de los 70, McNeill y McCain retroceden a la Nueva York de 1966, con The Velvet Underground y Nico, Andy Warhol y a Detroit (MC5, Stooges). Un estupendo periplo en lo más significativo del punk: el do it yourself, la expresión de rebeldía que nace de la conciencia que no necesita haber ido al conservatorio, Patti Smith, New York Dolls, Ramones, Television, The Clash, el sonido amateur pero insustituible de Sex Pistols.
#6 Una revista
Punk! del joven (en los 70) Legs McNeil y John Holmstrom. Abrían con Marlon Brando (The Original Punk).
#7 Una broma: la de Fermin Muguruza
Eskorbuto (Mucha policía poca diversión), La polla records, Parálisis permanente (oh, Parálisis Permanente) Derribos Arias, Kortatu y tantos otros son extraordinaros ejemplos de la vitalidad punk en los 80 y más allá. Precisamente una de las bromas que más nos han divertido estos últimos años fue el experimento Zuloak, el documental, con falsa banda punk de Fermin, sin acento en euskera, Muguruza.
#8 Una interpretación-punk (la de Marcus)
Rastros de Carmín de Greil Marcus, editado aquí por Anagrama, supone una instintiva y cautivadora historia alternativa de la Historia. Explicación de nuestra cultura en la estela de los anticristos, antes y después del aullido de Johnny Rotten, el líder de los Sex Pistols, el punk como movimiento social, un jalón en la historia alternativa del mundo y de las cosas, siguiendo el hilo de los herejes, el nihilismo, el anarquismo místico-lujurioso, las vanguardias, el dadaísmo, el Cabaret Voltaire, la Internacional Letrista y la Internacional Situacionista, los grupos de París en los años 50 y 60 alrededor del autor de la potente idea de “sociedad del espectáculo” de Guy Débord.
Experiencias, conciencias súbitas (encerradas en tres minutos de explosión incontenible) que no derriban muros, dejan en los edificios de la historia la fragilísima, pero en algún punto imborrable, marca de un lápiz de labios en el rostro. Rabia, conciencia de que siempre habrá una canción bajo cuya música nos sentiremos más fuertes (aunque no mejores). Conciencia, rabia y deseos que se quedan grabados en nuestros machacadísimos cerebros como Proust grabó el amor y los anhelos fin de siglo À la recherche du temps perdu.
La crítica cultural, y en concreto la musical, es una labor y un filtro imprescindible
#9 Una idea en la cabeza
Yo sé que alguien habrá percibido en todo su contraste el punk, con tanto movimiento, y detenido, en cambio, el tiempo en la Recherche. Pero Cívico, ¿es que resulta en algún punto comparable el talento de Proust para retener en sí mismo una lengua y una época al golpeteo menos melodioso de Siouxie and the Banshees? ¿Es que, Cívico, en lugar de punk, nos hemos vuelto, de pronto, posmodernos?
No, no somos posmodernos, yo siempre he pensado que la Ilustración es un proceso no fracasado sino inacabado y en lo que toca a la cuestión punk que concluimos, sabemos que el punk deja todo exactamente como estaba a diferencia de la música de radiofórmula, los bailes de la nieta de Franco o mira-quién-canta-también que dejan la tele y el supermercado convertidos en lugares hostiles para la inteligencia, espacios mundi-huecos, tiempecidas absurdos llenos de cursilerías, basura y majadería-supermegabién.
Hermosos: resentimiento punk en tres minutos.
Malditas: lacas (el cambio climático hace tiempo que empezó).
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