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La vida es injusta: acéptalo o suicídate

En Música jueves, 6 de octubre de 2016

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

La retahíla de músicos que merecían más éxito es interminable, incluso la de quienes superaban a sus alumnos ¿pero era realista esperar que burlasen su agrio destino?

Lo que no puede no puede ser, y además es imposible. Esta perogrullada sirve para explicar por qué muchos músicos geniales no gozaron de la repercusión que su obra demandaba. La música pop rara vez entiende de justicia poética, pero lo cierto es que son muchas veces los propios músicos -junto a un sinfín de condicionantes externos- los que acaban por defraudar sus propias expectativas con decisiones, digamos, poco acordes con los requerimientos de la gran industria.

Nos rasgamos muchas veces las vestiduras porque tal o cual banda no obtuviera el eco merecido. El pop y el rock son terrenos abonados para espíritus malditos, talentos singulares alérgicos al éxito e incluso para fenómenos que acaban recabando un rédito muy inferior al de sus alumnos aventajados, aquellos que blanquean y edulcoran sus mensajes para hacerlos más digeribles para el gran público.

Todos tenemos nuestra lista de ilustres damnificados. ¿Pero nos paramos realmente a pensar si era lícito esperar que sus canciones fueran pasto del gran público? ¿Era realista esperar que las masas suspirasen por ellos? ¿De verdad su mensaje podía ser -esa palabra que tanto se estila ahora- transversal?

En este listado abordamos unos cuantos casos, apenas unos pocos dentro de un pozo que podría ser muy, muy profundo…. y del que perfectamente podrían formar parte bandas que en su momento se negaron a extraer singles de alguno de sus discos (Dexys Midnight Runners), formaciones que nunca superaron el pánico a los escenarios (XTC), proyectos roídos por las drogas (Big Star, o cientos más) o cualquiera de quienes protagonizaron, desde una vertiente más hispana, aquel listado de orfebres invisibles que esbozamos hace algo más de un año en este artículo. Músicos consagrados sobre quienes siempre se dibujaron comparaciones odiosas, o bandas más minoritarias que siempre, tal y como reza el lugar común, merecieron más.

#1 Prince

Este fue durante años uno de los grandes dilemas: ¿Tú de quién eres? ¿De Prince o de Jacko? El de Neverland ha vendido cuatro veces más discos que el de Paisley Park (400 millones frente a 100, aproximadamente), pero siempre lució más apostar por el genio de Minneapolis. Es lógico: su talento, su inventiva, su versatilidad, su productividad, su pericia instrumental y su sex apppeal eran mayores.

Pero Michael Jackson, desprovisto además de veleidades estilísticas, de abigarradas incursiones psicodélicas y de encontronazos serios con la industria, era el producto perfecto para agradar a toda la familia. Podía gustar a tu abuela, a tu cuñado o incluso, hoy en día, a cualquiera de tus hijos. La disparidad entre sus cotas de penetración popular siempre fue perfectamente lógica, y la disyuntiva entre ambos, un poco falaz.

#2 Pixies

Cuando “Smells Like Teen Spirit”, de Nirvana, se convirtió en un himno, concretando el desengaño de toda una generación, no fuimos pocos los que tuvimos la impresión de que con ella estaban brindando la liberación de adrenalina en estado puro que los discos de los Pixies no habían logrado acercar al gran público. 24 años después, tanto la muerte de Kurt Cobain (y la mitificación que siempre conlleva) como la reincidencia de los Pixies en prolongar su legado con giras interminables y discos discutibles, no son factores que jueguen precisamente a favor de la revalorización de la obra de Black Francis y cía.

Pero aún con todo, sigue resultando muy difícil, si ponemos ambas obras en los dos extremos de la balanza, argumentar que la discografía del trío de Seattle fuera más rica, más genuina y más ambivalente que la del cuarteto de Boston. Estos últimos sembraron, aquellos recogieron.

Kurt Cobain

Kurt Cobain

Ocurre que Cobain era guapo, tenía imagen, conectó con el angst de una generación emergente y articulaba mensajes más directos. Estaba en el lugar y el momento adecuados. Ni las tardías obsesiones de Pixies con la ciencia ficción, ni su halo de exotismo ni su aura de tipos absolutamente corrientes -esas fotos- parecían un buen salvoconcudcto para asaltar las listas, y la incógnita sobre qué hubiera ocurrido en el caso de no haberse disuelto en 1992 pertenece al ámbito de la ficción.

Al menos se están tomando cumplida revancha hoy en día. Se lo ganaron a pulso durante un lustro rutilante, del que quizá era poco realista aguardar mayor eco en su momento. La influencia a largo plazo no se discute, en ninguno de los dos casos.

#3 The Replacements

Siempre a la sombra de R.E.M. A la espera de convertirse en relevo de quienes sacaron cabeza con mayor fortuna entre el fértil vivero underground norteamericano de los 80. Como su propio nombre indica. No, Paul Westerberg y compañía nunca tuvieron demasiada suerte. Pero su atrabiliario carácter, regado con imponentes cogorzas y decisiones comerciales más que discutibles, tampoco jugó precisamente a su favor. Cuando fueron directos a la yugular de las radiofórmulas, tratando de desmentir su esquiva mala estrella, tampoco ofrecieron la mejor versión de sí mismos: Don’t Tell A Soul (1989) es un disco con muchos momentos a reivindicar, pero brinda también la vis más envarada de la banda, desesperadamente resuelta a tratar de conectar con el gran público.

Tres cuartos de lo mismo cabe decir de casi todo lo que facturaron tras su separación, tanto del proyecto Bash & Pop como del trayecto de Westerberg en solitario. Desengañado del mundo, este acabó grabando discos en su estudio casero, sin más pretensiones que el cariño de los pocos miles de fieles de siempre. Regalando algunas de sus colecciones de canciones a través de la red, sin intentar siquiera buscar otro sello.

Alegra que al menos la gira de reunificación que emprendieron hace unos años fuera un éxito (aunque Westerberg la concluyera, en su más puro estilo, de forma tajante y dejando mensajes cifrados en las camisas que vestía en cada uno de sus últimos bolos: la cosa terminó como el Rosario de la Aurora), porque la de los Replacements siempre fue un carrera que flirteó, con razón, con el desastre.

#4 The Go-Betweens

Podrían haber sido tan grandes como The Smiths. Canciones no les faltaron. La dupla Robert Forster – Grant McLennan tenía un repertorio por el que suspiraría cualquier banda. Pero hasta ellos mismos llevaron siempre con encomiable entereza y un atildado sentido del realismo su escasa proyección comercial, ni siquiera alentada por singles tan diáfanos como “Streets of Your Town” (1988).

Cuando entrevistamos a Grant McLennnan en abril del 2005, y le preguntamos si no estaba cansado ya de formar parte de una sempiterna banda de culto, nos respondía lo siguiente: Creo que siempre hemos hecho muy buenos singles. Puede que lo del culto sea porque nunca hemos estado en una compañía de las grandes grabando tres o cuatro álbumes seguidos. Si miras el caso de Coldplay, U2 o R.E.M., todos ellos tuvieron un gran soporte desde el momento en el que entraron en multinacionales. Aunque, en cierto modo, teníamos canciones como “Spring Rain” o “Streets Of Your Town”, pero también temas como “The Clarke Sisters”, que habla de dos mujeres que están a punto de tener la regla, y eso no es algo muy comercial…

#5 The Auteurs

Irascible, crítico con su entorno, malencarado y ácido. Pero también dotado de un talento simpar para expedir gemas de pop distinguido y atemporal.

Sí, Luke Haines seguramente sea el talento más injustamente velado de la generación del brit pop de los 90, aquel tiempo que a él le tocó vivir casi inmerso en medio de una pléyade de bandas con las que apenas compartía nada, y a las que luego fustigó con saña en su libro Bad Vibes. Brit Pop and My Part In Its Downfall (2009). No es de extrañar que se le agriase el carácter, dada la desproporción entre su pericia y el eco que obtuvo. A cualquiera en su lugar le habría pasado lo mismo. En cualquier caso, su música -por diversos motivos- estaba destinada a ser pasto de minorías, y seguramente era de ilusos aguardar lo contrario.

A tenor de lo que escribió unos años más tarde al frente de Black Box Recorder, a través de la voz dulce de Sarah Nixey, parece que empezó a asumirlo: Life is unfair, kill yourself or get over it, escribía en “Child Psychology” (1988). Con textos así, teníamos fácil dar con el titular de esta pieza.

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