Kaoru Ishibashi era, hasta hace 15 días, un hombre feliz, al menos públicamente. A juzgar por sus dos discos en solitario, Kishi Bashi, como se hace llamar, tenía una espléndida relación con el orden del universo y con cómo funciona la vida en general; todo le parecía bastante bien, así lo hacía parecer el violín en sus producciones cristalinas y vaporosas, y su tendencia general al pop de alegre luminosidad. Hasta hoy. Con su tercer disco, Sonderlust’ Kishi Bashi lo ha hecho oficial: ya no es todo tan bonito. ¿Qué ha tenido la culpa de este cambio? ¿Qué ha espesado el universo del violinista de Of Montreal y le ha dado la complejidad de una temporada de The Wire? Efectivamente, la culpa de todo es de un desastre sentimental.
No le ha ido mal tampoco. Musicalmente hablando, queremos decir. De hecho, la mayoría de la crítica coincide: Sonderlust, facturado a partir de la ruptura con la que ha sido su mujer durante trece años, es el trabajo más rico de Kishi Bashi. Es como si el norteamericano hubiera reunido todo su trabajo anterior y lo hubiera estirado hasta encontrar los intersticios y la multitud de capas que, en realidad, existen en cualquier aspecto de la vida. Basando Sonderlust en la dualidad de felicidad y dolor del amor, Kishi Bashi alcanza trascendencia, dicen en Slant Magazine. “Ode to my next life”, “Who’d you kill?” o “Why don’t you answer me?” son fantásticas piezas de música disco hechas con el hígado. El de Kishi Bashi no es el primero, ni será el último, de los casos de músicos que firman algunos de sus mejores discos después de una ruptura traumática.
Nas, Life Is Good
Nasir bin Olu Dara Jones, más conocido por su hipocorístico musical, Nas, aparecía en la portada de su disco Life Is Good sentado, con gesto pensativo y una especie de falda verde sobre sus rodillas. Hasta aquí todo bien. El caso es que esa falda era la que había utilizado su entonces ya exmujer, la cantante Kelis, en su boda. Este disco habla sobre la vida, el amor y el dinero. Habla sobre el hecho de que el matrimonio es caro, explicaba el rapero en una entrevista en para Billboard.
Marvin Gaye, Here, My Dear
El disco de Nas, en realidad, está intrínsecamente unido a este otro, uno de los más emblemáticos trabajos forjados en el dolor de una ruptura. El decimoquinto disco de Marvin Gaye, Here, My Dear, estaba enteramente inspirado en el divorcio del cantante y su primera mujer, Anne Gordy Gaye; de las canciones al arte de la portada y la contraportada del disco, en la que aparece un templo con la palabra matrimonio derrumbándose. El disco es considerado uno de los mejores de Gaye. Postmortem, por supuesto.
Beck, Sea Change
Cuando hay algo que perturba la existencia de un músico y se convierte eventualmente en el motor artístico de su creación, se nota. En el caso de Beck y su tendencia a la autodeconstrucción resulta mucho más complicado descifrarlo, pero lo cierto es que, en efecto, se nota. Sea Change, su quinto disco tras el excéntrico Midnite Vultures (1999), acabó por convertirse en un testigo perenne de la ruptura con su pareja, la estilista Leigh Limon; instrumentación orgánica y letras mucho más directas, como las de los singles “Guess I’m Doing Fine” y “Lost Cause”, fueron los efectos secundarios de su situación sentimental.
Alanis Morrissette, Jagged Little Pill
En 1995, después de dos discos que habían pasado sin pena ni gloria, la canadiense Alanis Morissette emergió aparentemente de la nada con un puñado de canciones que le granjearon millones de ventas y la irrupción en el star system musical de los 90. Jagged Little Pill se coló en todas las radios de Occidente y todo el que quiso se dio cuenta de lo que era en realidad: un exorcismo público después de que el prometido de Morissette, supuestamente el padre forzoso Dave Coulier, pusiera fin a su relación. El propio Coulier se ha reconocido públicamente en la furibunda “You Oughta Know”.
Adele, 21
Apenas década y media después, la historia se repitió con diferentes protagonistas, pero con idéntico resultado. Si bien ya había vendido 10 millones de copias con su primer disco, Adele vio como 21 la ubicaba directamente en la zona noble de las divas del pop del siglo XXI. Como en el caso de Morrissette, la británica compuso su segundo disco a partir de una ruptura que llegó cuando sólo había grabado una canción. Con una ristra de baladas como “Someone Like You” y algún hit soul como “Rolling in the Deep”, Adele cosechó más de 30 millones de discos vendidos.
Josh T. Pearson, Last of the Country Gentlemen
El disco de Josh T. Pearson no fue precisamente un éxito de ventas. Last of the Country Gentlemen a duras penas entró en el top 100 de Billboard para la sección de country. Sin embargo, si hay que elegir un disco y un artista marcados por la ruptura de una relación sentimental, que sean estos. Tras desaparecer y abandonar Texas en busca de redención, Pearson acabó en Berlín, donde grabó en riguroso directo su único disco en solitario desde 2011. El cantante aparece en la portada del disco abrazado, presumiblemente de rodillas, a las piernas de una mujer, y en el interior ofrece una serie de canciones descorazonadoras que, como “Woman, When I’ve Raised Hell”, “Sweetheart, I Ain’t Your Christ” o “Sorry With a Song”, en directo sólo puede interpretar entre chiste y chiste para compensar el mal trago.
Amy Winehouse, Back to Black
Si bien la biografía de Amy Winehouse siempre está perlada por los excesos, sus idas y venidas sentimentales también deben de enmarcarse en la fiel tradición de la inspiración heartbreaker. A Back to Black se le recuerda, porque los tabloides mandan, por la declaración de “Rehab”, pero la realidad es que esa vuelta al negro de Winehouse estaba propiciada por su ruptura con Blake Fielder-Civil (con quien más tarde se casó). “Back to Black”, “Love Is a Losing Game”, “He Can Only Hold Her” o “Tears Dry On Their Own” dejaban claro el mensaje que la cantante confirmaba en público: Back to Black es cuando has terminado una relación y vuelves a todo lo que es cómodo para ti; mi ex volvió con su novia y yo volví a beber y a los tiempos oscuros.
Blur, 13
Si el Britpop hubiera llegado a ser algo más que subcultura sobredimensionada, Damon Albarn y Justine Frischmann todavía serían la pareja del año. Los Brangelina de los inadaptados. El cantante de Blur y la cantante de Elastica: en ningún departamento de marketing hubieran sido capaces de mejorar eso. Sin embargo, la cosa no funcionó, y Albarn se desquitó con 13, un disco inspirado en la ruptura y el trabajo más arriesgado (por creativo) de Blur hasta ese momento. El viraje no fue sólo emocional, ya que el grupo rompió también con su productor habitual, Stephen Street, y le cedió los mandos al productor de Madonna, William Orbit.
Bon Iver, For Emma, Forever Ago
Los indies también lloran. De hecho, es probable que lo hagamos más que los demás. Por lo menos, en su caso, Justin Vernon lo tenía mucho más justificado: doble ruptura, con su banda y también con su pareja, mononucleosis y una infección de hígado. Con todo eso dejó Carolina del Norte y se recluyó en casa de sus padres, en Wisconsin, en busca del frío. Allí, en 2007 bautizó su proyecto (gracias a la malinterpretación de la expresión francófona bon hiver) y grabó el primer gran disco de Bon Iver bajo el nada sutil título de For Emma, Forever Ago.
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