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Paseos al límite #3: Regiones devastadas, ciudades a medio hacer

En Lifestyle domingo, 29 de junio de 2014

Juanma Játiva

Juanma Játiva

PERFIL

Tras puentear el río Turia y en medio de un animado ajetreo, el Camino Real de Madrid atraviesa la pedanía de La Torre para decir adiós a Valencia y confundirse con el municipio colindante, Benetússer. El paseante está ante el más fronterizo de los poblados del Sur, al que la condición de frontera le adjudicó el sueño urbanístico de la vivienda social del futuro. La crisis le despertó bruscamente.

La sencillez de la plazoleta de la iglesia de Nuestra Señora de Gracia desde donde arrancamos a andar oculta lo grandioso del emplazamiento: justo en el camino real, origen de la España radial que soportamos y al pie de la Vía Augusta, que prefiguró en Hispania el corredor mediterráneo.

Hacia el oeste, el poblado acaba con un amplio grupo de viviendas de protección oficial característico de los años 40, de los que construyó la Dirección General de Regiones Devastadas. Es un linde apropiado para el sueño devastado de la ciudad del futuro. De repente, Sociópolis.

Grupo de viviendas de los años 40 en La Torre. Foto Juanjo Hernández

Grupo de viviendas de los años 40 en La Torre. Foto Juanjo Hernández

Un edificio enredado a medio construir, a la derecha. Enfrente, un coche solitario parado sobre asfalto nuevo en un semáforo de la calle principal por la que apenas pasa nadie, con limitación a 30 digna de mejor causa. Palmeras semisecas, poca sombra. Amplias aceras con bancos de primera, de madera, como no los hay en el centro de la ciudad; solares vacíos rodeados por un sinnúmero de vallas, como un campo de concentración parcelaria.

A la derecha, al fondo, una cuidada alquería recupera vida con la reciente llegada de los músicos de Sedajazz como inesperado foco de creatividad. A su lado, otra alquería del Ayuntamiento en decadencia y una tercera absolutamente degradada. Un arco bajo la carretera invita a seguir al oeste por Faitanar, la pedanía más rural de Valencia, pero seduce más acabar de reconocer lo que su ideólogo, el arquitecto Vicente Guallart, hoy arquitecto jefe del Ayuntamiento de Barcelona, concibió como la base de una “reflexión universal” sobre la vivienda social del futuro y una transición entre el campo y la ciudad.

No hay mucha ciudad y el campo ha desparecido en esta Valencia limítrofe. Apenas cuatro edificios impolutos con signos de tranquila habitación y bajos comerciales vacíos, incluido uno que se ofrece “gratis” a cambio de adaptarlo para panadería. Un barrio apenas insinuado y cada vez más huertos urbanos en recinto vallado, ordenado, limpio, bien irrigado y pertrechado, con dependencias y vehículos municipales de asistencia. Suerte que es viernes, porque si fuera sábado o domingo estaría cerrado, aclara un usuario de La Torre que se considera afortunado como adjudicatario de terreno cultivable. Hay cola, dice, y tienes preferencia al ser de Valencia. Uno de Benetússer, que está a 50 metros, lo tiene difícil.

Valencia

Arrozal en el recinto de huertos urbanos de Sociópolis. Foto Juanjo Hernández

Es el recinto hortourbano más amplio de Valencia. Alguien ha creado incluso un arrozal, probablemente el más pequeño del mundo. Cuesta encontrar una salida entre tanta valla, pero al final hay premio. Junto a la última torre de Sociópolis, una hilera de antiguas casas de huerta remozadas ofrece buena cerveza fresca y un tentempié en Ca Llàcer, justo enfrente de un comercio de muebles que identifica al siguiente municipio.

Apetece echar un vistazo al otro lado del eje Camino Real. Es otro mundo, el pueblo que creció en los sesenta junto a la vía del tren, su límite oriental. Se parece al occidental de Sociópolis en el arco que, bajo las traviesas ferroviarias, comunica con Forn d’Alcedo, siguiente pedanía antes de llegar a Pinedo, que es el acceso al mar de los poblados del Sur. La gente ha convertido toda la servidumbre de la vía en huerto urbano abierto día y noche, regado por la acequia de Favara. Nuestro itinerario circular se cierra junto al puente sobre el Turia. Allí, Valencia dedica una calle a Joan Miró que mira hacia la valla de colores de la autopista.

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