Si es tan fácil proyectar a Jim Jarmusch sobre los vampiros rock que protagonizan Sólo los amantes sobreviven, es porque él también es un cineasta rock (y quizá también un cineasta vampiro). El director neoyorkino pulsó el play de su estilo cinematográfico de ética y estética roquera en los incios de su carrera y… un hechizo se apoderó de todos nosotros.
Hoy, la prima húngara que aterriza en Nueva York llevaría unos cascos enormes enchufados al móvil. Pero en 1984, Jarmusch decidió que Eszter Balint (recientemente recuperada para la pantalla en la cuarta temporada de Louie) escuchara rock añejo a su llegada al paraíso desde un cutre-radio cassette mono en travelling lateral. Además, sin auriculares y con un glorioso uso de la música diégetica (esa que proviene de una fuente de emisión de sonidos visible en pantalla) que iba a facilitar mucho las cosas a los profesores y alumnos de “Introducción al lenguaje cinematográfico”. Se oye hasta el clack! de la tecla del play. Y la canción, encima, se oye mal, como si estuviera grabada cutremente en cinta. Un recurso tan nouvelle vague (o post-nouvelle vague: Jean Eustache en el recuerdo) y tan hiperrealista que es, valga la paradoja, casi irreal.
Quizá porque la canción insignia de Extraños en el paraíso es también un monumento a las sensaciones sobrenaturales: I put a spell on you, el clásico de 1956 de Screamin’ Jay Hawkins, el nigromante del R&B de Cleveland (que no por casualidad es la otra ciudad-escenario de esta película).
Todo el cine de Jarmusch, en mayor o menor medida, ha estado siempre embrujado por el rock. Hay en sus películas otras ascendencias, claro: por eso, suelen tener más capas que una comtessa. Pero quien quiera comerse sólo la iconografia rock como si fuera un ingrediente extraño en el menú de un mundo vulgar o como si fuera el runrún ético que mueve a personajes rebeldes o ex-rebeldes, también puede. En Extraños en el paraíso uno puede agarrarse a I put a spell on you como leitmotiv de esta historia de peces fuera del agua que, ciertamente, actúan como si un extraño sortilegio les desconectara de su entorno. Pero también puede linkar la peli al rock a través de John Lurie (el saxofonista que unió el nervio del rock neoyorkino al jazz de los 50 y 60 al frente de The Lounge Lizards) o de Ricard Edson (primer batería de Sonic Youth), los dos músicos-actores que interpretan a los protagonistas masculinos del film.
En cualquier caso, por eso, siempre será mejor crear la correspondencia gracias a esta poliédrica canción de Screamin’ Jay Hawkins (más tarde, conserje de un hotel en Memphis en Mystery train, también de Jarmusch): con este tema, el Vincent Price negro convirtió el blues en un conjuro sincopado, granguiñolesco y mutante que aún hoy admite infinidad de apropiaciones y remixes (tanto sonoros como visuales), como el del link de aquí abajo:
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!