Vivir en el mundo de la evitación o en el de “me sabe mal decirte que no” o “no sé responder a tus expectativas” nos puede llevar a anular muchas de nuestras fortalezas necesarias para tener satisfacción con la vida.
Si hoy tuviera que elegir entre todos los sentimientos, conocidos y por conocer, aquel que no desearía volver a tener, sería sin duda alguna, la culpabilidad. Creo que es la emoción más penosa que un ser humano puede llegar a tener.
Estoy convencido que no es un sentimiento innato en el ser humano, sino un sentimiento social, inventado por alguien para tenernos a todos “cogidos por los güevos”. Es el arma con la que se nos ha chantajeado para que nos movamos en el mundo del evitar hacer aquello que queremos y deseamos, porque a alguien no le gusta o no lo espera de nosotros…
Es una de las primeras lecciones que se aprende cuando vienes a este mundo. Aparece la figura del que culpabiliza, que generalmente es alguien cercano a ti, cuando aparece después de haberse caído el vaso de la mesa, te mira de una manera que tú entiendes que algo va a suceder… y entonces, uno llora, no por miedo, sino por la actitud con la que se nos riñe, porque es en ese momento cuando descubrimos el dichoso sentimiento de culpa.
Y así actuamos, entre padres e hijos, con la pareja, con los amigos y los conocidos, con todo bicho viviente. A quiere que B haga algo. A hace todo lo posible para que B se sienta culpable si no hace lo que quiere A… así empieza el mundo de “me sabe mal decir que no” o el mundo de “me sabe mal pedírselo” o del “me sabe mal no responder a tus expectativas”.
Pues bien, todo eso es mentira. Si por hacer lo que me gusta, lo que yo siento que es bueno para mí, causo un malestar a un tercero, tomémoslo como unos efectos colaterales inducidos por su propia manera de ver el mundo, pero no por la nuestra. Esto está construido por aquellos que sostienen que sin culpa nos volveríamos unos verdaderos canallas.
Sin embargo, yo creo que sustituir la culpa por la responsabilidad personal es un ejercicio mucho más sano. La responsabilidad es mucho más equilibrante emocionalmente hablando. La culpa siempre crea una separación entre nosotros y la realidad social. El componente de reparación a través de la responsabilidad de nuestros actos es mucho más natural y solidaria con el medio.
Además, aprender de los errores y aceptarlos sin sentirse un fracasado es una oportunidad de aprendizaje y una fuente de información interesantísima de cómo van funcionando las cosas. En definitiva, no somos responsables de la vida de los demás, con la nuestra ya tenemos suficiente y permitir que cada uno viva su vida es el mejor ejercicio que algunos podemos seguir haciendo.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!