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The Get Down: ¿placer culpable?

En Cine y Series martes, 30 de agosto de 2016

Xavi Sánchez Pons

Xavi Sánchez Pons

PERFIL

Netflix vuelve a mirar al pasado en su nueva serie de creación propia. La reciente Stranger Things ponía su mirada en los ochenta, y ahora The Get Down lo hace en el Nueva York de finales de los setenta. ¿El resultado? Una historia rabiosamente  pop y adictiva sobre los orígenes del hip hop en clave serie-espectáculo, que se toma algunas licencias festivas y poéticas. Y es que, a pesar de presumir de cierto rigor histórico, la creación de Stephen Adly Guirgis y Baz Luhrmann está más cerca de una fantasía de lo que pudieron ser esos años que de un retrato fidedigno de la época. Una especie de Cuéntame en clave mestiza ambientada en el sur del Bronx con fugas a la ficción social de Fiebre del sábado noche que, eso sí, se atreve a dar una visión bastante menos edulcorada del tema que trata.

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The Get Down está situada en el Nueva York de 1977, era en la que la música disco dominaba el negocio musical, el punk empezaba a coger fuerza, y el hip hop daba sus primeros pasos. Es más, aquí la cosa está centrada en la colisión entre el rap y el disco, y al mismo tiempo, en los vasos comunicantes que unían las dos escenas; algo que la serie describe a la perfección. Solo tiene un pero, se trata de un recurso narrativo muy feo que, menos mal, no empaña el conjunto: nos referimos al rapero que aparece al inicio de cada episodio. Uno de los protagonistas de la ficción ya crecidito que ejerce como desafortunado cicerone de lo que veremos en la serie, articulada en un innecesario flashback que no aportada nada a la historia. Ahora bien, superado ese escollo, empieza la fiesta. Adolescentes problemáticos con un talento especial para la música, grafiteros bisexuales (arriesgado papel de Jaden Smith), chicas de coro eclesiástico que quieren ser la nueva Donna Summer (ojo con el descubrimiento de Herizen F. Guardiola), políticos latinos con alma de wise guy (espectacular Jimmy Smits) luchando por su parcela de poder en la ciudad, una buena serie de referencias al proto hip hop (las primeras block parties, la magia del scratch, batallas de DJ’s y MC’s, e incluso una versión rejuvenecida de Grandmaster Flash), guiños confesos a la blaxploitation (el personaje de Fat Annie, una versión afroamericana de la Mamá sangrienta de Roger Corman) y al cine de artes marciales (el DJ y dealer Shaolin Fantastic), bandas juveniles inspiradas en los Warriors de Walter Hill, y un personaje secundario robaescenas que protagoniza los mejores momentos de la función; un productor musical politoxicómano al que pone cara un genial Kevin Corrigan.

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Ese amalgama de referencias y personajes utiliza un poderoso pegamento, más allá de la pirotécnica puesta en escena made in Baz Luhrmann (los dos primeros capítulos llevan su firma) -que aquí, todo sea dicho, está más controlada que en Moulin Rouge o El Gran Gatsby-, y de una prodigiosa utilización del montaje paralelo que, a veces, llega a contraponer hasta tres clímax independientes de forma estupenda. El superglue de The Get Down no es otro que una trama bien engrasada digna de un culebrón, clave a la hora de unir un reparto coral que vive en una montaña rusa de emociones constante: historias de amor (algunas secretas, otras no), celos entre hermanos, el despertar sexual de la adolescencia, padres posesivos, profesoras a lo Michelle Pfeiffer en Mentes peligrosas, la problemática del que quieres hacer con tu vida chico, las tentaciones que te llevan por el mal camino, la elección de una vida normal o arriesgarse para conseguir tus sueños, lucha de clases de brocha gorda… Vamos, un territorio que Luhrmann ha tocado en varias ocasiones en sus celebrados melodramas pop y en el que se siente como pez en el agua. Otro elemento que aporta la solidez necesaria al relato son las referencias históricas a lo Cuéntame que ponen en contexto la acción. El gran apagón que sufrió Nueva York el 13 de julio de 1977, la campaña política de Ed Koch para ser alcalde de la ciudad, o la especulación urbanística que destrozó el barrio del Bronx.

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El saldo que arroja la primera temporada de The Get Down, producto que en su faceta más festiva conecta con el espíritu de un par de películas que en los ochenta se atrevieron a mostrar la escena hip hop, Breakdance y Beat Street, es el de un entretenimiento de primer orden que, si bien no conviene tomarse muy en serio como crónica de una época, sí que funciona a las mil maravillas como placer culpable –o no- que fantasea sobre los años de formación del rap.

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