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74 Festival de Cannes: Mundruczó y Enyedi

En Cine y Series 14 julio, 2021

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

Kornél Mundruczó compite por tercera vez en el festival de Cannes, donde White Dog ganó en la sección Un certain regard en 2014 y  Jupiter’s Moon participó en 2017. Tras el estreno en Netflix de Fragmentos de una mujer (2020), que obtuvo críticas muy dispares y la nominación al Oscar para Vanessa Kirby, el director húngaro  vuelve a basarse en un magnífico guion de su esposa, Kata Wéber para ofrecernos una de las películas más hermosas y significativas de esta 74 edición. Para ello, rastrea las huellas de la Segunda guerra mundial a lo largo de tres generaciones de una misma familia, para desembocar en el Berlín actual.

Con un lenguaje visual que saca partido a las posibilidades narrativas menos tradicionales, la reflexión sobre la herencia y las cuentas pendientes del conflicto se teje en lo íntimo con los mimbres de lo histórico, desde un campo de concentración hasta un instituto multiétnico del siglo XXI. Sin solemnidad ni discursos, valiéndose de metáforas como el agua, que arrasa, limpia y fluye a través del tiempo y el espacio, Wéber y Mundruczó se preguntan en este tríptico sobre lo que hemos aprendido y sobre la esperanza para las nuevas generaciones, los retos que afronta la construcción de una identidad en un nuevo país y una cultura diferente. Padmé Hamdemir, Annamária Láng, Lili Monori y el talentoso y carismático Goya Rego protagonizan un filme donde Eva, Lena y Thomas (abuela, hija y nieto) viven más o menos conscientemente con el peso de su dramático pasado. Kata Wéber escribió la historia, que arranca en Hungría en 1945 y partía de una obra de teatro, basándose en su propia madre y en los relatos de amigos judíos que vivieron el comunismo o emigraron a Alemania.

La primera de las tres historias, sin diálogos, de una sequedad granítica, nos obliga a un entrega sensorial recompensada con la deriva surreal de las imágenes en una especie de parto o renacimiento que cierra la tragedia y abre la puerta a una postguerra de incertidumbre, en la que el mundo se dividirá políticamente durante más de cuarenta años. En las otras dos historias, sobrecogedoras también a su propia manera, los protagonistas nos ganarán, con el hilo conductor de Lena, entre su madre anciana en Budapest y su hijo adolescente en Berlín. Ella es el eslabón y el equilibrio, conserva la memoria del pasado y tiene la posibilidad de ver el futuro encarnado en Thomas, el heredero inconsciente de una tradición, que enfrentará a su vez un conflicto característico de nuestro tiempo, un choque cultural-religioso enraizado en lo más profundo de nuestra humanidad.

La directora húngara Ildikó Enyedi, cuya En cuerpo y alma (2017) compitió por el Óscar y ganó el Oso de oro en Berlín, ha estrenado en Cannes Story of My Wife (A feleségem története), una decepcionante película de una hora y cuarenta y nueve minutos, protagonizada por Léa Seydoux, Gijs Naber y Louis Garrel. Basado en la novela de Milan Füst, de 1942, sobre un capitán de marina que se casa con la primera mujer que encuentra en un café, por una apuesta, el filme es un río culebrónico con un guion lleno de tantos agujeros como repetitivo que solo puede provocar un naufragio y el alivio del espectador ante la palabra FIN. La directora, que obtuvo la Cámara de oro  en 1989 con su debut, My Twentieth Century no ha podido controlar una historia que hace aguas pese al esfuerzo de la siempre brillante Seydoux.

En ningún momento sentimos la emoción, la sorpresa ante el amor inesperado, la ansiedad, la frustración, la inquietud ante la posible infidelidad ni ningún otro sentimiento que nos pudiera transmitir un personaje a priori interesante, que en la madurez troca la soledad del mar por el matrimonio mundano. El actor holandés Gijs Naber es menos expresivo que una farola y la relación entre la pareja en ningún momento ofrece las claves necesarias para que la observación de su interacción y evolución nos atrape. Los siete capítulos en que se divide el filme, ciñéndose a la adaptación más literaria, se convierten, tras el pacto inicial con el espectador, en un aburrido enredo de estética trabajada, pero opresiva y asfixiante.

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