Ayer cerramos la jornada con un film estadounidense y hoy la abrimos con The Meyerowitz Stories (new and selected), de Noah Baumbach. Se trata de una comedia intergeneracional, encabezada y trastocada por el patriarca Harold (Dustin Hoffman), y formada por tres hijos de dos diferentes madres, Matthew (Ben Stiller), Danny (Adam Sandler) y Jean (Elizabeth Marvel). Las historias son, como reza su título, “nuevas”, a partir del comienzo de la acción, y “seleccionadas” entre el historial de crianza, diferentes relaciones de apego y consecuencias de los divorcios.
Dividida en varios capítulos, la película sobre los Meyerowitz indaga desde un invisible y ubicuo diván, con elegancia, humor, y también a golpes, dentro de los recuerdos, afrentas y heridas de los tres hijos, para mostrar al final del puzzle un retrato del progenitor. Nadie es ajeno a los efectos colaterales del padre escultor y profesor que, recibidos desde la infancia, han marcado sus vidas hasta el presente.
The Meyerovitz Stories es una comedia neoyorquina, con el argumento clásico de la necesidad del desapego para construir la propia personalidad, aunque sea ya en la edad adulta, que se resuelve con un balance correcto, pero alejado de la originalidad, donde la música de Randy Newman es un aporte bien aprovechado, sin olvidar el interés del cameo de Candice Bergen como la madre de Danny o el de Adam Driver ni la presencia paródica de Emma Thomson.
Before We Vanish, de Kiyoshi Kurosawa, es un film de género fantástico que, en la línea de la Invasión de los ultracuerpos (Philip Kaufman, 1978), describe cómo los humanos son poseídos por extraterrestres que necesitan absorber los conocimientos de sus mentes, vaciándolos para dejarlos en estado vegetativo. Nada destacable en esta película basada en una obra teatro. Quizá todo el mérito estuvo en la adaptación.
Italia compite en Cannes con dos filmes, uno de ellos es Fortunata, de Sergio Casellito. La protagonista homónima es una joven proletaria, que trabaja como peluquera a domicilio, en pleno divorcio de un marido abusador, que se nos presenta como toda una madre coraje de reality show que no alcanza el retrato memorable de personajes similares tan caros al cine italiano. La realización muy plana del guion de Margaret Mazzantini, como habitual colaboradora de su marido no nos dejará ninguna huella.
Hemos terminado la quinta jornada del festival con una de las películas más esperadas, Happy End de Michael Haneke, un retrato de familia bien distinto del que nos ha ofrecido Baumbach, compuesto por Georges Laurent (Jean-Louis Trintignant), sus hijos: Anne (Isabelle Huppert) y Thomas (Mathieu Kassovitz), y los nietos Ève y Pierre; con la presencia de Toby Jones como Lawrence (novio de Anne) y Anaïs (Laura Verlinden), segunda esposa de Thomas, para terminar con los sirvientes, Jamila (Nabiha Akkari) y Rachid (Hassam Ghancy).
Si los pronósticos a priori se cumplieran, Haneke detentaría el record de conseguir tres Palmas de oro, tras La cinta blanca (2009) y Amor (2012). Ello sin contar con el gran premio por La pianista en 2001 y el de mejor director por Caché, en 2005.
“Alrededor, el mundo entero y nosotros, en medio, ciegos.” Instantánea de una familia burguesa contemporánea. Esta es la sinopsis del gran contendiente. El anunciado contraste del estilo de vida de los Laurent en Calais y la crisis humanitaria que toca casi a sus puertas no es el tema de Happy End, porque el último filme del director austríaco enlaza directamente con los postulados de La cinta blanca. Historia alemana para niños, como rezaba su título original y no necesita ceñirse a la actualidad para reflexionar en serio con ironía sobre su motto preferido.
El odio a un discapacitado, a un niño que cae mal, a la madre, a uno mismo, al argelino, al inmigrante misérrimo, al hijo del amo; el mal que sirve para hacer el bien, el daño que se ampara del secreto para no existir… La génesis de la maldad, la psicopatía, la falta de empatía y ganas y/o capacidad de probarse los zapatos y la piel de otro…
Las atrocidades de cualquier dimensión que se llevan a cabo cotidianamente, como conductas enquistadas o normalizadas dentro de una organización social, en este caso la familia Laurent, son la faceta más escondida del mal, el que penetra cada corazón y envenena las relaciones. Los hijos y los nietos de Georges niegan la moral porque sus ancestros la sustituyeron por un estilo de vida, no valoran la vida, porque no la conocen, ni respetan la verdad, porque el silencio y la mentira son su propio lenguaje.
Así, se puede utilizar a los inmigrantes como actores de una performance para épatar a los invitados a un cumpleaños o una fiesta de compromiso, sin rubor de ninguna clase. Se asesina y documenta el crimen sin darle más valor que a una tarea escolar. Se tapan las bocas y anulan derechos laborales con una firma, mientras por otro lado se entrega uno al dirty talk por chat, sin rubor de manifestar que su matrimonio es para siempre.
La gran escena del filme, una conversación entre el inconmensurable Trintignant (Georges) y la niña Fantine Harduin (Ève), revela con gran clase (esos silencios que suspenden el aliento, los primeros planos, la dicción, el ritmo de los enunciados en un diálogo memorable, la autocita) la clave del filme que ha llegado en ese momento a uno de sus hitos: El secreto es el cómplice necesario de lo que no está permitido, y eso no significa que no lo hagamos, porque en el interior no sentimos ninguna conciencia de transgresión. La naturalidad y legitimidad con que tomamos una decisión por otra persona (sea por amor -hacia la abuela o la agresión al hijo de o por odio) nada tienen que ver con las leyes de los hombres, hechas para convertirnos en seres mansos, iguales ante las mismas normas.
Los Laurent no son una banda de perversos delincuentes hacedores del mal, simplemente son personas que obedecen solo a sí mismos y su voluntad. Haneke no se detiene a denunciar la actitud de los millonarios hacia los pobres entre los pobres, porque su cine no es de mensajes, el cine de Michael Haneke es puro cine, porque muestra, no adoctrina ni milita, levanta la alfombra del microcosmos para llegar al macrocosmos, una vez más, otra vez igual y a la vez diferente.
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