La película que ha inaugurado el festival este año de celebración es Les fantômes d’Ismaël, en la que Arnaud Desplechin (Tres recuerdos de mi juventud, 2015) ha contado con grandes actores: Marion Cotillard, Charlotte Gainsbourg, Mathieu Amalric y Louis Garrel, emblemas del cool contemporáneo, y con veteranos del prestigio de Laszlo Szabo e Hippolyte Girardot. La historia de Ismaël (Amalric) es la del hombre que no puede escapar de su pasado, encarnado en Carlotta (Cotillard), que reaparece en un momento de plenitud amorosa y en pleno campo de batalla de su último rodaje.
La obra de Desplechin, presentada fuera de competición, produce una obertura brillante, que desencadena los diversos hilos con desenvoltura: el cine dentro del cine, mientras Ismaël escribe su film; el misterio clásico de la mujer desaparecida, con un clima de ensoñación; un encuentro amoroso renovador; la tortura mental de las pesadillas recurrentes, el insomnio y sus consecuencias en la lucidez; y, finalmente, la reflexión sobre las vidas posibles, los antecedentes familiares y el desarraigo, volcados en el personaje de Iván Dédalus (Garrel), heredero con guiño del Paul que protagonizó Tres recuerdos de mi juventud, así como los diversos desdoblamientos más evidentes del propio Desplechin.
Los recursos que despliega el director francés para crear las diferentes atmósferas son empleados con acierto, recurriendo a espejos manchados y ventanas sucias, en una doble perspectiva (objetivizante para el espectador y, al tiempo, introspectiva para el personaje), pero sobre todo destaca la aplastante delegación en sus actores, que cargan con el peso de la prueba, aportando la credibilidad y solidez de sus personajes.
Si esto es fundamental para cualquier filme, en Los fantasmas de Ismael, es imprescindible, a partir de la obertura, ya que este parece impactado por un meteorito que disgregara la historia, convirtiéndola en una amalgama difícil de digerir, una extravagancia en su sentido literal (errar fuera de los límites). Los artistas crean sus mundos y sus reglas, pero en este caso, no llegamos siquiera a conocerlos, porque las claves desaparecen y nos enfrentan a un guion que se deslavaza. Lamentablemente, a pesar del extraordinario aportación de todo su reparto. Es una pena que en Los fantasmas de Ismael“… estando todos los actores brillantes, sea tan injusto cargarles con el peso de la prueba y luego suspender.
Así y todo, en beneficio de la duda, señalemos que lo que se ha exhibido como filme inaugural es una versión a la que le falta casi media hora, respecto al montaje original del autor, que es el que se exhibirá en las salas. Esperemos que aporte alguna luz a esa confusión descrita o no habrá más remedio que esperar al próximo filme para disfrutar del mejor Desplechin.
La actriz británica Vanessa Redgrave debuta tras la cámara a los setenta y nueve años con Sea Sorrow, trayendo a la Croisette, fuera de concurso, el drama de los refugiados. Activista política y defensora de los derechos humanos, cuenta con Ralph Fiennes y Emma Thompson para construir un film tan personal como la perspectiva que adopta frente a la gran tragedia humanitaria, que la impacto tras ver la imagen del cadáver de Aylan. El teatro y el género documental son algunos de los recursos de que se sirve Redgrave para su reflexión, que nos lleva a Italia, Francia, Grecia y Líbano.
La primera película proyectada en competición de Sección Oficial ha sido Nelyubov (Loveless), del director ruso Andrey Zvyagintsev, quien ya dejó impresionada a la crítica del festival, hace tres de años, con su potente drama político Leviatán (2014), que se alzó con el premio al mejor guion, y más tarde con un Globo de oro.
Esta vez, se nos ofrece un relato aparentemente intimista de ruptura sentimental entre Boris (Alexey Rozin) y Zhenya (Maryana Spivak), un divorcio que parece abocado a un feliz futuro para ambos, si no fuera por su hijo de doce años, del que ninguno de ellos desea la custodia. Su desaparición, tras conocer los planes de sus padres, es el recurso utilizado por Zvyagintsev para traspasarnos con una helada emoción, reflejo de la falta de afecto y empatía de la pareja.
La forma en que reaccionan a la noticia, su colaboración en la búsqueda y el efecto de la desaparición en su respectiva personalidad transmiten una frialdad y escala de valores, que tiene su correlato en la sociedad que les rodea, familiar y laboral, su propia crianza y la realidad política de su país. Como nos tiene acostumbrados el director, la fotografía es un elemento importante del relato, deja hablar por sí mismos a los encuadres, haciendo partícipes al entorno y a los interiores del cometido expresivo, con una elegancia muy rotunda y admirable.
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