No es que Asier Altuna haya sabido encontrar su verdad y hablar de ella con una honestidad que encoge el estómago, es que ha convertido sus palabras en idioma universal. A eso se le llama arte, y eso es lo que es Amama.
Amama es la segunda película de Asier Altuna después de Bertsolari, y la segunda película vasca a competición en dos años. Parece que después de Loreak, de José Mari Goenaga y Joan Garaño -autores también de la excelente 80 egunean-, hay quien se va dando cuenta de que la identidad del cine vasco responde a mucho más que una postura o una geografía. Es un cine que construye su propio lenguaje narrativo y presume de una sensibilidad poética aplastante, características por supuesto también presentes en la cinta de Altuna. Amama es una película que debería llevarse la Concha de Oro hoy mismo si el festival ya hubiese terminado. Escarba con las manos en la tierra, y se deja las uñas para plantar la semilla de sus raíces. Crece y nos habla de herencia e identidad. Se remonta al pasado para ver el futuro. Es una película labrada, no filmada, campesina en su máximo exponente. Trabajada con las manos y desde el corazón, siempre con cabeza. Altuna no pierde sus maneras de documentalista y las arropa con una ficción real. Una ficción que es la de todos. La mejor película de la Sección Oficial hasta la fecha, y a falta de las que quedan, la opción más valiente de cara al jurado.
Pero Amama no desmerece al resto de candidatas, no necesariamente. Al menos no a todas. Es este 63 Zinemaldia un festival con una programación irregular. Películas que parecen otras, que pretenden ser otras o que no saben lo que son, como 21 nuits avec Pattie, la última de los hermanos Larrieu. Una historia de realización personal y despertar a través del sexo. Una suerte de Eric Rohmer resacoso, quizás demasiado cachondo, que divaga entre la realidad y la ficción sin saber qué carta jugar. Una comedia fácil de llevar con mucho acento francés y poco mensaje; O Sparrows, de Rúnar Rúnarson, un joven islandés que firma con esta su segunda película después de Volcano. Es el de Rúnarson un estilo muy depurado pese a su corta trayectoria. Depurado, pero escaso. Aún así maneja una narración muy estética que se ve constantemente beneficiada por el marco de su historia, los hermosos fiordos. Sparrows habla de la madurez y de la adolescencia, pero también lo hace de una Islandia huérfana y desconsolada. De una sociedad elegida como faro por el resto del mundo, pero en el fondo abatida. Desamparada y pervertida, violada. Sería un buen trabajo, y de hecho lo es, si no fuera porque responde a un patrón de historias del que estamos ya un poco hartos. El empleo de la misma metáfora para tratar el mismo problema en tantas otras cintas, sobre todo de realizadores jóvenes, empieza a cansar.
Los que no cansan son los autores latinos. Dos nuevas cintas hispanas a concurso y dos propuestas más o menos interesantes. La primera y pese a todos sus esfuerzos más convencional, se trata de Eva no duerme, del argentino Pablo Agüero y no, no es la historia detrás de la creación de EL HYPE. Eva no duerme nos habla del cuerpo de Eva Perón desde su muerte hasta los años setenta, y nos presenta un cadáver manoseado, embalsamado y maltratado. Apaleado, enterrado, exhumado y vuelto a enterrar. Una película estética y teatral, con tres actos que dan la sensación de ser tres únicos planos secuencia. Una metáfora del peronismo que aún a día de hoy sigue dividiendo a la sociedad argentina. Un ejercicio de memoria histórica y ficción documentada de resultado blando. Bien acabado pero quizás algo escaso.
La segunda es más interesante, se llama El apóstata. Aunque sinceramente, no sé muy bien qué pensar, Federico Veiroj me tiene desconcertado. El apóstata es casi una deconstrucción; un conjunto de partes más interesantes por separado que puestas en conjunto, pero de resultado bizarro y extrañamente atractivo. Un eterno treintañero busca la apostasía como ejercicio de liberación ante una situación familiar que lastra su existencia, pero al mismo tiempo es presentado como un sosainas incestuoso, ladrón, egoísta… Así hasta repasar todos los mandamientos. Siempre con cara de pánfilo. Veiroj construye una historia de localización ambigua, cuyo peso recae en un actor, Álvaro Ogalla, más preocupado por ocultar su acento uruguayo (evidentemente no español como su personaje), que de interpretar. Pero, por alguna razón, atrae. El apóstata no convence por su rotundidad, pero quizás si lo haga por su ambigüedad, con todo lo raro que eso resulte. No lo sé, igual nos da alguna sorpresa. Bueno, y tiene a Bárbara Lennie, lo mismo es eso.
Sea como sea, y con el permiso de Amama, dejo la mejor para el final: High-Rise de Ben Wheatley. Ben es un tipo sencillo. Con sus barbas y sus pelos. Bajito y ancho. Se ríe mucho en la rueda de prensa, es afable. De gracioso contraste junto a Tom Hiddleston, alto, elegante, estiloso. Pues estos dos caballeros británicos, uno más que otro, se han sacado de la manga una adaptación ballardiana de la que ya podría aprender mucha de la ciencia ficción del momento. High-Rise es una novela escrita en los años 70 por J.G. Ballard, uno de los autores de ciencia ficción más importantes y un escritor que supo adelantarse a su tiempo con estremecedora exactitud, al menos cinco minutos en el futuro. Miró a la vuelta de la esquina con su caleidoscopio y volvió para contarnos que si seguimos así nos vamos a ir todos a la mierda. Ahora no hay que ser muy listo para adivinar esto, pero entonces, y con tanto detalle, sí.
Y eso hace Ballard, describir con toda precisión la desestructuración del tejido social. Nuestra dependencia exagerada al hormigón y la tecnología, y nuestra metamorfosis kafkiana en seres irracionales, inhumanos, carentes de razón y sensibilidad. Ben Wheatley lo imagina y dirige una película compleja, clásica pero contemporánea, muy potente y muy coral pese a su principal protagonista. Radiografía lo urbano y lo concentra para después hacerlo saltar por los aires. Un tipo gris le sirve de excusa para pasearse por las capas sociales, enseñarnos su inmundicia. Para bajar al sótano y colocar dinamita en sus pilares. Y nos ayuda a verlo arder. Gran película High-Rise que seguramente lleve a engaño en cuanto a su ritmo y desarrollo a todos aquellos que vean el tráiler y no conozcan el estilo de Wheatley. Empezad por Sightseers, que es más sencilla.
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