El tercer día fue el de una resurrección, la del magnífico James Gandolfini, como secundario de lujo en el thriller dirigido por Michaël R. Roskam, The Drop (La entrega).
El punto fuerte del film es la maestría de Dennis Lehane (Mystic River, Shutter Island), autor de la novela en que se basa el film, gran recreador de ambientes de su Boston natal como buen conocedor de los bajos fondos, la cultura irlandesa y el catolicismo que impregnan una sociedad muy bien caracterizada, aunque en la película el escenario se traslada a Brooklyn, pero sin afectar a lo esencial.
Por fortuna, Roskam respeta la materia de partida, consiguiendo dotar de una tremenda verosimilitud la historia que desgrana, con exacta dosificación, para mantener en vilo al espectador, avivar la intriga y construir una rápida empatía con los personajes. Los bares como lavanderías de dinero, cajeros automáticos para una nueva mafia chechena que cambia el paisaje del crimen organizado, son el espacio escogido por Lehane para mostrar la más crudo de la ciudad. Roskam la habita con el excelente Tom Hardy (Origen) y una Noomi Rapace repleta de matices, cien por cien entregada a su personaje.
The Drop es una película de ambientes y personajes, más que de historias, a pesar de lo que parezca. El protagonista, Bob, es un personaje de perfil bajo que crece bajo nuestra mirada sin cambiar un ápice, porque la exhibición de su personalidad está calculada al milímetro, es auténtica y veraz, sorprendente en la última parte e incluso reveladora para el espectador. La normalidad y el crimen están más cerca de lo que parece.
Menos veraz y más lejana, la película de Susanne Bier, A second chance (Una segunda oportunidad), nos ha dejado fríos a pesar de contar una historia de supuesta emotividad extrema. Un policía que acaba de perder a su bebé por un fallecimiento súbito intercambia su cadáver por el del hijo de una pareja de yonkies, desatendido y maltratado. La protección de los débiles, el cumplimiento de la ley y el propio interés se entrecruzan como coartadas para justificar una acción desesperada.
Sin embargo, esa desesperación y toda la tragedia que va erigiéndose sobre el protagonista, Andreas, interpretado por Nicolaj Coster-Waldau (Oblivion, Juego de Tronos) no nos conmueven, nos mantienen a la expectativa de que algo traspase la pantalla y eso no es bueno, porque justamente toda la artillería que pone en marcha Bier está dirigida hacia nuestro corazón. Ni nos emociona, ni nos mueve a replanteamientos éticos y, al final, sus problemas solo le importan a su compañero de trabajo Simon (Ulrich Thomsen). El desenlace, ya no es cosa nuestra.
John Malkovich ha hecho acto de presencia en San Sebastián con la película de Michael Sturminger Casanova Variations, una respetuosa, creativa y apasionada película sobre los últimos días de Giacomo Casanova. La aproximación a un personaje mil veces tratado en el cine, al mito y a la leyenda que implica, no ha arredrado a su director, porque su planteamiento es osado, una apuesta que salda con excelente resultado.
Sturminger planea una superposición de puntos de vista, con el distanciamiento de partida, al simultanear tres niveles de acción, el real de los personajes que actúan en una obra de teatro (con referencias a las vidas reales de los actores y al supuesto montaje teatral); en segundo lugar, la propia obra representada, con público, que incluye música de Mozart y Da Ponte (donde Casanova y su última pretendida conquista también son doblados por otros en los mismos papeles, actuando simultáneamente) y, por último, lo que representaría una versión cinematográfica sin bambalinas ni metalenguaje.
Los tres niveles de representación siendo todos ficcionados, asumen en diferente grado la descripción del protagonista, a través de su vida, sus memorias en proceso de escritura, la interpretación del pasado directa o vicariamente, mediante actores superpuestos y consiguiendo un cruce de aportaciones que dota a la película de una vivacidad, reflexión y realismo poco frecuentes en un biopic tradicional.
El director obvia, por suerte, el juego de realidad-ficción, el trampantojo de fácil recurso cuando se filma cine o teatro dentro del cine, excepto en una de las primeras secuencias, para poder explotar el equívoco dramáticamente y establecer la jerarquía de las acciones, cara al espectador último, que era el que vio la película en una sala de San Sebastián o el que la disfrutará, si la distribución lo permite, en cualquier otra ciudad, en un cuarto y definitivo nivel de representación.
John Malkovich sigue jugando al equívoco, a la multiplicidad de la persona/actor/personaje, con guiños al respetable, que incluyen un “Lo siento, no puedo evitarlo” y una sencillez que se agradece mucho en estos tiempos.
Todas las crónicas del 62 Festival de San Sebastián, aquí.
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