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57º Festival de Sitges: “Rich Flu”, “Daniela Forever” y “Strange Darling”

En Cine y Series miércoles, 9 de octubre de 2024

Javi Cózar

Javi Cózar

PERFIL

El 57 Sitges – Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya nos ha brindado estos últimos días tres propuestas en sección oficial competitiva que, por su originalidad ciertamente curiosa, merecen un espacio en esta segunda crónica del festival. Se trata de Rich Flu, de Galder Gaztelu-Urrutia, director de El hoyo, película de la que curiosamente se acaba de estrenar la segunda parte dirigida también por él; Daniela Forever, de Nacho Vigalondo; y Strange Darling, de JT Mollner.

Rich Flu tiene un punto de partida realmente peculiar: un virus mortal comienza a propagarse por todo el planeta pero solo afecta a las personas que son ricas. A partir de aquí, la película tiene dos partes bien diferenciadas. En la primera, la protagonista (excelente, como siempre, Mary Elizabeth Winstead) asiste a la lenta pero imparable confirmación de este virus, y es aquí donde la película nos explica que, una vez que se confirma que el virus solamente ataca a gente rica, se desata una desesperada lucha de esta clase social por deshacerse de todo su patrimonio. Es la parte de la película que conecta más abiertamente con el género fantástico, y Gaztelu-Urrutia la resuelve con un pulso narrativo firme. En la segunda mitad, Rich Flu sigue un camino quizás inesperado, y para muchos aquí en Sitges decepcionante: nos narra la odisea de la protagonista (y de su familia) por alejarse de cualquier signo de opulencia económica, lo que les llevará a emprender un viaje en patera a África.

Las intenciones de Gaztelu-Urrutia no pueden ser más obvias, especialmente en esta segunda mitad en la que personas habituadas a un alto nivel de vida terminan exactamente igual que los inmigrantes que son noticia en los telediarios con (desgraciadamente) tanta frecuencia. Se trata, al igual que en su anterior El hoyo, de tejer una fábula moral acerca de las diferencias de clase. En esta ocasión, sin embargo, el fantástico no vertebra el relato, como sí ocurría en El hoyo. Al director vasco no le interesa hablar del virus, de su funcionamiento, no se nos explica nunca cómo el virus sabe quién es rico, mucho menos dónde está la línea que separa a una persona rica de una que no lo es (aunque se nos den pistas acerca de esta cuestión).

Lo que sí le interesa es colocar a una persona acomodada en el que, probablemente, es uno de los escalones más bajos de nuestra sociedad, el de un inmigrante sin literalmente nada que se ve obligado a realizar un peligroso viaje por mar porque ese peligro entraña más esperanza que la vida que lleva. Esa subversión de la realidad que conocemos es la que aleja a Rich Flu del género fantástico y la acerca sin duda a propuestas de corte incuestionablemente social como Yo, capitán.  Porque plantea cuestiones éticas como la invisibilidad de esos inmigrantes que se juegan la vida, o la importancia de tener valores en la vida que superen los meramente materiales.

Es en este discurso moral que Rich Flu, pese a su evidente interés, se revela una cinta ligeramente naïf durante casi todo su metraje: cuestionar la conveniencia o no de tener dinero es un debate ingenuo, sin duda. Pero es en su tramo final cuando se plantean de manera gráfica cuestiones no tan inocentes como la redistribución de la riqueza: en la pequeña comunidad en la que acaba la protagonista se redistribuyen las posesiones cada cierto tiempo para que nadie tenga más que nadie y, de esa forma, todos sean inmunes al virus. El desenlace de Rich Flu, sin embargo, no puede ser más desesperanzador porque, sin hacer espóiler, confirma que el arribismo, la ambición desmesurada y las ansias de poder económico son rasgos de los que no se pueden desprender las personas que los tienen. El verdadero virus, pues, anida en las entrañas de estas personas.

Daniela Forever podría servir como síntesis bastante certera de lo que suele ser el cine de Nacho Vigalondo. Porque es lo que le ocurre a todas sus películas, desde Los cronocrímenes hasta Extraterrestre pasando por Open Windows, con la notable excepción de Colossal: una buena premisa de partida es luego desaprovechada por una narrativa errática y, a menudo, escasamente interesante. En el caso que nos ocupa, además, la premisa tampoco es excesivamente original: un joven es incapaz de soportar la dependencia emocional de su novia recientemente fallecida y, a sugerencia de una amiga, se apunta a un experimento científico en el que se le induce a tener sueños lúcidos en los que puede seguir compartiendo momentos con su novia.

Daniela Forever Sitges

Daniela Forever (Nacho Vigalondo, 2024).

El cine se ha acercado al mundo de los sueños en múltiples ocasiones, y de hecho en el género fantástico todos conocemos una saga iniciada por Wes Craven que explora la conexión entre la realidad y los sueños. Hasta aquí, poco nuevo. Pero se le ha de reconocer que, como punto de partida, Daniela Forever no arranca sin interés. El problema es que, a partir de ahí, la película se atasca en su propia premisa y durante buena parte del metraje no va más allá de la descripción de la felicidad del protagonista al poder compartir momentos con su novia fallecida. Una vez que queda claro que no está dispuesto a superar su dependencia emocional, y esto queda claro bien pronto, la película no sabe pasar página y poco a poco la narración deviene un bucle un poco tedioso.

No es hasta bien entrado el tercer acto que Daniela Forever, casi por arte de magia, se vuelve lúcida y remata la faena con una triste reflexión acerca de la imposibilidad de recuperar a los seres perdidos, que entiendo es la razón de ser de toda la película: el protagonista ha de aceptar finalmente que los sueños, por muy lúcidos que sean, no permiten reproducir la experiencia de la vida real.

Pese a todo lo dicho hasta ahora, Daniela Forever está muy lejos de ser una experiencia inane. Y ahí está, por ejemplo, su magnífico tercio final, donde sin duda Vigalondo vuelca lo mejor que tiene que aportar en esta película, y en el que plantea una curiosa paradoja: el cambio de aspect ratio que había servido hasta entonces para diferenciar la realidad (1.33:1) de los sueños (Scope) se vuelve traicionero, y se produce una invasión de imágenes claramente oníricas que, en vez de estar mostradas en Scope, están mostradas en 1.33:1. Es el momento en el que el protagonista comienza a perder su compostura mental a causa del experimento, y aquí Vigalondo sí que sabe cómo retratar de manera interesante este derrumbe psicológico.

Strange Darling no dejaría de ser “otra” película de asesinos en serie si no fuera por dos detalles. El primero, un giro argumental en cuanto a la identidad del asesino que no vamos a revelar aquí por razones obvias. El segundo, y más importante, porque elige una estructura narrativa dividida en capítulos pero los muestra desordenados, como hizo Quentin Tarantino en Pulp Fiction.

Estos dos factores permiten a JT Mollner confeccionar un potente thriller de persecución que, con todo, tampoco va mucho más allá de estos dos ingredientes: si la película estuviera explicada en orden cronológico tampoco supondría ninguna sorpresa para el espectador más avezado, porque ni siquiera la narrativa desordenada puede encubrir la previsibilidad del giro argumental que mencionaba antes, y que se ve venir de lejos desde el momento en el que uno es consciente de que detrás del artificio narrativo hay bien poca cosa.

La persecución que centra toda la película, eso sí, está narrada con un pulso firme y ofrece momentos de violencia directa muy potentes. Strange Darling no se aparta en (casi) ningún momento de esa persecución, y eso a la postre la convierte en una película intensa en su dramaturgia y hasta bucólica en lo que muestra: ni le interesa salirse de los márgenes del thriller ni tampoco pretende alcanzar ningún tipo de sofisticación (no entiendo a estas alturas que la narrativa desordenada sea nada sofisticado). Encerrada en su propio mundo, no ofrece apuntes de ningún tipo que no tengan que ver directamente con el asunto central de la película. Y esto, por una vez, se agradece en estos tiempos de hibridación de género en los que es cada vez más complicado disfrutar de una película que atienda solamente a un género cinematográfico o, si se quiere, a un solo tipo de acotación argumental.

Strange Darling, pues, es una película disfrutable, mejorada por una música violenta, y con una interpretación soberbia por parte de sus dos protagonistas. Lo justo para destacar ligeramente sobre el grueso de thrillers adocenados, clonados e insípidos que nos llegan a la cartelera semana sí semana también.

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