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Música

El legado del escorpión. Antonio Flores: No sin mi madre

En Vidas salvajes, Música 15 junio, 2016

Miguel Caamaño

Miguel Caamaño

PERFIL

Se cumplen casi treinta años desde que se fue Antonio Flores, porque no soportaba estar sin su madre, una tal Lola Flores. No era complejo de Edipo, sino que sin ella no era él, así de sencillo, por eso se fue joven, salvaje y prematuro. Gitano hasta la médula, pero con esa chulería madrileña insobornable, este moreno que se las llevaba de calle rezumaba melancolía y desprendía olor a alcantarillas, a ese Malasaña indómito que nunca dormía, a esa capital de protección oficial de la que el hijo de la Faraona supo zafarse casi a tiempo.

Murió arrollado por los excesos alevosos en esa suerte de santuario del arte llamado “El lerele”, que perdió el hechizo del secreto por obra de Bertín Osborne, pero que siempre se caracterizará por ser el Graceland de los Flores, una dinastía irrepetible. De un Pescaílla y una Faraona salió un jodido genio de música sin militancias de pegatina, de canciones en su estricto sentido, no le hacía falta posar en carteles ni en anuncios, él prefería, sentir, vivir y transmitir… ni más ni menos.

La nostalgia le atenazaba más de la cuenta, entonces es cuando esa espina se clavó en la cima de su montaña, algo que primero por curiosidad, luego por adicción y más tarde por pena acabó por joderle la vida… a él y a quienes le querían. Su participación en El taxi de los conflictos, Colegas o Sangre y arena no deja de ser una anécdota que nos acerca a un muchacho que supo llevar con orgullo y dignidad el ser “el hijo de…”. Es más, no vivió jamás de serlo y trazó su camino con unos textos memorables y versiones de Sabina que incluso superaron a su amigo de correrías.

Era jodidamente escorpio en sus actos pero sin picar más de la cuenta… no podría haber matado a una mosca. Los estudios donde grabó esos trozos de Madrid, esos lienzos de amor y desespero se llamaban también Escorpión y dejaron la impronta de un Antonio en estado puro, el mismo que hechizaba con su mirada huidiza, con esa voz de follador sin querer serlo y esa delicadeza y rudeza a partes iguales.

Era libre, nadie podría haberle frenado ni adocenado. Vivía en La Moraleja las resacas, pero sus venas estaban en esa Gran Vía madrileña a la que se debía y que le encantaba recorrer con esos pantalones gastados por una vida que le daba y le quitaba a casa paso. Como cuando se fue su madre, algo que no pudo soportar ni con todo el amor que le rodeaba, que nos consta que era inmenso: el de sus amigos, el de sus hermanas, a quienes regaló sus renglones (sobre todo a Rosario), el de su padre, de quien puede que escuchase más a su guitarra que sus consejos, el de su Ana, a quien quizá nunca dejó de amar (la respuesta se la llevó él consigo) y a Alba, ese pedazo de ellos a quien dedicó esta inolvidable canción.

Antonio está en nosotros…por siempre. Así pasen los años… eso nada podrá cambiarlo. Gracias, peludo.

Actualizado el 6 de agosto de 2022

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