Cuando Inside Job ganó el Oscar al mejor documental en 2010, pocas excusas quedaban ya para obviar el verdadero relato de la crisis de las subprime: la catástrofe de 2008 podía haberse evitado y los que la provocaron formaban parte de un sistema corrupto y avaricioso que salió (casi) impune de la debacle.
Las reconstrucciones dramáticas que se han escrito desde entonces, incluido el frío y calculado debut de J.C. Chandor, Margin Call (2011); y la épica sátira deMartin Scorsese, El lobo de Wall Street (2013), confluyen ahora, y junto a Inside Job, en una de las películas más importantes del último lustro: La gran apuesta, dirigida por Adam McKay.
La confluencia de dichas películas en esta no significa que La gran apuesta sea un copia y pega, sino que el filme forma parte de la cronología cinematográfica de los hechos. Primero fue la exposición factual de Inside Job, luego el dramatismo cronometrado de Margin Call y finalmente la irónica celebración endogámica de los codiciosos en El lobo de Wall Street. Todas ilustraban a los culpables, pero la literatura (y el cine), cada vez se hacían más presentes. Se pasó del señalar al tú también lo habrías hecho; tú también te habrías arrastrado hasta el Lamborghini como lo hizo Leonardo Di Caprio.
La gran apuesta, como parte de esa evolución, afronta la crisis del 2008 desde el punto de vista de quienes apostaron en contra de la economía. Los protagonistas de la película de McKay eran participantes de ese sistema bursátil que dejó que todo se echara a perder, pero dedicaron su breve instante de lucidez para aprovecharse de la ceguera de sus vecinos de rascacielos.
Michael Blurry (Christian Bale), gerente de un fondo de cobertura en California, fue uno de los primeros inversionistas en tomar parte de esa ofensiva contra el sistema. Blurry se presentó en varios bancos de Wall Street dispuesto a comprarcredit defaults que auguraban caídas del valor del mercado de la vivienda para 2017 y los bancos le abrieron sus puertas porque creían estar aceptando dinero de un desequilibrado.
Otros economistas como Mark Baum (Steve Carell) necesitaban confirmar las sospechas de Blurry antes sumarse a su estrategia de victorias a largo plazo, con lo que se lanzaron a la carretera para viajar por los Estados Unidos pre-crisis. El filme hace de esa empresa su oportunidad para ilustrar las aventuras capitalistas tan evidentemente disparatadas para los que ahora conocemos las consecuencias: desde peones inmobiliarios que sacaban cinco hipotecas de unastripper en los suburbs de Miami, hasta los gerentes que de ello presumían en congresos de promotores en megahoteles de Las Vegas.
El filme de McKay es un relato, por tanto, que expone y explica el problema, retrata y nombra a los responsables, y dramatiza y convierte en héroes a quienes sacaron tajada de la hecatombe. Porque hay una lucha por demostrar las previsiones pesimistas de Blurry que creían en un universo inmobiliario decadente, pero también codicia en el momento en el que el propio sistema financiero trata de maquillar pérdidas y los protagonistas ven peligrar los beneficios tan suculentos que creían estar a punto de guardarse en el bolsillo. No son Blurry y Baum héroes sociales que se rebelaron contra el sistema, sino héroes capitalistas que supieron aprovechar la estupidez y la corrupción de los poderosos, luchar contra las adversidades de un sistema que no quería darles la razón y acabar con un balance de cuentas en positivo (¡y tan positivo!).
Pero La gran apuesta restará como película importante por lo que representa como documento histórico de la irresponsabilidad y del complejo universo de héroes y villanos que por tan ambiguo que es uno ya no sabe a quién coño animar. También porque aun en el triste e indignante escenario que el filme representa, hay espacio para el entretenimiento.
Porque La gran apuesta es entretenida. Incluso en la seriedad de su temática, la película divierte. Y los paréntesis que explican palabros económicos al espectador no son meras pausas de contexto, sino facilitadores de condescendencia; nos permiten que, por un momento, la historia nos excuse el tiempo transcurrido y sepamos lo mismo que Blurry y Baum sabían en 2006/7; nos permiten que, durante una película, podamos mirar por encima del hombro a los hijos de puta que durante tanto tiempo lo hicieron con nosotros.
En ese sentido, puede que La gran apuesta acabe por enfurecernos todavía más, pues para el final ya deberíamos saber que la mayoría de culpables acabaron recibiendo bonus astronómicos por sus cagadas, pero el receso es tan fascinante, elocuente y divertido que el escupitajo que la película nos permite echarle a los desgraciados de turno es suficiente excusa para catalogar a esta como una de las películas del año. Quizá, ya lo decíamos al principio, la más importante de todas ellas.
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