Hay pocos procesos fotográficos primitivos que despierten tanta admiración y curiosidad como los ambrotipos y ferrotipos. El tiempo se detiene, y la fotografía recupera su cualidad de convertirse en un tesoro tangible. Olvidemos las imágenes de nuestros bisabuelos y los sentimientos nostálgicos, hablamos de un encuentro: El de los principios de la fotografía y la expresión contemporánea.
El proceso del colodión húmedo, inventado en 1851 por Frederick Scott Archer, consistía en impregnar la superficie de una placa de cristal con una sustancia llamada colodión y, acto seguido, sumergirla en un baño de nitrato de plata. Este último, sensible a la luz, registraba una imagen en negativo dentro de la cámara y gracias a la magia de la refracción, esta se convertía en una imagen en positivo una vez se pintaba de color negro el reverso del cristal.
Así nació el ambrotipo, gracias a James Ambrose Cutting en 1854. Infinitamente más económico y sencillo que sus predecesores y ante todo, más cercano a una sociedad media que podía ser retratada y por tanto, recordada, una de las necesidades del hombre.
El cristal se sustituyó por placas metálicas pintadas de negro, los ferrotipos, que las convertían en un objeto menos delicado y accesible a todos los bolsillos.
¿Pero por qué rescatar una técnica fotográfica del siglo XIX en el siglo XXI? Y ante todo, ¿para qué?
Vivimos en un siglo de emociones fugaces, saturados de estímulos visuales. Cientos de imágenes pasan por nuestra retina todos los días. y asumimos inconscientemente la imagen como algo virtual, plasmado en pantallas de ordenador, en carteles gigantes que nos rodean en nuestro día a día. Remaquetando y retocando una y otra vez, olvidamos que la fotografía es también objeto, una pieza trabajada con las manos., química y técnica aplicada con mimo y experiencia. En eso reside su verdad.
Tuve la suerte de conocer hace un tiempo el trabajo de Éric Antoine. Fotógrafo autodidacta que explora las posibilidades de la fotografía analógica y que desarrolla gran parte de su trabajo artístico en estas fantásticas placas de vidrio ennegrecido.
Se trata de un trabajo sutil, cargado de mensajes que llaman a la puerta de nuestro subconsciente, una visión fotográfica ajena al caos de las ciudades y la abrumadora vida del ciudadano contemporáneo, frente a la complejidad del mundo.
Al nombre de Éric Antoine podríamos agregar el de Mark Sink, Luo Dan, Chris R Pérez y David Emitt Adams. Fotógrafos experimentados con los que deleitarse admirando su trabajo.
La fotografía camina cogida de la mano de nuestro presente. Pero no siempre por el mismo sendero.
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