Rain Dogs, un disco en el centro de todo
Rain Dogs es el disco central de la discografía de Tom Waits, y no solo porque sea su mejor disco, además de su mejor colección de canciones, es que, literalmente, es el disco situado en el medio de su discografía, hay ocho discos anteriores y ocho discos posteriores y, si tenemos en cuenta que el último de ellos salió hace ya 14 años, todo parece indicar que se va a quedar en esa posición para siempre.
La trilogía de la reinvención
Es también el disco en el centro de la trilogía de obras maestras con la que se reinventó a mediados de los 80, una que comenzó con Swordfishtrombones en 1983 y terminó con Frank’s Wild Years en 1987, pero que tuvo su culmen aquí, en 1985, con este Rain Dogs, el disco neoyorquino con el que completó su transformación de cantautor zarrapastroso y crooner de voz rota al Tom Waits que todos conocemos ahora, esa figura única e icónica que contiene multitudes, ya sea un bluesman experimental, con un poso teatral y cabaretero, o los anteriores señalados.
Y es que cuando comenzó la década de los 80 a Waits se le estaba comiendo su personaje, esa especie de protagonista del «One More for My Baby» que cantaba Sinatra pero en plan vagabundo, ese cantautor borracho que aullaba sobre su piano borracho melodías dignas de un Cole Porter con letras sobre putas de Minneápolis, fantasmas del sábado noche, cerveza caliente, mujeres frías, hígados devastados y corazones rotos.
Waits se estaba convirtiendo en un cliché, pero lo curioso fue que el momento en que todo cambió fue —y no puede haber un cliché mayor— cuando conoció al amor de su vida. Ocurrió mientras trabajaba en la banda sonora de Corazonada de Francis Ford Coppola, donde también trabajaba Kathleen Brennan. El caso es que lo suyo fue un flechazo de película y en muy poco tiempo ya estaban casados y viviendo juntos.
Brennan fue la responsable de abrir más los oídos a Waits, introduciéndole en la música de iconoclastas como Captain Beefheart o Harry Partch. El efecto sería inmediato, con Waits abriéndose a un sonido mucho más experimental, apareciendo instrumentos mucho menos comunes, algunos de ellos inventados y estilos tan variados como el blues, el tango, la música de cabaret o composiciones que seguían teniendo su origen en el Tin Pan Alley pero parecían interpretadas por un cavernícola.
Nueva York como laboratorio creativo
Fue así como surgió Swordfishtrombones, uno de los mayores giros en la carrera de un artista ya consolidado. Pero lo mejor estaba todavía por llegar. Waits se mudó a Nueva York y entró en contacto, como no podía ser de otra forma, con los mejores artistas y músicos de la escena ‘underground’ neoyorquina, conoció a Basquiat, al cineasta Jim Jarmusch y, más importante para esta historia, se hizo amigo de John Lurie, saxofonista (suyo es ese humeante saxofón en «Walking Spanish») y líder de los Lounge Lizards, una banda que mezclaba jazz con otro géneros y que acababa de fichar a un guitarrista extraordinario llamado Marc Ribot. La guitarra de Ribot se convertiría en uno de los elementos fundamentales de la segunda etapa de la carrera de Waits.
Fue también en Nueva York donde Hal Willner, que ejercía de director musical del Saturday Night Live, dio a conocer a Waits la música carnavalesca de Kurt Weill y lo invitó a colaborar en Lost in the Stars, un homenaje al compositor alemán. Todas estas nuevas influencias comenzaron a unirse en este nuevo trabajo en el que Waits se inspiró en su nueva ciudad, en sus malas calles y peores tugurios y en los sonidos que emanaba. Una de las primeras cosas que hizo Waits fue salir de su apartamento, en la esquina de las calles Washington y Horatio, en Manhattan, con una grabadora para recoger el sonido de la ciudad.
Rain Dogs completó la transformación de Tom Waits en esa figura única e icónica que contiene multitudes, y ahora conocemos todos.
A pesar de ser un disco grabado en medio de los 80, una década conocida por sus sonidos sintéticos y sus baterías electrónicas, Rain Dogs es un disco totalmente orgánico en el que suena cada instrumento y cada extraña percusión, aunque eso significara que alguien tenía que grabar en el lavabo a Waits aporreando una tubería con una llave inglesa. Sus instrucciones a sus músicos tampoco eran muy ortodoxas, llegando a decirle al propio Ribot que tocara como si estuviera en el ‘bar mitzvah’ de un enano…
La irrupción de Keith Richards
Aún así, todos parecían estar en la misma onda que él e incluso debían saber cómo sonaba una guitarra en el ‘bar mitzvah’ de un enano porque el resultado es, sencillamente, alucinante. Desde el inicio con «Singapore», la angular guitarra de Ribot pasa a formar parte del ADN de la música de Waits dando verdaderas lecciones como en la espectacular «Jockey Full Of Bourbon», con un espectacular uso del tremolo, o el solo de «Hang Down Your Head». La aportación de Ribot fue tan buena que se convirtió en un colaborador habitual a lo largo de los años y los discos restantes e incluso hace que, a veces, nos olvidemos de que Rain Dogs también tuvo otro colaborador a las seis cuerdas muy especial, Su Mismísima Satánica Majestad, Keith Richards.
La colaboración con Richards llegó casi por casualidad. Cuando a Tom Waits, a punto de empezar a grabar Rain Dogs, le preguntaron desde su compañía discográfica a quién le gustaría tener en su disco, Waits no lo dudó y soltó: Keith Richards. El cantante, que era un gran fan de los Rolling Stones (siempre señala a Exile On Main Street como uno de sus discos favoritos), pensaba que era una broma, pero se puso realmente nervioso cuando se enteró de que iba en serio y habían hablado con el Rolling Stone.
A la semana le llegó una nota: “La espera ha terminado. Bailemos. Keith”. Acababa de iniciarse una de las relaciones más intensas entre dos iconos del siglo XX. En Rain Dogs la guitarra de Richards se dejaba notar en ese sucio blues rock que es «Big Black Mariah», el rockabilly de «Union Square» y en el precioso toque country de «Blind Love», una canción en la que intercambiaba licks con Robert Quine y su voz rota dibujaba armonías con la todavía más áspera de Waits. Si había que viajar a los orígenes de las músicas que dieron vida al rock & roll, ¿qué mejor compañero que Keith Richards?
De cantautor a artista total
Pero más allá de sus colaboraciones y grandes músicos, Rain Dogs respiraba Tom Waits por los cuatro costados, siguiendo con la experimentación empezada en Swordfishtrombones, pero sumándole la mejor colección de canciones de toda su carrera. Desde las hipnóticas «Singapore» o «Clap hands» con las que se abría el disco, pasando por los experimentos de «Cemetery polka» o «Rain Dogs», el blues de «Gun Street Girl», los toques jazz de «Walking Spanish», el rockabilly de «Union square», el country de «Blind love» (mi favorita) o la magnífica colección de poderosas baladas que componen «Hang down your head», «Time», «Downtown Train» y «Anywhere I Lay My Head».
Cuatro canciones enormes que dejaban ver a ese enorme compositor que había declarado al comienzo de su carrera que le gustaban las melodías bellas que contaban cosas terribles… Puede que «Downtown Train» sea la canción más redonda de su carrera, una melodía maravillosa que se prestaba a versiones más edulcoradas por voces con menos pegamento y cristales rotos en su garganta. Rod Stewart la llevaría a lo más alto de las listas cuatro años después de su aparición en Rain Dogs, pero la versión definitiva sigue siendo esta.
De cantautor a artista total, a través de Rain Dogs
Rain Dogs completó la transformación de Waits de simple cantautor a artista total, con el disco que más suena a banda en directo de su carrera, uno que se cierra con la genial «Anywhere I Lay My Head» donde este tipo que nació en una familia feliz de clase media y que en esos momentos estaba casado y enamorado, y había dejado el alcohol y la nicotina para siempre pudo seguir tirando de su imagen de vagabundo bebedor a ritmo de entierro de Nueva Orleans mientras ese chucho en la lluvia exclamaba: “Bueno, no necesito a nadie porque aprendí, aprendí a estar solo. Bueno, dije en cualquier lugar, en cualquier lugar, en cualquier lugar donde descanse mi cabeza, chicos. Bueno, voy a llamarlo mi hogar”.






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