Mad men se asoma al the end. ¿Quiere decir esto que Don Draper se abisma también al final de su esplendor? En la primera tacada de 7 episodios del finale de esta serie de AMC, Mathew Weiner se prepara para bajar el telón dibujando un escenario que invita a imaginar diferentes mutaciones, continuaciones y tangentes en formato spin-off.
Pero, ¿es que acaso os saltábais los títulos de crédito de Mad men? La serie siempre ha sido el relato de una caída. Don Draper era una abstracción (del capitalismo, de los 60, de la figura del triunfador…) que, a medida que han ido pasando las temporadas, se ha ido marchitando quizá para dejar de ser la representación de un concepto para ir convirtiéndose en un personaje de carne y hueso. De la idealización a la humanización, vamos. Por eso, más que una temporada sobre la decadencia de un modelo, que también, esta primera parte del season finale es una cura de humildad.
Ignoramos qué sorpresas nos esperan en el rush final de la serie, porque no creemos que Don ahora se vaya a casar con Joan o con Peggy (sí, ya, claro, como si Mad men fuera un culebrón feel-good…), pero si nos gusta imaginar posibles escenarios de una serie con tantas capas, sub-textos y rincones que cualquier otra ficción televisiva a su lado parece una nadería esquemática.
Teniendo en cuenta cómo acaban tanto el capítulo 6 como el 7, ¿se ha planteado ya alguien «Mad men-el musical»? Fijo que ahí se enganchaba el público de Glee, al que esta serie de Mattew Weiner seguro que les parece un tostón en el que nunca pasa nada (¡Ja!). Aunque, si tenemos en cuenta el arco evolutivo de algunos personajes, el spin-off natural quizá lo protagonizaría Peggy Olson: «El techo de cristal», podría llamarse, si no fuera por la obviedad literal del título. ¿Y una pre-cuela sobre Roger Sterling? Ese afluente podría desembocar en una estupenda comedia de enredo y ligoteo que satirizara los preceptos de Ayn Rand.
Aunque, ya puestos, «Don Draper: 20 años después» quizá seria un spin-off con mayor caudal. Un flash-forward sobre la vida contemplativa de un personaje que ya ha perdido la visión bi-color (triunfo vs fracaso, yo vs resto del mundo, identidad vs máscara…) y se dedica a dominguear toda la semana. A pesar de los cantos de sirena que le seguirían llegando desde el sistema que ha abandonado, DD no querría saber nada ni de consejos asesores, ni de conferencias en la Ivy league, ni de posibles entradas en política. Tan sólo le desvelarían por las noches los charcos que pisaría su hija thirty-something, Sally Draper, a la que educó (o deseducó) para ser pasto de psiquiatra durante toda la vida.
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