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Cultura

So payaso: risa y pavor de lo grotesco

En Hermosos y malditas, Cultura 1 noviembre, 2016

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Sobre la brutal actualidad de la escalofriante integración del payaso de McDonald’s en la iconografía de la barbarie de los Chapman Brothers, me llamó la atención Maite Ibáñez.

Maite me recordó que expusieron hace unos años en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, que Jake Chapman (Cheltenham, 1966) y Dinos Chapman (Londres, 1962) forman parte del Young British Artists, movimiento estético promovido por el coleccionista y galerista de origen judío-iraquí Charles Saatchi.

Los hermanos Chapman

Los Chapman intervinieron (rectificaron, a su decir) una edición de la obra de Goya Los desastres de la guerra, pintando narices de payaso a las mutiladas figuras del genio aragonés. El mal (y el mal absoluto: el nazismo, pero también la tortura), la crueldad, la estupidez y el dolor son temas recurrentes en los Chapman, como lo es la presencia de lo grotesco: en lo que nos interesa aquí, el inquietante estar-ahí, entre cuerpos mutilados, del icono de la carne McDonald’s, ese payaso.

"Los desastres de la guerra" de Goya, versión de los Hermanos Chapman

Me he acordado de los Chapman y de los payasos asesinos estos días de Halloween, fiesta de estética melancólica con ecos de ET y de una impostura agradable que, en mi opinión, la hace más atractiva que las fiestas tradicionales ligadas a la incontestable verdad de las iglesias de España.

Fiesta alegre de monstruos (expresión perfecta de la individualidad), disfraces y miedos, calabazas huecas como cabezas descocadas y caramelos-sustos sin catarsis, y, sin embargo, durante las últimas semanas llegaron de EEUU noticias de que en víspera de Halloween había payasos que daban miedo de verdad.

Los Hermanos Chapman. McDonalds

Yo no sé exactamente qué diferencia hay entre el miedo de verdad y el miedo de mentira, pues mis sensaciones, incluso mis sentimientos, son siempre de verdad, al menos según creo.

Leí más tarde en La Vanguardia que últimamente se estaban dando «avistamientos de payasos», y las múltiples interpretaciones a las que la interesante expresión se presta, me impidieron, durante días, pensar con claridad.

He esperado con decreciente interés el momento en que se admitiera por fin, que la tendencia, rápidamente extendida (la moda, dirían otros) a disfrazarse de clown y atemorizar, de verdad, era sólo eso, trending topic, epítome de la época que se aproxima (tiempo caliente-raro e idiocrático) y que no era inhabitual, sino todo lo contrario, que también hubiera asaltos y algún crimen, de verdad, cuando se producen situaciones así.

"Los desastres de la guerra" de Goya, versión de los Hermanos Chapman

No es reciente, sino más bien clásico, el texto que mejor observó la tendencia de los hombres («hombres»: expresión falsamente inspirada de «la vida») a imitar al arte. La vida imita al arte mucho más que el arte imita a la vida dejó escrito el gran Oscar Wilde en La decadencia de la mentira. Los mafiosos visten como los Soprano y los indios de verdad llevan plumas de mentira.

Los Hermanos Chapman. Crucifijos

Los payasos siempre han dado algo de miedo. Uno lo asocia a la palidez, a la imperturbabilidad y al contraste. La ficción de terror recurrió a ellos, de Pennywise a mandíbula-rota de American Horror Story. El año que viene estrenan It, versión digna, según pinta, de una de las mejores novelas de Stephen King (soy de los que piensan que King escribió dos o tres obras literarias de enorme calidad, y no sólo de enorme calidad en el género del terror: El resplandor, It, Salem’s Lot). La dirige Andrés Muschietti, responsable de Mama) Hubiéramos preferido a Cary Fukunaga, pero ¿no es la imperfección de la vida, la que la hace irónicamente soportable?

Silla de rodaje de "It", de Stephen King

No es posible dejar de ver que el payaso es un icono de este siglo de injusticia obscena, siglo premoderno, religioso, bélico, desigual y terrible. Símbolo de este siglo de historia repetida (ergo, de farsa), de lujos de capital desbocado, muertos de hambre, tortura, medusas, polución, haters, polarización social y neoliberalismo que han convertido el planeta en un enorme prostíbulo.

Mientras tanto hay ahí afuera un terror infame, un terror de verdad. En más de 150 países del mundo se tortura. El terrorismo es un hecho terrible. DAESH, ISIS son la barbarie infame, el paso atrás, pero, ¿no es desagradable ver cómo los países poderosos, aquellos que deberían dar ejemplo, se saltan las normas más elementales sobre derechos fundamentales a la torera? ¿No es un paso atrás también? ¿No es desagradable, por cierto, la fiesta de los toros? ¡Prefiero Halloween! Vuelos de la CIA, Guantánamo, muertos en el Mediteráneo (delante de nuestras casas), refugios ardiendo, nazis por las calles, rendiciones extraordinarias (entregas de prisoneros de EEUU a naciones donde se hace daño al cuerpo de verdad) ¿No hace la rarísima sonrisa de aquella soldado raso (un hombre embadurnado de mierda atado a una correa de perro bajo las botas) en, Abu Ghraib, las veces de payaso?

"Los desastres de la guerra" de Goya, versión de los Hermanos Chapman

¿No son los grotescos nombres con los que se bautizan los cínicos centros de torturas en la llamada «guerra contra el terror» (Hotel California, es uno de ellos al parecer) expresiones del siglo del payaso malo?

Se muestra así, de forma terrible y grotesca, el último significado de la máscara cerosa del payaso que mata de verdad mientras ríe: ausencia no sólo de piedad, ausencia de empatía, cosmos bocabajo, corazón congelado. La tortura es la máscara grotesca de la inversión del mundo: lo que parecía destinado a la risa (la vida) convertida en un infierno en el que la muerte es precisamente la única salida.

Mientras se divierten, nos dicen que lo hacen por nuestra seguridad, porque en Europa no cabemos todos, para evitar el «efecto llamada» (la broma del derecho de asilo); para ablandar prisioneros con información relevante, para evitar que estalle una bomba de relojería no se sabe dónde (el derecho a no sufrir torturas como broma).

A ver qué nos dicen después.

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