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«El renacido», coge aire y lucha

En Cine y Series 5 febrero, 2016

Emilio Doménech

Emilio Doménech

PERFIL

Alejandro González Iñárritu se alía con Leonardo DiCaprio en una potentísima (y casi vacía) aventura ambientada en la Norteamérica de principios del XIX, El renacido.

En la escena que abre El renacido, una retahíla de planos que recuerda al parpadeo de versos audiovisuales de las últimas películas de Terrence Malick, Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) le susurra a su hijo: Mientras puedas coger aire, lucha. En la secuencia también aparecen una aldea en llamas y una mujer indígena, lo que sumado a la narración en off de Glass hace presumir que el conjunto forma parte de un trauma albergado en la memoria del protagonista; un susurro dentro de otro susurro.

Un fundido a negro coloca a la cámara en un río. El encuadre levita y se sostiene; no corta. Vista del arroyo del agua y sonido de la naturaleza. Entran a escena tres hombres que cuidan cada paso y miran en varias direcciones en busca de presas; sostienen rifles. Glass, que está entre ellos, apunta al horizonte. Su disparo transporta al plano a un campamento en el que decenas de cazadores trabajan a la vera de otro río más caudaloso. Tras una conversación, una emboscada sorprende a los batidores, que se parapetan tras los delgados árboles de la orilla. El ataque, a manos de unos nativos, es una absoluta carnicería. Apenas una docena de hombres logra escapar a bordo de una barca para descender y escapar por el río.

El renacido, la nueva película de Alejandro González Iñárritu, afronta el resto de la contienda con el mismo dualismo narrativo que diferencia a lo descrito en los dos párrafos previos. El hecho de que el mexicano se adscriba con más rotundidad al segundo acercamiento, a esa experiencia más visceral, es lo que hace de su película un desalentador western ambientado en la Norteamérica de principios del XIX.

"The Revenant" (González Iñárritu, 2015)

Porque una vez la compañía de cazadores toma tierra y Glass es despedazado por un oso grizzly, el director adhiere el relato a la respiración del personaje y forma, casi exclusivamente, un cruento retrato de su lucha por la supervivencia. El resto de destellos argumentales apenas acaricia otros temas que, ya sea por ambiciosos o por solemnes, por obvios o por breves, le quedan muy lejos a Iñárritu.

Claro que como experiencia, El renacido tiene pocas objeciones. Una vez la cámara de Emmanuel Lubezki se pega a Glass, amén de esos zarpazos de oso que rajan la pantalla, la película se convierte en un portento audiovisual insoslayable. No sólo por el nervio de las persecuciones, con planos largos que se arrastran por nieve y sangre junto a Glass, también por el inexistente artificio de los encuadres, que hacen palpable cada rayo de sol que se cuela en escena.

Pero ese irrepetible soñador de imágenes apodado El Chivo también aspira a la metáfora en los intervalos oníricos que el guión (a.k.a. Iñárritu) le obliga a rodar: Iglesias derruidas, un hijo a la carrera y una mujer que sonríe. Casi como lo que anhelaba Máximo en Gladiator, salvo que aquí la significación es más trascendente; te diría Alejandro. Pero el realizador mexicano no puede pretender que apenas un par de retazos visuales (¡y de semejante descaro!) vayan a darle sustancia a un personaje tan plano (y poco interesante) como el de Glass, cuyo viaje es ir de A a B; de la traición a la consumación de su venganza.

Y si acaso Iñárritu aspiraba a un discurso histórico sobre las raíces apocalípticas de la civilización que ahora habita el escenario del filme —el upper midwestnorteamericano—, entonces el esfuerzo debería haber sido más notable y coherente. Mel Gibson buscó (y encontró) lo mismo en Apocalypto y le salió una película mucho menos —por no decir en absoluto— irritante.

"The Revenant" (González Iñárritu, 2015)

Además, los desvíos argumentales que retratan el conflicto entre occidentales y tribus nativas mantienen un vínculo demasiado débil con Glass como para justificar un discurso en paralelo, bien porque los relevos narrativos son muy escasos, bien porque el sentido de las acciones de Glass —como salvar a una indígena de los franceses— es demasiado casual y tangencial como para aspirar a más altas cimas.

Si ponemos algo de confianza sobre El renacido, es cierto que la empresa de Glass encaja en una hipótesis que tiene a su personaje como vengador que busca justicia para las víctimas nativas a manos del hombre blanco —de ahí esa sonrisa en el plano final—, pero estamos de nuevo ante un planteamiento que levanta más preguntas que respuestas. Y el principal problema que de ahí se deduce es que la película está demasiado centrada en su eficiencia como aventura como para esclarecer un mensaje acerca de ese reino belicoso de invasores y naturaleza pervertida. Terrence Malick buscó (y encontró) lo mismo en El nuevo mundo y le salió una película mucho menos… bueno, aquella también era un pelín irritante.

Lo que es evidente es que el sufrimiento de Glass, a través de ese fallecer a manos de bestias peludas y renacer en crisálidas de madera, forma parte de un documento cinematográfico de una valía impresionante, pero es una pena que el motor que empuja la narración esté tan empeñado en convencernos de que lo representado es importante. El renacido tiene mucho de importante, pero sus cualidades son bastante más superficiales de lo que su director quiere hacernos creer. Así que coge aire y lucha, lucha para que Alejandro no te engañe esta vez.

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