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Paseos al límite #2: Valencia férrea y funeraria

En Lifestyle 1 junio, 2014

Juanma Játiva

Juanma Játiva

PERFIL

Hay espacios donde la ciudad se acaba oficialmente, pero uno puede seguir como si tal cosa, porque lo que sigue es lo mismo. Y hay otros donde oficialmente continúa, pero es imposible seguir adelante porque todo se acaba. Este itinerario marginal del barrio de San Isidro, distrito de Patraix, es parte de la Valencia que nunca pisarán los cruceristas, excursionistas ni curiosos. Pero ahí, entre mínimos pellizcos de la huerta que fue, descansan nuestros antepasados junto a las máquinas más veloces.

Primero fueron los gritos de “que se vayáis!” y, ante nuestra cara de estupefacción, el hombre aquel arrancó desde la casona del fondo con una barra de hierro en la mano, bordeó la espesa franja de matojos que le separaba de los «intrusos» y se plantó ante nosotros exigiéndonos la cámara y que nos fuéramos con viento fresco. Cosa esta última que hicimos sin dudar, abandonando la idea de errabundear por el extremo Este del barrio de Vara de Quart y optando por el de San Isidro, que no es un límite administrativo del municipio pero sí lo es de la ciudad por su lado Sureste.

La plazoleta que llaman calle de San Isidro, presidida por la ermita del santo labrador, es un islote donde  uno siente que la cámara de fotos está a salvo, pero al mismo tiempo acorralado por los cuatro costados, entre la carretera del Camino Viejo de Torrent, la vía férrea de cercanías, los talleres de la empresa municipal de autobuses y la formidable frontera física que conforman la autovía V-30 y el nuevo cauce del río Turia. Decimos nuevo; pero para cualquiera nacido después de 1969, que es cuando se dio por concluido, el cauce ya es viejo y prácticamente inaccesible.

Cebollar en San Isidro (Valencia). Foto Juanjo Hernández.

Cebollar en San Isidro. Foto Juanjo Hernández.

Ante la encantadora y aislada ermita, obra de Joaquín Arnau, que recuerda mediante un letrero en valenciano que la hicieron en 1902, encima de un campo de habas junto al Camí Vell de Torrent, preguntamos al santo por qué los valencianos tienen dos ríos, uno al que acceden con facilidad pero que no lleva ni llevará nunca agua y otro que lleva agua cuando la lleva pero al que no hay manera de acercarse, ajeno a la ciudad. Un auténtico pegote.

Ante la dificultad, por no decir imposibilidad, de pasar al otro lado de la barrera autofluvial, lo más parecido a un paseo es el camino sin nombre que discurre paralelo a la autovía, desde donde se acierta a leer en la pared opuesta del río –cuesta llamarle orilla- una gran pintada que dice Bicho te amo – Y yo. Pronto queda claro que si algo define este itinerario limítrofe no es el amor, sino la doble condición de ferroviario y funerario. Hasta cuatro cementerios pueden verse en el recorrido. El viejo, el nuevo, el protestante y uno, moderno y sin estrenar, con un amplio aparcamiento que para sí quisieran en otros distritos, espacio ideal para una rave, desde donde con inquietud observamos un joven sentado en la vía a la entrada de un túnel fumando un cigarro.

Vía férrea y cementerio. Foto Juanjo Hernández

Vía férrea y cementerio. Foto Juanjo Hernández

Pasamos en dos ocasiones debajo de puentes del metro y el AVE –en el kilómetro 393,7-  y hay puntos en los que estas dos vías y la de cercanías se cruzan en el horizonte. Entre vías férreas, estaciones, apeaderos y áreas funerarias, un pequeño desvío lleva al paseante a los restos de lo que debió ser la huerta que el santo labrador bendecía cuando hicieron la ermita. Una casa de más de un siglo, con un insólito cebollar de madera que apenas se sostiene, dan fe de ello. Es domingo y los urbanitas aprovechan para poner sus pequeños huertos a punto.

Más adelante hay algún testimonio de huerta más, aislado. Una alquería en ruinas, enredada como si en algún momento pensaran restaurarla, y otra llena de salud como un pequeño oasis, en medio del bucle viario que comunica el cementerio y el nuevo tanatorio municipal. Es precisamente la cafetería de éste el primer lugar hallado, desde la ermita, para hacerse un refrigerio. Tiene mucho ambiente alrededor y se puede leer la interesante revista Adiós, mientras se toma el café.

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