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Cultura

«París no se acaba nunca» no se acaba nunca

En Hermosos y malditas, Cultura 22 julio, 2015

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

París no se acaba nunca no se acaba nunca. Dicho de otra forma: la autoficción metaliteraria de Enrique Vila-Matas es tan fresca que siempre da gusto y se tiene la sensación de leerla por primera vez.

Sí, puede ser porque acabara de ver -mi cabeza sacudida de forma irreversible y profunda- The Look of Silence The Act of Killing, doble documental del valiente narrador Joshua Oppenheimer sobre las risas que aún producen a los matarifes del genocidio indonesio recordar, entre pitillo y pitillo, cómo torturaron los cuerpos y las vidas de cientos de personas cada día.

Para los genocidas indonesios, gánster significa "hombre libre"

Para los genocidas indonesios, gánster significa «hombre libre»

O puede ser porque la producción de Werner Herzog (mi director de cine preferido) en el documental anterior me llevara a Wojzeck, a Kaspar Hauser, en general a ver las cosas como las ve Herzog y todo acabara igual.

Y, encima, a continuación, y en todo caso demasiado pronto, la lectura del último libro de la autobiografía de Thomas Bernhard me siguió sumiendo en una melancolía oscura poco afín al claro afán de este verano (y de los políticos escépticos del cambio climático) en matarnos lentamente de calor.

El mundo según Herzog

El mundo según Herzog

 

O puede ser, finalmente, porque de forma muy distinta a la alambicada (y por lo que veo al repasar este texto contagiosa prosa de Bernhard), algunos de los excesos retóricos del libro de William Ospina en El año del verano que nunca llegó me impulsaran por motivos muy distintos al exagerado comportamiento del Sol, a abrir una ventana, alternar el martini con refresco, ponerme Kaputt (hermosísimo tema de Destroyer al que acudo todos los veranos), un poco de colonia Cacharel, ponerme, decía, para aligerar el asunto-Villa Diodati, El jovencito Frankenstein, ponerme pesado o a largar justo aquí de Daphne du Maurier: la otra noche soñé que regresaba a Daphne du Maurier.

Fue por Daphne y no por Tippi Hedren: "Las pájaras"

Fue por Daphne y no por Tippi Hedren: «Las pájaras»

El caso, el caso, el caso es…según lo veo, que me encontaba kaputt y que necesitaba aire fresco y algo de una inteligente alegría; una alegría que, aunque no exenta de las premisas tragicómicas en que claramente se asienta nuestra existencia,  me reconciliara con las ganas de vivir y de hacer cosas muy distintas.

Man Ray's

Man Ray’s

Así, regresé al cajón de las películas neoyorkinas de Woody Allen, a Daphne y al martini y más tarde, casi cuando anochecía, regresé a gatas o kaputt hasta la librería de mi casa con un gesto parecido al que tengo en esa foto de Man Ray y escogí París no se acaba nunca, libro que creí haberme reservado para una ocasión como la que he querido describir justo un poco más arriba. ¿Por qué?

Hemigway y un amigo: nosotros situamos este blog Al este de Fitzgerald

Hemigway y un amigo: nosotros situamos este blog Al este de Fitzgerald

Porque París no se acaba nunca (Vila-Matas, 2003) tiene que ver con la posibilidad muy verosímil de que la vida real sea la que transcurre no en las calles incendiadas por la avaricia de los hombres huequi-solemnes, ni la que se desperdicia en la mente más bien fea del que dice que asesina, como en The Act of Killing, por el extraño efecto en su cabeza de la propaganda, sino más allá. Más alla.

Más allá. Entre el margen exterior de los libros y las líneas de eso que llamamos literatura. Allí donde, como un espejo invertido de la también meta-ficcionada crueldad de los verdugos de The Act of Killing, sopla algo de corriente, todo adquiere un raro sentido y se respira mejor.

Frescor-Allen/Keaton

Frescor-Allen/Keaton

 

El caso…el caso es que cuando acababa París no se acaba nunca, el aprendizaje literario (luego vital), los días de formación, como se suele decir, de un escritor en París, justo cuando acababa de disfrutar del trato con HemingwayMarguerite Duras, me di cuenta de que, por primera vez en mi vida, había leído un libro sin saber que lo había leído ya.

Pero, Cívico, me dije de pronto al acabar, ¿no habías acabado ese libro hace bastantes años? Y eso que mi mujer me lo había dicho claramente aquella noche tan kaputt mientras ponía en marcha el ventilador y nos metíamos los dos en la cama. Greta me dijo que ese libro ya lo había leído una vez. Me dijo: Jesús, ese libro ya lo leíste una vez. Y luego: Jesús, estás kaputt. Y yo como siempre haciendo el mono sin hacerle caso o ya haciendo el mono para colocar aquí una imagen que en los sueños me resulta familiar.

Durmiendo con pijama a cuadros de Remedios Varo y de Leonora

Durmiendo con pijama a cuadros de Remedios Varo y de Leonora

Me expliqué a mí mismo y luego a ella que no es que estuviera kaputt, sino que lo que ocurre es que París no se acaba nunca es tan fresca que no se acaba nunca. Siempre parece que la leas por primera vez. Pronto me puse a escribir esta entrada en EL HYPE con ganas de recomendar innecesariamente el libro de un estupendo escritor y un temor en la cabeza: la entrada iba a salir demasiado larga… ¡otra vez! Y lo que resultaba aún más inquietante: alguien podría decir, no sin falta de razón, que «París no se acaba nunca no se acaba nunca» no se acaba nunca.

Enrique Vila-Matas ya es un escritor mundialmente reconocido; lo era antes de que nosotros, en modestísimas publicaciones, lo describiéramos innecesariamente como uno de los mejores novelistas europeos. En el alegre, musical y heterodoxo sentido que a la fiesta de la novela le da Milan Kundera, Vila-Matas nos ha refrescado las ideas sobre la realidad y el mundo con Historia abreviada de la literatura portátil, Bartleby y compañía, El mal de MontanoDublinesca, Aire de Dylan y muchas otras historias que sería demasiado largo para una entrada en EL HYPE enumerar.

Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas

Tampoco era ese el propósito de esta entrada.

Tampoco era ese el propósito de esta entrada.

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