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Para odiar a Black Mamba…

En Vidas salvajes, Lifestyle 19 abril, 2016

Miguel Caamaño

Miguel Caamaño

PERFIL

Para odiar a Black Mamba se necesita «una poca» de envidia y no haber podido pararle ni cuando sus Lakers han hecho el peor registro de su historia. Se fue con todos los fastos, metiendo 60 puntos y arruinando al equipo de toda su vida.

Kobe no es un tipo de carne de origen japonés (que también), sino que es el pretencioso nombre que le puso su padre, también baloncestista de élite (aunque más bien mediocre), como si supiese de antemano que iba a ser único e iba a hacer historia en el deporte de la canasta. Bryant padre lo hizo aún a sabiendas de que todo el mundo le compararía con la divinidad Jordan, algo que le molestaba sobremanera. Vivió su niñez en Italia, aprendió italiano y español e incluso habría sido futbolista de no haber vuelto de regreso a su Filadelfia natal.

Ya de vuelta en Philly, la ciudad del amor fraternal, este avispado muchacho batió los récords en su instituto, aunque no se llevase la mayoría de victorias al zurrón. Decidió dar el salto a la NBA sin pasar por la Universidad y fue elegido por los Charlotte Hornets, un equipo en el que no quiso jugar y que, curiosamente, en la actualidad es propiedad de Michael Jordan. En un traspaso por Vlade Divac recala en el otrora equipo del Showtime y allí se mantendría durante dos décadas exasperando a Phil Jackson, hartando a Shaquille O’Neal, aunque también haciendo alianza con nuestro Gasol y maravillando con sus jugadas y tiros imposibles de factura propia.

Se cambió el peinado, el número, el estado civil, la marca de zapatillas, pero jamás de equipo. Estuvo en los tiempos de champán francés en la franquicia angelina, pero también en sus sonrojantes últimos años. Incluso su último contrato tras haber estado lesionado parece ser el motivo de la lamentable situación económica de este mítico y laureado equipo, condición a la que obviamente colaboró Kobe con cinco anillos inapelables.

Pero… ¿por qué mencionamos un sentimiento tan profundo como el odio? Porque no podían pararle, porque su sonrisa se dibujaba cínica y teñida de falsedad y suficiencia y porque hacía y deshacía en el equipo sin que el mismísimo Jerry West, protagonista nada menos que de la silueta del logo de la NBA y director general de los Lakers, pudiese hacer nada. Kobe acabó enfadándose hasta con el utillero… es un decir, pero parecía que los tiempos de Magic y su eterna sonrisa habían quedado atrás para dar paso a este outsider que las mataba callando, tanto dentro como fuera de la pista.

Saltó a los tabloides por una presunta agresión sexual en Denver que le puso en la cuerda floja y que le hizo perder contratos publicitarios, hizo que traspasasen a Shaq (luego llegaría reconciliación y abrazo) y siguió reventando estadísticas. Coqueteó con la idea de jugar en el Barça con su, «como un hermano», Pau en un futuro y quiso marcharse metiendo más puntos que cualquiera que se hubiera marchado antes. Todo estaba diseñado y orquestado para rendir pleitesía a un prodigio de este deporte, pero muchos de los que le odiaron en la pista (y/o fuera de ella) echarán de menos a este casi cuarentón para sus abucheos, maldiciones e improperios. Sea como fuere y pese a quien pese… ¡Hasta siempre, Kobe Bryant!

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