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Notas para un artículo sobre Gipi

En Cultura 15 noviembre, 2014

Valentín Vañó

Valentín Vañó

PERFIL

Cinco años después de su último novela gráfica, el dibujante Gipi vuelve a la actualidad del cómic. En Unahistoria, las acuarelas de su Mediterráneo punk se oscurecen para exorcizar una crisis personal con materia de memoria histórica. Repasamos la obra de un autor obsesionado por narrar historias con dibujos y palabras.

Casi una década ha pasado desde que Ediciones Sinsentido publicase la edición española de Apuntes para una historia de guerra, la novela gráfica de Gipi premiada en el Salón del Cómic de Angoulême de 2006. Los numerosos cómics posteriores de este dibujante, nacido en Pisa en 1963, nos han desvelado una personalidad capaz de combinar fiereza punk y ternura cotidiana con afán de trascendencia. Su nuevo título, Unahistoria (Salamadra Graphic, con traducción de Miguel Ros González) se mueve en un delicado terreno, entre la ironía histórica, la sátira bélica, el experimento posmoderno y el enmascaramiento de una crisis personal y creativa.

La depuración del estilo gráfico de Gipi ha coincidido con la concreción de su mirada autoral. Si en sus primeros cómics, Exterior noche y Apuntes para una historia de guerra, el hermetismo de su acabado se combinaba con una cierta densidad temática, su posterior apertura emocional y autobiográfica se resolvió de formas diferentes: 1/ en S., como estallido cromático y 2/ en Mi vida mal dibujada, como despojamiento formal e instrumentalización estética del cuaderno de bocetos. Gipi suele ironizar sobre su falta de imaginación, sobre la necesidad de reelaborar experiencias personales en su ficción, y S. y Mi vida mal dibujada son muestra inmejorables de que no habla con falsa modestia.

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En el camino, ha publicado Los inocentes y El local, dos cómics donde prolongaba su obsesiva reflexión, iniciada en Apuntes para un historia de guerra, sobre las problemáticas relaciones entre los grupos cerrados de amigos adolescentes. En Unahistoria, además de recrearse en la cuestión íntima de la crisis de la mediana edad, sus acuarelas se oscurecen y remueven una tema presente en obras anteriores: el de la materia fósil de las guerras que fermentan el subsuelo de la vieja Europa.

Pintor de cómics. Gian Alfonso Pacinotti confiesa no ser un gran lector de tebeos: su formación cultural es literaria y cinematográfica. Pero ese retrato del dibujante de cómics, sin interés por los cómics no se corresponde con una obra que demuestra una interrogación constante sobre la narrativa de dibujos y textos combinados. Gipi es un ambicioso, innovador narrador de historietas. Es posible que haya utilizado su afán de contar historias y su habilidad con los pinceles para atajar en su carrera como cineasta (es autor de diversos cortos en vídeo, y en 2011 dirigió el largometraje L’ultimo terrestre), pero sus novelas gráficas muestran un mirada autoral y una preocupación formal evidentes. Sin proponérselo, Gipi ha sabido aportar soluciones a la cuestión irresoluble de la aproximación pictorialista al cómic. Sus cómics pictóricos, de aparente humildad, son posiblemente más efectivos, legibles y narrativos que los de vacas sagradas como Alberto Breccia, Lorenzo Mattotti, Dave McKean, Kent Williams o incluso Bill Sienkiewicz.

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Mediterráneo punk. Entre los placeres que proporcionan sus acuarelas destaca la sensual reproducción de los paisajes de la soleada Europa del sur. En El local, Gipi narra la historia de un grupo de chavales, residentes en una zona de provincias italiana, que forman un grupo de rock con el propósito terapéutico de dar rienda suelta a su furia juvenil. El local es quizás un título menor en su bibliografía, pero sintetiza bien un sentimiento permanente en su impronta de autor: la actitud de resistencia de quien se ha fogueado en la contracultura de principios de los 80. Una relevancia especial desprende S., la emotiva y por momentos irónica memoria personal de la relación de Gipi con su padre, Sergio, un libro que trabajó sin guion previo: 180 páginas de narrativa de historieta a corazón abierto y en plena posesión de las facultades de un gran narrador. Como su mejor trabajo hasta la fecha, S. proyecta su influencia en Mi vida mal dibujada, una autobiografía de ánimo experimental y estética do it yourself, y en la palpitante y reciente Unahistoria.

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Dos historias. En este libro, que cierra un hiato de 5 años sin publicar cómic, Gipi establece tres técnicas gráficas diferentes que dan forma a los tres niveles narrativos del libro: una estética de cuaderno de bocetos –más elaborada, eso sí, que la de Mi vida mal dibujada–, otra de acuarelas de paleta oscura y crepuscular, y una tercera de tonos verdosos, fríos. Gipi se sirve del alto contraste de las dos primeras técnicas para describir el desequilibrio de Silvano Landi, un escritor en crisis, internado en un psiquiátrico. Con la tercera, cuenta la historia de su bisabuelo Mauro, soldado en la primera guerra mundial, que vive una experiencia iniciática en zona de trincheras. Entre las dos líneas temporales, un símbolo, un árbol en medio del paisaje, que vehicula la relación de catarsis entre ambos personajes: el bisnieto vive un duelo que le correspondía al soldado. Unahistoria es un ensayo de tragicomedia al límite, donde el autor se ha escondido tras la máscara del alter ego para exponer una cuestión que le atañe íntimamente: el drama que supone cumplir 50 años para el hombre afectado por el síndrome de Peter Pan.

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