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Microrrelatos de Ángel Pontones. «Primera vez»

En Cultura 16 noviembre, 2014

El Hype

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PERFIL

PRIMERA VEZ

Érase una vez, y luego otra en la que no ocurrió nada. Y una tercera en la que no me sujetaste. Y en algún momento una cuarta, en la que perdimos contacto con la torre. O esa quinta en la que cortaste el cable malo. Érase una vez (la sexta) en la que no supimos ver la salida, una siguiente o séptima en la que no saltamos lo suficiente, incluso una octava en la que tu viste la curva pero yo no. Pero en suma, érase una vez y de esa es de la que tú no quieres hablar.

RECONOCIMIENTO

Se le acercó un viejito y él descubrió que tampoco era joven; solo un espejo les separaba. Son las primeras palabras de la opera prima de Valle Leiva, eterna autora en ciernes que, cansada de arrastrar un estigma de “impublicable” por su tendencia al manuscritismo, y ayudada de su trabajo en correos, logró colar de matute un explosivo temporizado al teatro donde se entregaba el último premio que la osó rechazar. Un error certificado le confirmó días después que sí era la ganadora del certamen. Incapaz de rehusar al momento de su vida acudió al lugar fatídico, subió al estrado, derramó lágrimas y agradecimientos, y disfrutó de 2,77 segundos de ovación atronadora.

EL PORQUÉ

Y así, tontamente, acabé pegándome un tiro. La mañana anterior corría los kilómetros de rigor a través del parque que lindaba mi barrio cuando volví a verla al otro lado del estanque. Esta vez, a diferencia de otras, me sonrió. Llegué a casa no solo cansado sino feliz, así que decidí tomarme el día con calma y el día me recompensó, ya fuera extraviándole al cartero la notificación de embargo, salvando de la condena del programa frío a un billete azul que se había extraviado en el forro roto de uno de mis bolsillos, arreglando milagrosamente el plasma. Esa tarde volví a llorar de emoción al ver a Zhivago correr en vano tras Lara. Me sentí más vivo que nunca.

Y a lo que íbamos…

AZUL CIELO

El lapso 471 alcanzamos el objetivo y con ello fracasamos. Entiendo que esta idea parece menos asumible que sus consecuencias, pero me remito nuevamente al informe. No podíamos procesar imágenes pues el albedo del planeta había frito literalmente nuestro sistema de muestreo, los visores se empañaban a la mínima debido a las nubes de dióxido que exhalaban los grandes núcleos de población, y por si fuera poco parecía como si los habitantes del mundo desconocido no quisieran o no tuvieran tiempo de saber de nosotros, enfrascados en dinámicas de comportamiento cuyo fin último e inexplicable parecía tener que ver con la autodestrucción de su planeta. Lo único que a priori teníamos claro era su origen chiptrónico y su constitución en razas diferentes que basaban su supremacía en una suerte de antagonismo que oscilaba fácilmente de lo suave a lo despiadado, y que sus corrientes de opinión denominaban “competitividad”. Poco más puedo añadir que sus nombres, Ayfons y Esmarfons (la terminación parecía sugerir un origen común), y su curiosa costumbre de hacerse acompañar por gigantescas mascotas humanoides que dependían absolutamente de ellos.

© Ángel Pontones

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