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«Mia Madre» de Nani Moretti: ¿Qué pasará con los libros?

En Cine y Series 20 mayo, 2015

Violeta Kovacsics

Violeta Kovacsics

PERFIL

Después de la proyección de Mia madre, llamé a casa de mis padres. Al otro lado del teléfono estaba mi padre. Yo quería hablar con mi madre. Quizá para decirle algo relevante, algo sentimental. En cambio, hablamos banalidades. Comenté que en Cannes hacía viento, que la noche anterior habían llovido algunas gotas gruesas. Ella me preguntó por mi ropa y luego hablamos sobre cómo se encuentra.

La película se proyectó a las ocho y media de la mañana. Dos horas más tarde, yo llamaba a mi madre. Otros, en cambio, no llamaron a sus madres, sino que las evocaron, en conversaciones, quizá en algún texto como este. Una podría argumentar aquello tan manido e insulso de que los críticos también son personas, que también somos permeables a las películas que apelan a las vivencias más íntimas. Sin embargo, sería una sandez pensar ahora en nosotros, hablar de los críticos. Lo importante, lo sustancial, o el por qué yo llamé a mi madre después de la proyección del filme de Nanni Moretti depende únicamente del cineasta. Moretti, que filmó con pulso firme el dolor de una familia tras la muerte del hijo menor en La habitación del hijo, ha hecho ahora una película sobre el vínculo de una hija con su madre cuando esta comienza a abandonar el mundo. Si a la salida del cine una piensa en la vida, es porque Moretti sabe dar con la tecla de la intimidad y del drama más universal y cotidiano.

Mia madre se sustenta sobre dos pilares: el primero es un rodaje, el de la última película de Margherita, una directora que funciona como alter ego del propio cineasta; el segundo es el drama familiar, el de la misma Margherita, que debe lidiar con la enfermedad terminal de su madre. Familia y trabajo discurren en paralelo, como dos líneas aparentemente deshilvanadas que, poco a poco, van encontrándose. En este sentido, y en el marco de un festival que se ha volcado en relatos en torno a la figura de la mujer de manera más (Carol, de Todd Haynes) o menos (Mon roi, de Maïwen) afortunada, la pirueta de Moretti a la hora de hacer que su alter ego sea ella en vez de él resulta interesante y entronca con un discurso feminista. La mujer de Mia madre trabaja y lidera un equipo de hombres; se ve superada por los acontecimientos familiares. En cambio, es su hermano (convenientemente interpretado por el propio Moretti) el que se hace cargo de las rutinas y de las necesidades de la madre enferma.

La madre que retrata Moretti tampoco es un cliché. No es solo madre, sino que fue maestra. Es intelectual, es culta. ¿Qué pasará con los libros?, se pregunta Margherita refiriéndose a todos los volúmenes que recorren las paredes de la casa familiar. La nostalgia por la madre que está a punto de partir mezcla así con el amor por la cultura y por el conocimiento, en una película de una gran riqueza reflexiva y sentimental.

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Para huir del drama truculento, Moretti adereza la película con momentos de comicidad, conducidos por un John Turturro que construye un personaje de trazo grueso, una estrella de Hollywood endiosada. La comedia y el drama avanzan por separado. De la misma manera, el discurso metalingüístico se cuela constantemente en el relato y el realismo se convierte en tema de debate. En Youth, otra película italiana a competición, Paolo Sorrentino pone en boca de un cineasta interpretado por Harvey Keitel un órdago en pro de la ficción (Vamos a olvidar la verdad, dice). En Mia madre, Moretti hace todo lo contrario: la directora insiste en la búsqueda de realismo.

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