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Lady Bird, la chica de rosa

En Cine y Series 22 febrero, 2018

Xavi Sánchez Pons

Xavi Sánchez Pons

PERFIL

De filmes sobre adolescentes perdidos intentando encontrar su camino hemos visto unos cuantos. De hecho, es casi un género en sí mismo. El término anglosajón para referirse a ellos es el de coming of age (el rito de pasaje a la edad adulta), y Lady Bird, la segunda película como directora de la también actriz y guionista Greta Gerwig, se acoge a la perfección a esa etiqueta.

Protagonizada por una joven rebelde de Sacramento que vive su último año de instituto en un colegio católico, la cinta de Gerwig se acerca a eso del coming of age con mimo y maneras de artesana. Lo que importa aquí es el texto, los personajes y los actos que los definen, mientras que la cámara está en un segundo plano y al servicio de la historia.

Lady Bird (Greta Gerwig, 2017)

Lady Bird, que también es el sobrenombre que se pone la protagonista para escapar de una realidad en la que no se siente a gusto, se inspira en parte en la adolescencia real de Gerwig y, como si se tratara de un clásico teen de John Hughes en clave de autor y de maneras indies, toca un montón de temas clásicos del cine adolescente: los primeros amores, el baile de fin de curso, la pérdida de la virginidad, la difícil elección de la universidad donde proseguir con los estudios, los amigos que eliges tener en el instituto, o las fricciones con tus padres. La película no es capaz de esquivar algunos tópicos asociados a esos temas, pero sí que consigue aproximarse a ellos de forma fresca: la resolución de la secuencia del baile de fin de curso o la primera experiencia sexual de la protagonista son dos buenos ejemplos.

Lady Bird (Greta Gerwig, 2017)

Uno de los aciertos más rotundos de Lady Bird es el juego de espejos que propone entre la sufrida madre (una excelente Laurie Metcalf) y su hija (una no menos estupenda Saoirse Ronan). Cabezas visibles de una familia de clase obrera con un padre en el paro y un hijo adoptado, no paran de chocar y discutir, pero comparten los mismos valores: empatía y compasión por sus semejantes. En un mecanismo de montaje sencillo pero alucinante por lo bien que funciona, Gerwig nos muestra como son de parecidas esas dos mujeres de carácter fuerte y de corazón noble: contrapone una escena de la madre en el hospital consolando a un cura con depresión, a otra con la hija abrazando a su exnovio gay roto en lágrimas ante el dolor que le causa no poder salir del armario (pertenece a una familia católica irlandesa conservadora).

Nominada a un buen número de premios Oscar, Lady Bird no inventa nada, pero explica muy bien lo que quiere contar y encima lo hace sin sermones. Es una película que habla del lío que tenemos todos en la cabeza cuando estamos a punto de ser adultos, y se atreve decir con una sencillez brutal que eso de estar perdidos, aunque también nos cause sufrimiento, no tiene porqué ser malo.

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