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Cine y Series

In Dreams + Blue Velvet

En Música, On connaît la chanson, Cine y Series 3 septiembre, 2014

Joan Pons

Joan Pons

PERFIL

Lecciones aprendidas en el jukebox de David Lynch: Estados Unidos es un país que necesita canciones de azúcar para dormir tranquilo. Baladones de aroma fifties que disfrazan la fealdad de un mundo enfermo e invitan a añorar y, acaso, seguir creyendo en el sueño americano. Porque el día que no te saluda el bombero al pasar, a lo mejor despiertas y te das cuenta del hedor que desprende tu vecindario.

Bobby Vinton y Roy Orbison

Desde que empecé este blog sabía que algún día tenía que caer en Blue Velvet. Lo que no sabía todavía era cuál sería la canción con la que quería tropezar. Todo el score gentileza de Angelo Badalamenti bordea lo supremo (inolvidable desde los créditos de inspiración Bernard Herrmann sobre cortinaje azul), el concurso de Julee Cruise roza la alucinación (Mysteries of love: o los pajaritos cantan y las nubes se levantan) y el rescate de Ketty Lester (Love Letters) es la más dulce de las puñaladas en la espalda. Pero hay dos canciones que alcanzan la eternidad gracias al uso que hace de ellas David Lynch, aunque ya eran de sobra conocidas: Blue Velvet de Bobby Vinton e In Dreams de Roy Orbison. Ante el brete de tener que escoger una de ellas, he preferido tirar por la calle del medio: me quedo con las dos.

Terciopelo azul (1986, David Lynch)

Blue Velvet, la canción, es un romance glaseado por Bobby Vinton en 1963, a partir de un tema original de Tony Bennet de 1951. Una auténtica reducción de melancolía hasta el caramelizado, que Lynch pervierte desde la hipérbole y el artificio: la tonada acompaña unas imágenes tan exageradamente de ensueño, tan plácidas, y tan «la vida puede ser maravillosa» que acaban significando todo lo contrario. Sobre todo, cuando una embolia casi fulmina al honorable vecino que riega su patio delantero y la cámara baja a ras de cesped para descubrir que debajo de esta verde alfombra hay todo otro modelo de vida subterráneo: insectos, mierda y tinieblas.

Dennis Hopper y Dean Stockwell

Por otro lado, In Dreams, también de 1963, es la excusa para, posiblemente, el mejor playback de la historia del cine (hale, dicho así, sin medias tintas: ¡qué viva el maximalismo!). Una balada desgarrada y en duermevela que, ya desde la letra del gran O, entra de puntillas en el pasadizo de lo onírico. En la pantomima grotesca que el personaje de Dean Stockwell escenifica para regocijo de maleantes e incomodidad de secuestrados, la canción de Orbison adquiere otra dimensión: es un ticket de entrada para visitar el corazón del monstruo. Entre bocanada y bocanada de oxígeno, esta composición activa resortes en Dennis Hopper que desvelan el lado humano del asesino, como si le trajera recuerdos remotos de una época en la que todavía no había sido raptado por el hombre del saco. El propio Lynch, consciente de la suma ganadora de su cine con la música de Roy Orbison, se autohomenajeó años después con otro playback a capella en el club silencio de Mulholland Drive: Llorando de Rebekah del Rio. Otra cata de irrealidad de un director que siempre hace películas desde el otro lado.

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