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Ignacio Julià y la maldita nostalgia

En Música 29 enero, 2015

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

Charlamos con el veterano periodista barcelonés, fundador de la histórica cabecera Ruta 66, a propósito de La nostalgia ya no es lo que era, su último libro.

La nostalgia ya no es lo que era: se lo dice Kevin Rowland (alma mater de Dexys, antes Dexys Midnight Runners) a Ignacio Julià (Barcelona, 1956) en uno de los artículos que conforman el libro del mismo título, editado en Alternia, su propio sello (auto) editorial. Su portada, por cierto, muestra al propio Rowland en pleno fragor escénico ante su partenaire, la imponente Madeleine Hyland, en una foto tomada durante el extraordinario concierto que ofrecieron los Dexys en mayo de 2013 en el Auditori del Fórum, en Barcelona. Imborrable para todos los que tuvimos la suerte de asistir.

Ese es solo uno más de los muchos artículos recopilados en este libro, el segundo recuento de textos publicado por el veterano periodista (tras Pulp Rock, editado por Milenio en 2004), cofundador de la revista Ruta 66 junto a Jaime Gonzalo hace ya casi 30 años e insigne colaborador de otras cabeceras históricas como Vibraciones, Rock Espezial o Star y medios de difusión más reciente como Rockdelux, La Vanguardia o El País.

Su firma es desde hace años sinónimo de prosa poderosa y conocimiento exhaustivo de la materia sobre la que trabaja. Un referente indiscutible para cualquiera que se dedique en este país a juntar letras con la música rock como pretexto. Pero es también equivalente de reflexión pausada, de análisis hondo desde la distancia que otorga la observación a largo plazo, con tiempo para calibrar con perspectiva la obra de músicos y cineastas.

Con margen para valorar fenómenos cuyo juicio no se explica tanto por el hecho de haber llegado antes o después a su descubrimiento, sino por haber sido abordados con la ponderación que otorga el empleo de las herramientas adecuadas.

Así que La nostalgia ya no es lo que era resulta un pretexto más que idóneo para charlar con él.

A diferencia de los de Pulp Rock, aquí los textos son más breves. ¿Buscabas ceñirte a ese consumo tan fragmentario y acelerado de prensa que se estila en esta época?

En realidad todo surge de la necesidad de ahondar en el formato de Pulp Rock, que en el momento en el que se editó no era habitual en nuestro país. Sí lo era en la prensa anglosajona, y quise dignificar el oficio del crítico musical con una antología, algo normal en la crítica literaria o de cine. Luego el propio Diego A. Manrique utilizó el mismo formato para su Jinetes en la Tormenta, él lo ha reconocido, que debe haber vendido 50.000 copias más que Pulp Rock. El hecho de que en La nostalgia ya no es lo que era sean más cortos, más que a la necesidad de conectar con un público que lee de forma más comprimida, obedece a que en los suplementos culturales de periódicos he tenido de sintetizar, y también ahora a la hora de revisar y hacer una criba de esos textos.

A nivel personal, también hay una razón poderosa: hace dos años falleció mi padre. Y ahora, con 58 años, veo que el siguiente en primera línea soy yo. Esa sensación, y esa forma de verle las orejas al lobo, también influyen en la necesidad de poner orden a lo publicado.

Creo que podría decirse que tu actitud ante la profesión, a estas alturas, se debate entre la perplejidad ante los nuevos fenómenos y el intento de no perder la ilusión por desentrañar las claves de lo que está ocurriendo. ¿Es así?

Sí, he intentado mantener ese equilibrio. Y de hecho, las críticas que el libro está recibiendo hasta este momento resaltan esa idea, algo de lo que me alegro. Dicen que se ha logrado un equilibrio entre entusiasmo y desánimo.

Al principio comentas que la británica Julie Burchill iba para novelista generacional. Que el rock era para ella solo un tránsito. Es una consideración que también le he escuchado alguna vez a Diego A. Manrique sobre otros compañeros que practicaron el periodismo musical en los 70, para luego decantarse por trabajos más lucrativos dentro de los medios. Supongo que es una carrera que nadie se plantea en términos de ganar dinero…

No. Ocurre como con toda esa gente que asocia la música rock a algo circunstancial en sus vidas, fácilmente desechable cuando uno crece y abandona la adolescencia y la juventud. Yo me inicié en el periodismo escribiendo de cine, y luego comencé a escribir sobre música porque, al margen de que me gustara, claro, me permitía acceder a una serie de contraprestaciones (acceso a conciertos, discos) que, a esa edad, me parecían más que apetecibles. Que haya logrado vivir de esto tantos años es algo digno de documentarse, creo, de ahí el libro.

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Ignacio Julià apunta en su libro que se debería dedicar un instante y algo más de atención a Bill Haley & The Comets, uno de los pioneros del Rock And Roll, lo cual rememora la reivindicación que de él hace también Bob Stanley, el periodista musical y miembro de Saint Etienne, en su libro Yeah Yeah Yeah (2013).

¿Crees que la historiografía oficial, y más teniendo en cuenta que el rock and roll como sarpullido generacional revienta con Rock Around The Clock, con la juventud británica destrozando los cines al ritmo de su música, ha sido injusta con él?

Bueno, he de decir que no tengo un gran conocimiento de la obra de Bill Haley, más allá de los cinco o seis canciones que todos conocemos y que son parte de la primera edad dorada del Rock And Roll. Con lo que tampoco te podría decir con exactitud si su figura merece o no esa reivindicación.

Pero el hecho de utilizar su figura como piedra de toque para esta recopilación de textos sí que me parece que era importante, sobre todo por lo que tiene de inesperado, de poco predecible. Por eso me parecía interesante rescatar su figura. Además, ese artículo tenía un poso literario que gustó al publicarse por vez primera. Ese ha sido también el baremo.

Joe Boyd te dice que en Etiopía está la mejor música del mundo, y recomiendas sumergirse en ese viaje como un trayecto del que siempre se vuelve tonificado. ¿Crees que allí puede residir el futuro del rock, ante al agotamiento de los patrones occidentales? ¿O crees que simplemente sirve como fuente de renovación para los músicos occidentales, que muchas veces saquean esa tradición?

Yo descubrí, por ejemplo, la música cubana a través del Buenavista Social Club de Ry Cooder. ¿Que seguramente eso implique que hay mucha música cubana que va más allá de eso? Por supuesto. Pero no podemos quedarnos simplemente ahí, porque desde el momento en el que alguien ofrece una mirada distinta sobre un fenómeno determinado, ya lo está desvirtuando, en mayor o menor medida. Y, en todo caso, el colonialismo que los occidentales puedan hacer con esa clase de música siempre será menos nocivo que los otros colonialismos, los políticos, que son al fin y al cabo de los que venimos, y los que nos han llevado a la riqueza multicultural de nuestras sociedades.

Me ha gustado tu honestidad cuando afirmas que el rock es inductivo por naturaleza y a veces el escuchar un par de temas puede traslucir cierta esencia provisional. Suena un poco a excusa, pero lo cierto es que ante la sobreabundancia que vivimos, los plazos de los que disponemos para evaluar un disco nos impiden que repose y sedimente, la mayoría de las veces. Pero también afirmas, para valorar lo último de Wilco, por ejemplo, que la inmediatez con la que nos manejamos nos impide valorar con serenidad la obra de algunos creadores. ¿Lo ves como algo inevitable?

Oscar Wilde decía que jamás se le ocurriría leer un libro del que tuviera que hacer la crítica. Era una boutade, claro, pero tenía cierto sentido. Se puede redactar una crítica después de una sola escucha, todos lo hemos hecho apremiados por la imprenta, pero debemos tener en cuenta que las grandes obras son aquellas que van cambiando con los años del mismo modo que cambias tú. Nunca lees un libro por segunda vez del mismo modo en que lo leíste la primera.

La medida de una gran obra sería esa: que nuevas visitas a la misma nos procuren distintas emociones y conclusiones. Todo es relativo, claro. La obra maestra rock de los 60 lo será solo si logra seguir conectando con el oyente actual y mantiene su significado, su potencia expresiva.

Recomiendas la lectura del libro Nada es sagrado, todo se puede decir, de Raoul Vanegeim. Y creo que es un texto que vuelve a estar de triste actualidad, después de las muchas invocaciones a limitar ciertas opiniones y expresiones de humor tras la matanza de París hace dos semanas. ¿Crees que toda esa gente que defiende poner unos límites a esa crítica debería repasar ese texto?

Es algo que hay que tratar con sarcasmo. Y desde luego, lo que no se puede es amordazar la ironía y la risa. La risa es todo lo que los sistemas autoritarios han querido fulminar. Es lo que más molesta. A los nazis no les gustaba. He leído puntos de vista muy distintos sobre lo de Charlie Hebdo, y muy diversos. Deberíamos ser mucho más abiertos en este tema.

Y, aparte de que la religión deba ser algo privado, lo que no puede ser es que tú tengas que imponer tu visión religiosa al resto, y menos cuando está instalada en la Edad Media. Creo, de todos modos, que lo de Charlie Hebdo va más allá de la religión, y es una cuestión política. Ya sabremos dentro de 50 años qué es exactamente lo que ha ocurrido. No soy amigo de las «conspiranoias», pero creo que hay más de lo que estamos viendo, creo que la revista molestaba a más gente que no son islamistas, y que no les parecerá mal que desaparezca ese nivel cáustico de crítica. La libertad de expresión es sagrada, y mal asunto si le empezamos a poner coto.

Me ha llamado la atención tu defensa de Tarantino en Malditos Bastardos, cuando dices que “El cine puede, si no salvar, sí alterar o dignificar la propia historia”. Fue una película muy criticada en su momento por ese ejercicio de historia-ficción, que tan disparatado les pareció a muchos.

El cine es nuestro espejo. Tenemos la suerte de haber vivido en un siglo en el que el cine nos ha explicado lo que hemos sido y lo que no hemos sido. Y lo veo igual en una peli fantasiosa de la Metro Goldwyn Mayer que en una película neorrealista. El cine es autoengaño. Y no escribimos artículos, sino que los corregimos, porque todo es corrección. El cine es fantasía pura, es otra realidad.

Me parece lícito que Tarantino plantee una versión fantasiosa y fantástica de la Segunda Guerra Mundial, por supuesto. Y más con judíos machacando nazis, algo complicado de ver en proyectos de este calibre, en todo un Blockbuster. Es un lenguaje cinematográfico absolutamente clásico pero renovado el mismo tiempo. Porque se toma todas las libertades posibles. Yo creo que se enseñará en las escuelas de cine en el futuro. Y que está al nivel de Pulp Fiction, que resultaba más simpática y novedosa.

Y que recalca que no hay creación original, porque todos «manoseamos» cosas que ya estaban manufacturadas, sobre todo en el rock. No escribimos, sino que corregimos lo vertido en la página. El proceso creativo es también un enmascaramiento.

Ignacio Julià ha afirmado en varias ocasiones que la crítica puede ser tarea creativa además de informativa. Que hay un término medio entre el entusiasta acrítico que todo lo ensalza (y que podríamos asociar a muchas webs y blogs) y el impostado experto que parece de vuelta de todo (el veterano crítico con síndrome «cebolleta»).

¿Crees que en ese paradigma crítico, digamos intermedio entre esos dos extremos, radica la supervivencia de la crítica musical? ¿O nos debemos ir acostumbrando a que la primera acepción ganará la partida y la ponderación que tú propones, opinión razonada y emotiva, está en vías de extinción?

Yo he sido un entusiasta absoluto, un fan. Y un crítico feroz, aunque en menos ocasiones. Pero con la edad me he dado cuenta de que esos límites se van aproximando. Yo he llegado a un estado beatífico acrítico, en el que todo me interesa. En el que no quiero perder la ilusión por interesarme por las cosas. Y se aprende lo mismo de un churro que de una obra excelsa. Y es algo que está asumido desde que hemos reciclado el rock de Garage, el cine de serie B, los cómics y todas esas formas culturales que ya forman parte asumida de nuestra cultura, aunque no lo fueran hace años.

Está por ver si llegamos a una crítica que no sea la del entusiasta que pone en primer lugar la pasión, pero le faltan recursos críticos y bagaje, y que al mismo tiempo tampoco sea el «cebolleta» (como tú dices) que todo lo que sale se lo carga, porque su época es otra y todo le recuerda a algo…gente más joven me hizo ver esto hace tiempo.

Mi época es hoy, o es mañana, y no hace años. Recordar la edad dorada del rock solo lleva a eso, a pensar en cuando tenías 20 años, «follabas» más y las resacas duraban menos. No entenderás nunca a un grupo actual como lo entienden los oyentes de 25 años ahora. No les puedes decir a la gente joven que a los Rolling Stones les viste hace 25 años y eran mejores que ahora, porque al fin y al cabo, para un chaval que los descubra ahora, esa va a ser su experiencia.

Y debemos calibrar la experiencia artística desde nuestra propia experiencia de la misma: ese es el papel del crítico. Si yo no siento una música y no puedo explicármela, no voy a poder transmitir la necesidad de escucharla.

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