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Elvis Costello al cuadrado

En Música 11 agosto, 2016

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

La autobiografía del artista británico y un ensayo sobre su figura a cargo del periodista Xavier Valiño sirven para recomponer, al mismo tiempo, las piezas del puzzle vital de uno de los mejores músicos de las última décadas.

Lo habrán escuchado en más de una ocasión: ¿Por qué a Elvis Costello, pese a su insigne reputación, rara vez se le suele asignar un hueco entre las vacas sagradas del rock? Independientemente de que en los últimos años destaque más por facturar impolutos ejercicios de estilo que por reeditar las inspiradísimas escrituras que marcaron su mejor época, una posible respuesta se puede encontrar en el rosario de sellos en los que ha militado: Stiff, Columbia, Warner, Island, Deutsche Grammophon, Lost Highway o Blue Note. Es decir, los emblemas de la new wave, el pop y el rock sin corsés, la música clásica, el country rock o el jazz.

Esa militancia, casi esquizofrénica, explica la disparidad de intereses que ha presidido la carrera de este culo inquieto, pero tal derroche de eclecticismo -que podría despistar incluso al fan más irredento- tampoco justifica por sí solo el esquivo perfil público de Declan Patrick McManus, nombre real del músico nacido en Londres en 1954. Un creador al que mucha gente -en nuestro país- apenas conoce por la versión que hizo del «She» de Charles Aznavour para la banda sonora de la película Notting Hill (Roger Michell, 1999). Así de crudo.

La respuesta, seguramente, reside en su capacidad no solo para salirse por la tangente menos previsible ante cada nueva encrucijada creativa, sino para autosabotear las expectativas ajenas con su propia conducta. Cualquiera que haya podido entrevistarle sabe que Costello es un conversador de cultura casi enciclopédica, pero también firmemente reacio a que la charla no se desvíe ni un milímetro de la hoja de ruta prevista. Un interlocutor sumamente educado, pero también muy distante. Lidiar con él en sus tiempos de angry young man, cuando apenas rebasaba la veintena, debía ser toda una experiencia de riesgo.

Tanto las páginas de Música infiel y tinta invisible (Malpaso) como las de Elvis Costello. El hombre que pudo reinar (66 RPM), destilan la particular idiosincrasia de Elvis Costello. El primero de los dos libros lo hace de su propio puño y letra, traduciendo al castellano las memorias que publicó originalmente el año pasado. El segundo es la aproximación que el periodista gallego Xavier Valiño ha redactado desde una perspectiva singular, rehuyendo inteligentemente la biografía al uso para iluminar los rincones más oscuros de su vida y obra, al tiempo que subraya los más notorios, desde una estructura que emula la de los viejos vinilos, con su cara A y su cara B. El primero expía pecados del pasado y destila vitriolo en dosis muy medidas. El segundo tiene incluso un capítulo llamado «Intentos de autosabotaje». Su salida simultánea al mercado es una oportunidad para trazar una interesante comparativa entre la visión del creador y la externa, ya que ambos volúmenes aportan perspectivas complementarias.

Elvis Costello. Música infiel. Malpaso

El Costello autobiográfico demuestra su prodigiosa memoria para el detalle a lo largo de las más de 700 páginas de su propia semblanza. Un trayecto vital que va dando abruptos saltos en el tiempo, de forma aparentemente anárquica, pero al menos nos libra con ellos del tostón en el que podría haber convertido sus memorias si se hubiera ceñido al recuento estrictamente cronológico. Sus encuentros con otros músicos (especialmente jugosos con Paul McCartney o Chet Baker, rozando los desternillante con Van Morrison o Bob Dylan), su arrepentimiento ante los vaivenes sentimentales que trajeron de cabeza a alguna de las tres parejas con las que compartió su vida antes de la irrupción de Diana Krall o la curiosa génesis de algunas de sus canciones constituyen el tuétano de algunos de los pasajes más suculentos.

Sobre todos ellos sobrevuela la sombra de su padre, Ross McManus, músico que adquirió notoriedad a partir de los años 50 como miembro fundamental de la orquesta de Joe Loss, dedicada a interpretar estándar de la época, y al fin y al cabo quien le inoculó el bendito virus de la música y parte de su filosofía vital. Con él viajó por primera vez a España, por cierto, siendo apenas un crío, para pasar unos días de verano en Tossa de Mar y pasar por el duro trance de asistir a una corrida de toros.

"Elvis Costello. El hombre que pudo reinar". Xavier Valiño

El libro de Xavier Valiño comparte, a la fuerza, parte del espíritu que alumbra las propias memorias de Costello: un tiempo en el que el formato físico realmente importaba, en el que cualquier tropezón mediático podía tener consecuencias devastadoras, un desliz dialéctico podía ser fatal y no importaba que los préstamos estilísticos fueran flagrantes (el músico siempre los ha reconocido) siempre que dieran pie a composiciones memorables. Y tanto de unos como de los otros, los tuvo a capazos.

Su volumen, excepcionalmente minucioso, se detiene no solo en el origen de sus singles de mayor éxito (“Pump It Up”, “Everyday I Write The Book”, “Veronica”), sino también en aquellas grandes canciones que no gozaron de la exposición que merecían en su tiempo (“Alison”, “Shipbuilding”, “I Want You”), en una selección -inevitablemente discutible, teniendo en cuenta lo vasto y sólido de su obra- de sus mejores álbumes, en un listado de las afinidades personales que forjó con el tiempo y en los muchos trabajos de colaboración con los que ha ido enriqueciendo su carrera en las últimas dos décadas, ya sea con The Brodsky Quartet, Anne Sofie Von Otter, Burt Bacharach, Allen Toussaint o The Roots.

Ambas lecturas, en resumen, aportan más en conjunto que la simple suma de sus partes. Y no hay mejor forma de pincelar la trayectoria de un músico tan poliédrico, casi inabarcable, que la que ambas complementan.

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