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Cultura

El mundial que no fue tal: Dan Brown en Rusia

En Con vistas al mal, Cultura 9 julio, 2018

Ángel Pontones

Ángel Pontones

PERFIL

Dan Brown es el creador y mantenedor del profesor Robert Langdon, rey de los superventas investigadores de lo arcano servido en mensajes crípticos milenarios, ocultos entre tochos que difícilmente pueden sujetarse con una mano, o resistir una carga completa de batería de Kindle.

Langdon cambió la vida de Brown, y Brown se comprometió a poner a Langdon en el candelero cada dos o tres años según exigencias editoriales, una costumbre que, como otras, ha degenerado en desgana. Brown se encuentra ahora en Moscú, y tiene tres horas por delante, antes de que la limusina pase a recogerle por el Marriot para depositarle 200 metros más adelante, en el Salón de actos Semian Budenny (antiguo Auditorio Boris Yeltsin), ante una audiencia seleccionada, pero a la vez expectante. Entretanto, puede dar un paseo por Gorki Park, pero algo le tiene distraído desde esta mañana, cuando un tipo con cara de samovar se ha deslizado nadando hacia el cubículo del Spa donde relajaba la mente, para depositarle en la mano una nota manuscrita. La combinación agua y vapor la ha emborronado toda, hasta darle la forma de un mapa que conducía directamente a la entrada de servicio del Kremlin. Brown intuye que solo tiene que traspasar la puerta de salida del hotel para encontrarse con un solícito chófer que le acerque a su nuevo destino.

Kremlin. Moscow (Rusia)

Tras un delirante y supersónico recorrido en scooter, y una exhibición de controles de seguridad destinados a epatarle, Brown es recibido sucesivamente por dos dobles del presidente Putin, los cuales mantienen opiniones dispares respecto a la idoneidad de revelar más detalles de los necesarios. De las miguitas de pan de pistas que va filtrando el Vladimir más simpático, nuestro conferenciante va deduciendo que su presencia en el Kremlin se debe a una crisis inminente que planea sobre la nación más extensa de la Tierra, justo en el momento en que se encuentra en el foco de todas las miradas como organizadora de la Copa Mundial de Fútbol.

El asunto es lo suficientemente inquietante para que gente que haya atisbado su existencia, como es el caso del guardameta español De Gea o el seleccionador argentino Sampaoli, estén muertos de miedo ante posibles represalias. La selección italiana, previa información de los servicios de inteligencia vaticanos, ha optado por no presentarse en Rusia aduciendo no haberse clasificado. La crisis ha afectado del mismo modo a la distribución táctica del equipo alemán, eliminado a las primeras de cambio, y al dibujo en el campo de otras escuadras más o menos favoritas, deformado hasta convertirse en una serie de triángulos equiláteros diseñados tanto para ocultar mensajes, como para aburrir a las ovejas.

Con una media sonrisa marca de la casa, que sirve tanto para recomendar el número adecuado de pepinillos que acompañan al vodka, como para mandar encerrar al opositor molesto en el interior de una balalaika, el falso, pero amigable, Putin apunta que los combinados africanos y árabes se han quitado de en medio suicidándose contra la vieja Europa, y que la marcha temprana de las poderosas selecciones sudamericanas, en especial la defección de Brasil, no es ninguna casualidad. La misma anfitriona, Rusia, ha puesto pies en polvorosa cuando nadie reparaba en ella. Si exceptuamos a Inglaterra, necesitada de reafirmarse tras su Brexit, o a Francia, incapaz de perderse una fiesta, nadie quiere estar el día 15 de julio en las proximidades del Luzhniki Stadion de Moscú.

Vladimir Putin

El otro Vladimir, el menos amable, habla como si pagara intereses por palabra, pero prestando atención a lo que no dice, se le entiende casi todo. Al parecer las claves del enigma se encuentran diseminadas y a la vez engarzadas entre la simbología de tattoos que portan la mayoría de los jugadores seleccionados. Brown comprende que tiene dos horas y media para descifrar una cantidad de metros cuadrados de piel que superan en extensión a la Enciclopedia Británica, así que solo le cabe confiar en el azar, obviando otros patrones más útiles como la preponderancia de los tatuajes en el brazo izquierdo y no en el derecho, y la ausencia de nombres femeninos, debido a la promiscuidad de los portadores.

El superventas sugiere entonces a uno de los Vladimir (no importa a cual) comenzar su búsqueda por la selección argentina, que de material anda bien sobrada, y esto le abre inmediato acceso a la sección VAR de rearbitraje, un dispositivo ultramoderno donde se dispone del más extenso archivo de tomas de juego, y de combinados sin alcohol.

Nuestro héroe inicia su tarea descartando nombres y centrándose en la iconografía. Se le aparecen nuevas trabas, la más importante es la obligación de los futbolistas de jugar con camisetas que ocultan gran parte de los tattoos a la vista general, salvo en los momentos de frenesí colectivo en que éstos se las quitan inconscientemente para celebrar un gol. Brown escoge pues a los que han decidido convertir su epidermis en un simulacro de Yakuza. Por poner un ejemplo, en el antebrazo del defensa Otamendi –con capacidad para incluir dos terceras partes de El código Da Vinci–, se fusionan influencias azteco-escandinavo-egipcias, separadas unas de otras por millares de millas y milenios de civilizaciones.

Nicolás Otamendi. Tatuajes

Brown vuelve a fijarse en la prolijidad de figuras geométricas escondidas tras endriagos, rosales, calaveras e incluso el número PIN de la tarjeta de crédito de George Soros, o la contraseña del Facebook de Amancio Ortega. Predominan nuevamente los triángulos. El triángulo representante de la Trinidad, y en último recurso el Ojo que todo lo ve, es decir, el VAR. O Putin. O Dios. La idea seminal de Dios, como el concepto espiral de “La Concha” (seguido habitualmente por un escueto de tu madre) ya aparecen recurrentemente en las súplicas e insultos de los tuiteros argentinos hacia su selección.

Aún sin ser un fanático de este deporte, Brown está al tanto de una serie de conceptos básicos relacionados con él. Su estructura se asemeja bastante a una jerarquía eclesiástica, y en ella no pueden faltar deidades. En este aspecto se consideran dos Dioses arquetípicos (el balón ocupa al parecer el papel de un Espíritu Santo, un Mercurio mensajero de los deseos de los dioses, o un Vishnu). La primera deidad corresponde a un tal Messi, un individuo al que estos eventos planetarios, más que galvanizar deprimen, y cuyo estudio de tattoos es decepcionante, pues estos se reducen casi a calcomanías, compendios de monotonía y tópico, en suma un quebranto a la imaginación.

El otro dios, aparentemente muy desnortado, ocupa habitualmente un palco situado a escasa distancia de sus fieles, donde se dedica a rezar (a un tercer dios, se supone) y embriagarse. Atiende por Diego Armando Maradona. Sus tattos de Ernesto Guevara, Mercedes Sosa y la Trattoria Don Vito –presunta tapadera de la camorra, ubicada en el centro de Napoles–, no son concluyentes, pero a Brown le intrigan las reflexiones que salen de su boca. El reproductor del VAR permite escucharlas repetidas veces. A velocidad normal suenan ininteligibles, pero acelerándolas plasman en una serie de expresiones como Illuminati, Astracán, Cátaros, Empoderarse y Camarlengo, que se repiten con una regularidad kantiana, al igual que la expresión Se te escapó la tortuga, bocón, que aparece no menos de 15 veces en las inconexas arengas de Maradona a su selección.

Diego Armando Maradona. Tatuajes

Brown reflexiona a su vez sobre el número. 15. A los 15 perdió su virginidad, y 15 fueron también los años que tardó en superarlo. 15 suman los paises organizadores del campeonato hasta este 2018, y 15 es el día de su conclusión. Illuminati, una palabra de la que Brown desconoce su significado, pese a que la emplea en 15 de cada 16 páginas de sus escritos. Astracán: En la margen occidental del Mar Caspio, representa la frontera sur donde Europa deja su paso a Asia. La frontera puede ser también interpretada como límite. El superventas literario echa un vistazo a su reloj y descubre que llega justito a la conferencia por la que le han contratado. Un tercer Putin le acompaña desde la sede central del VAR a la scooter con sidecar que le llevará al salón de actos.

Una vez en su destino, Dan Brown descubre que ha llegado cinco minutos tarde a la cita, y que su conferencia ha sido sustituida por una suplente. Pese a conocer el ruso justo para manejarse en un restaurante, logra entresacar palabras sueltas que le llevan a descifrar que la ponente, un remedo sin tics de Audrey Tautou, explica un proyecto diseñado 60 años atrás por el dirigente Nikita Kruschev para revolucionar el balompié, y que consistía en un estadio perfectamente triangular preparado para tres equipos compuestos de 15 jugadores, que ubicara sus porterías en su centro mismo, y que permitiera el tan soñado duelo entre USA, URSS y China, una retransmisión mundial de la victoria cooperativa del comunismo sobre la patria de Henry Ford. Una idea interesante condenada al fracaso, desde el momento en que Japón exigió la conversión del triángulo en cuadrado, lo que provocó que el dirigente soviético pasara a interesarse por el hockey sobre hielo.

Nikita Khrushchev

Brown espera al término de la conferencia para entrevistarse con la ponente, interesado como está en las implicaciones del nuevo triángulo y su relación con toda la investigación en curso, pero ella ya le indica un reservado que no es sino el pasillo hacia una trasera, donde espera una nueva scooter con el motor en marcha, conducida por un cuarto Putin. En este caso el destino es la Biblioteca Nacional Rusa, ubicada al final del gran cinturón de avenidas que culminan en la plaza Biryuzova. Por el camino, pasan por la mente de Brown toda una serie de flashes, a la misma velocidad que va dejando atrás los edificios mazacote de los barrios obreros y los residuos de palacetes tardozaristas.

Vuelve de nuevo a Otamendi y a sus estructuras en la piel, se pregunta porque no eligió algún sujeto menos plagado de símbolos, menos sospechoso y más propicio al enigma. Se echa en cara no haber consultado algunas páginas de El hombre ilustrado de Ray Bradbury, un estudio completo del tatuaje. Piensa en el número 15, en los tweets ofensivos, y en la ristra de Putins que aparecen en su camino. Busca los motivos por los cuales Brasil ha dejado de jugar bonito a cambio de rodar anuncios, y se plantea que tipo de miedos impedían a España chutar a puerta. La persistencia en los triángulos le recuerda que Moscú no deja de ser la Tercera Roma, como así fue bautizada tras la caída de la primera y de Bizancio (la segunda). Entre caídas, Brown también cae en la cuenta que hace unos días que ninguno de sus agentes ni contactos de la editorial Penguin Random contesta a sus wasaps. Macera todas las opciones, intuyendo que la solución a su caso debe ser muy evidente, por cuanto ha estado continuamente en manos del azar.

Inferno (Ron Howard, 2016)

El bibliotecario que le espera al final de los 15 escalones que le separan de la entrada al recinto no parece un doble de Tom Hanks. Es el verdadero Tom Hanks. Brown ha cimentado una buena amistad con él desde que aquel perdió una apuesta que le obligaba a interpretar continuamente en el cine a Robert Langdon.

-La gente se preocupa por ti, Dan.
-Lo entiendo, y lo agradezco.
Caminan por el interior de la biblioteca. Todos los libros han sido informatizados y los enormes estantes plagados de lomos antiguos, son únicamente trampantojos. Todo es inexorable, fútil o azaroso es el mantra que parece repetirse a lo largo de la inmensa bóveda del edificio.

La biblioteca fue reconvertida hace unos años en restorán temático, un oasis de cultura adaptado de esta manera al acceso más cómodo de gente ilustrada, sea éste el caso de los futbolistas. La sala trampantojo deja paso a un salón comedor cuyas paredes acristaladas comunican con un acuario donde menudean un infinito de especies de distintos colores y formas, acompañadas de arrecifes de coral y buzos del ejército a la busca del plutonio perdido en los motores de submarinos que nunca volvieron a ver la superficie.

Hanks se detiene para tomar una pastilla contra la acidez. Brown tiene la sensación que la ha seleccionado al tun-tun.
-Tom.
-Dime.
-Cuéntame algo de lo que está pasando y, si es posible, refréscame lo que puedas sobre la gente que se preocupa por mí. ¿Qué crees que sucederá aquí el día 15? ¿Atentado? ¿Revolución? ¿Cataclismo?
-Es muy sencillo, Dan. Lo que está pasando eres tú y por tanto esta crisis solo te concierne a ti, aunque implique a mucha más gente, especialmente desde que vas confiándolo todo al azar a la hora de diseñar tus argumentos. Especialmente desde que no respondes las llamadas de tus editores.
-¿De Random?
-No sé lo que sucederá aquí el día 15 pero hay una reunión de accionistas en París, en vistas a una ampliación de capital. Y tú eres el mayor activo y la mayor diana existente en Random.
La persistencia es nombrar a Random refresca a Brown su significado: “Azar”.
-Vuelve a los comienzos, Dan. Vuelve al equipo. Juega como sabes y no como quieres.
-Pero…
-Te estamos esperando, como esperaríamos a un Mesías o a un elegido. Tú eres ahora nuestro Alfa y Omega.
-¿Entonces el día 15?
-Termina el mundial. Un gran anuncio para Gazprom, un baño de masas para la jefatura. Ah, y la final de Wimbledon.

Unos días después, el 15 para ser exactos, nuestro superventas ya está en Londres, sin más agenda que un reciclaje para la puesta a punto. Sol y nubes. All England Club, Pista central. Palco cubierto, sorbitos lentos de bitter. Tercer set de la final de Wimbledon.

Todos los recogepelotas le recuerdan hoy a Putin.

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