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El beso de Singapur

En Sin miedo, Juan, Lifestyle 29 febrero, 2016

Juan Solbes

Juan Solbes

PERFIL

Ni azotes, ni disfraces ni magia, nuestros ancestros practicaban el pompoir o kabazza, un truco milenario practicado por amantes de renombre, famosas geishas o algunas devadasis indias.

Desde que hablamos de los orgasmos mentales me quedé con la copla de tener que compensar esa tan elevada racionalidad con algo de bajeza corporal,  privilegiando, de alguna manera,  la genitalidad. No vamos a acudir a las placenteras embestidas de gimnasio para generar orgasmos de infarto, sino que vamos a ser mucho más sutiles y minimalistas hablando de algo milenario como es el pompoir o beso de Singapur.

En esta técnica, es el entrenamiento físico de la pareja, en base a ciertos pequeños movimientos, lo que provoca orgasmos épicos en ambos participantes. Ella se sienta a horcajadas encima de él y en lugar de cabalgar o embestir, la pareja se queda inmóvil; ella utiliza su vagina para estimular el pene del hombre como si de una succión se tratara y ambos alcanzan el orgasmo con mayor intensidad que utilizando otro tipo de técnicas.

La mujer es la que marca el ritmo y la intensidad del encuentro, por lo que es absolutamente necesario que el hombre tenga una posición pasiva, ya que el movimiento tiene que ser muy sutil.

Estos movimientos, en algunas mujeres, surgen de manera natural, pero otras deben realizar ejercicios con sus músculos peri vaginales, uretrales y anales. Son de una sencillez y de una intimidad tal que se pueden practicar en cualquier lugar sin que afecte, en absoluto, a quien pueda estar cerca.

El hecho de envolver el pene en plena erección con la vagina, húmeda y dilatada, y sentir cada contracción de la vagina como si fuera una felación profunda e intensa y no poder moverse, ni un milímetro, con una profunda quietud, donde el placer es absoluto y el control ninguno, provoca orgasmos de tal intensidad y duración difíciles de olvidar.

El hecho de controlar los movimientos y contraer la vagina sobre un pene en plena erección y dureza, que no se inquieta, permite imponer un ritmo de movimiento exquisito y sutil, que emociona al corazón y se dilata en el tiempo para experimentar la grandeza y la humanidad de los mejores orgasmos que una mujer puede sentir, en su vagina, en su clítoris y en su útero. Uno a uno, consecutivos, expansivos, placenteros y excitantes, amorosos y cariñosos, tiernos e íntimos, eternos, que cuando rebosan de amor hacen explosionar al hombre desde lo más íntimo de la mujer.

Encontrar el equilibrio entre el cielo y la tierra tiene que ser muy parecido a volar en un orgasmo eterno provocado por el beso de Singapur. Un cerebro ejercitado para proporcionar el placer más exquisito y un cuerpo lleno de terminaciones nerviosas para experimentar las máximas sensaciones. ¿Se puede pedir más?

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