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El armario de mi madre: Cabecita loca

En La porte en arrière, Lifestyle 3 marzo, 2019

Fernando Ruiz Goseascoechea

Fernando Ruiz Goseascoechea

PERFIL

El mundo de la perfumería y los cosméticos en España ha sido y es muy rico, hasta el punto de que una de las empresas señeras, Puig, es prácticamente hegemónica en este campo, además de ser la séptima compañía del mundo de moda y perfumería.

Pero el panorama a mediados del siglo pasado era totalmente diferente. Desde finales del siglo XIX y hasta los años 60 del siglo pasado, no había provincia en España sin sus farmacias con rebotica, droguerías, perfumerías y laboratorios de los que no saliesen grageas, linimentos, lociones capilares, enjuagues bucales, cremas y ungüentos.

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Hace 80 años, en nuestro país, el hambre, la desnutrición, la tuberculosis y el tifus campaban a sus anchas, y los piojos, la sarna y las ladillas eran los protagonistas del día a día. Por eso existía un universo de productos volcado en los males de la época, y la salud, la higiene y la profilaxis eran mucho más urgentes e importantes que la belleza y el confort.

Esta necesidad de curar, desinfectar y limpiar a España y a los españoles es una de las causas por las que la perfumería y la cosmética moderna es, de alguna manera, hija de la botica, el mejunje, el crecepelo y el enjuague bucal.

En los años 30 del siglo XX, el noruego Erik Andreas Rotheim registró varias patentes de mecanismos que son bastante parecidos a los aerosoles de hoy en día, pero hasta la II Guerra Mundial estos artefactos no vivieron con éxito la producción en masa.

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En 1942, en el frente del Pacífico murieron más hombres por enfermedades causadas por insectos que por la propia guerra. A Lyle Goodhue, químico del departamento de Agricultura de los Estados Unidos, —que en 1935 ya pulverizó insecticidas—, se le encomendó solucionar el problema y desarrolló con éxito unos cilindros portátiles, que se conocieron como “bomba insecto”, para ser utilizadas por los soldados.

Después de la guerra, estos insecticidas se hicieron populares al venderse en tiendas de excedentes del ejército. Los fabricantes vieron oportunidad de negocio y empezaron a montar aerosoles en envases de latas de cerveza, cambiando la válvula de cobre de la bomba insecticida por una de plástico. De esta manera, nació el espray. En España empiezan a fabricarse en 1957.

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A principios de los años 60, mi padre dejó el destino en Almería, ganó unas oposiciones y nos fuimos a vivir a Barcelona, ciudad a la que llegamos en otoño de aquel año. Nos instalamos en un piso recién construido en la parte alta de la calle Aribau, en el que estuvimos viviendo hasta 1997, es decir cerca de cuarenta años. Casi toda una vida.

El cuarto de baño que teníamos era amplio y rectangular. Una gran ventana daba al lavadero que comunicaba con el patio interior. Al principio, el cuarto de baño estaba totalmente alicatado de color verde pero con el paso de los años mi madre fue suavizando los colores de este espacio hasta dejarlo en un tono crema, más discreto y relajante. Los grifos, recuerdo, eran pequeños y redondeados, a la vanguardia de la moda de los años 60.

Cuarto de baño. Años 60

Había un armario blanco empotrado que ocupaba toda una pared y llegaba hasta el techo. En la parte de arriba, se guardaban toallas dobladas y en las partes inferiores todo un mundo: en una parte los batines y albornoces, y en la otra estanterías con todas las cosas que una familia numerosa pudiese necesitar: desde medicinas y complejos vitamínicos a botellas de colonia, cepillos, geles y rollos de papel higiénico. Todo perfectamente organizado en estanterías, cajas, cajitas, bolsas y neceseres. También estaba cada cosa de cada quien en su lugar: la laca de mi madre junto a su cosas, la botella de colonia de hierbas con las mías y las maquinillas de afeitar de mi padre, con sus trastos. No había pérdida. Y es que mi madre tenía mucho oficio.

El olor de aquel armario resulta complicado de explicar porque había de todo, pero conozco un término sencillo para describirlo: olía a limpio. Mi madre, mujer de gran olfato para todo, utilizaba mucho esta definición. Olía unas toallas y exclamaba: Huelen a limpio; olía unas sábanas recién planchadas y decía: Huelen a limpio.Entraba en la habitación de un hotel y su mejor piropo era: Huele a limpio. Salía yo de la ducha por la noche, vestido con mi esquijama, me daba un beso y me susurraba: Hueles a limpio.

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En una balda alta, ancha y con mucho fondo, estaban las cosas de mi madre, donde guardaba ordenadamente todos los utensilios de cosmética de ella y de sus dos hijas mayores. El sistema de clasificación era a partir de pequeños vasos, neceseres y bandejitas con elementos minúsculos en su interior. Por ejemplo, en uno había tijeritas, corta uñas y limas, en otro lápices para los ojos, en otro había polveras, etc. El olor de esta parte era, obviamente, una mezcla de todo un poco, especialmente a polvos de talco, lavanda y rosas, con un ligero toque de laca del pelo. Vamos, olía a mi madre.

Farrah Fawcett publicitando Wella Balsam.

Farrah Fawcett publicitando Wella Balsam.

Entre los objetos de mi madre, recuerdo un frasco de champú Wella Balsam, de la histórica firma Wella, fundada en 1880 por Franz Ströher, un peluquero de Sajonia. Esta empresa pionera, en la década de 1930, desarrolló los primeros secadores de pelo con tubos móviles que permitían el movimiento de la cabeza, y la Wella Junior, una máquina de permanente portátil. Por cierto, Wella Balsam se hizo muy popular debido a una campaña publicitaria con las protagonistas de la serie Los ángeles de Charlie: Farrah Fawcett, Jaclyn Smith y Cheryl Ladd. En 2003, Wella fue adquirida por Procter & Gamble.

En una esquina guardaba los frascos de champú sin abrir, de algunas de las marcas más solicitadas en esos años: Sunsilk, lanzado por Unilever en el Reino Unido en 1954 y que llegó a España en 1959; Dop, lanzado en 1935 por L’Oréal, y Garnier, firma comprada por L’Oréal, en los años 70.

Deborah Dixon, Maud Adams y Tamara Nyman en un anuncio de champú Sunsilk.

Pero lo que destacaba realmente en altura era un esbelto bote dorado y con tapón blanco con el rostro de una mujer con una gran melena caoba al viento. Era la laca Elnett, la reina de todas las lacas. Mi madre en ese tiempo llevaba el clásico peinado bouffant y para lograrlo y mantenerlo, la participación generosa de la laca era imprescindible. Mis dos hermanas mayores, pese a que eran adolescentes, también utilizaban con asiduidad el espray para así reproducir en sus cabezas la trenza francesa de Grace Kelly o el beehive de Brigitte Bardot. Mis hermanas dominaban los secretos de la permanente, el cardado y la toga; eso sí, siempre tenían a mano el espray de laca; eran avanzadas grafiteras de sus propias cabezas.

Publicidad de laca Elnett. l'Oréal

La laca Elnett —uno de los productos estrella de L’Oréal Paris—, empezó enderezar los pelos de las señoras en el año 1957 con L’OréalNet, la primera laca con aerosol. En los años 60, las mujeres empezaron a utilizar peinados más ligeros y L’Oréal lanzó Elnett Souple y Elnett Satin, versiones más suaves que la laca original. Hoy día todavía se vende exitosamente la versión Micro-Difusión, un sistema de “microgotas aéreas”, que se lanzó a la venta en los años 70.

El grupo L’Oréal es el líder en España y en el mundo en el campo de la cosmética, un sector al que se dedican en nuestro país más de 400 empresas, el 84 por ciento de ellas pymes. La multinacional francesa, presente en 140 países, está detrás de una treintena de marcas como Lancôme, Giorgio Armani, Biotherm, Vichy, Garnier, Maybelline, Kérastase, The Body Shop

Me imagino que en otras casas españolas de la época las mujeres construían y mantenían sus peinados a raya, a base a otras lacas nacionales como Nelly, que todavía se sigue vendiendo exitosamente y se fabrica desde 1970 en Paterna (Valencia). O lacas como Elvira, de los laboratorios Vinfer SA, de Albacete, que nacen en 1980 como fabricantes de insecticidas; laca Yeyé, de gran éxito en los años 60, fabricada por Marofrán, en Zuera, un pueblo cercano a Zaragoza. O la laca Martow, ya desaparecida, envasada por Diasa en Santa Margarida i els Monjos (Barcelona).

La "ola", uno de los peinados beehive con más éxito en los sesenta.

La «ola», uno de los peinados beehive con más éxito en los sesenta.

Probablemente, uno de los primeros productos unisex aplicado en la cosmética moderna fue el fijapelo o fijador, un producto que surge en los años 20 como resultado de experimentos fallidos en la búsqueda de productos de limpieza para el cuerpo.

El mejor escaparate de cabezas varoniles aplastadas y brillantes es el cine, con Clark Gable, Humphrey Bogart, James Cagney, Cary Grant… A partir de los años 50, llegan peinados sueltos y menos brillantes, pero con el rock, el tupé se encarama hasta que los beatniks, hippies, freaks y mods mandan parar tanto acartonamiento. Pero la gomina regresa vengativa en las crestas de los skins y punks, y en los flequillos de los new romantics.

Hoy día, el gel se usa de manera esporádica en saliditas nocturnas y en días de boda o bautizo. Eso sí, el fijador tradicional continúa empotrado en algunas zonas nacionales, especialmente de Madrid, Sevilla, Jerez y Santander, donde ultras, capillitas, pijos y seudopijos de oficina continúan con la camisa nueva en la playa y ese pelo para atrás, brillante, quieto y congelado.

El padre de todos lo fijadores probablemente sea Brylcreem, una marca nacida en el Reino Unido en 1928 pero que enseguida tuvo éxito en EEUU y luego en todo el mundo, en gran medida por ser usada por los pilotos británicos en la II Guerra Mundial, militares con fama de vanguardistas y sofisticados. La empresa farmacéutica británica Beecham fue la propietaria de Brylcreem hasta que paso a manos de Sara Lee en 1992, y esta, en 2012, la traspasa al grupo Unilever.

En mi casa no éramos mucho de fijadores: mi padre no lo necesitaba porque tenía poco pelo y yo era muy de pelo largo. Ocasionalmente, utilicé un fijapelo que se llamaba Lucky, de Myrurgia. Pero a lo largo de los años 40, 50, 60, 70 y 80, en muchas casas, los varones se untaban con fijadores nacionales de diversas marcas como Neofix, del laboratorio Klaebisch; Fixol, de Gal, o Riellis, de Henry Colomer, que desde 2013 forma parte de Revlon. Y, por supuesto, el fijador de toda la vida: Varon Dandy.

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Varon Dandy, —un producto que hoy día ocupa ya un lugar en la cultura popular española—, garantizaba un agarrotamiento que no te lo acababas. Luego había que lavar bien la cabeza parea desincrustar el fijador y peinarse con un peine limpio. Varon Dandy fue creado en Barcelona por Juan Parera Casanovas en 1912. La empresa Parera fue adquirida en 1990 por Benckisser, años después pasó a formar parte de Cosméticos Astor y actualmente forma parte de Coty Spain, el imperio que empezó su andadura en 1904, de la mano de su fundador, el perfumista corso Francois-Marie-Joseph Sportuno, conocido como François Coty.

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