Un buen descanso puede hacer que veamos la realidad de manera muy distinta a cuando estamos en pleno esfuerzo y dedicación. Seguro que nos hace disfrutar más de aquello que nos apasiona.
He estado con una amiga que se levanta a las 6.30 de la mañana para hacer la colada, arreglar a los dos niños, asear la casa, llevar a uno de los niños a casa de su madre y acudir a su trabajo para atender su negocio, que está abierto en horario comercial. A medio día va a comer a casa de su madre para ver un rato a su hija y volver al trabajo, para acto seguido ir a recoger al niño al cole y, a ser posible, pasar la tarde con sus hijos ayudándolos a hacer los deberes o atendiéndolos en sus juegos. Si no es posible, contrata a una persona que pueda estar con ellos hasta que ella puede llegar a casa.
Cuando estoy con mi amiga su teléfono suena del orden de, una vez cada 3 o 4 minutos, y todos los temas de los que habla son importantes.
Es evidente que cada uno de nosotros somos la estrella de nuestro maravilloso espectáculo. A veces, brillamos como una estrella y vamos irradiando a nuestro alrededor nuestra propia luz, mientras que en otras ocasiones apenas podemos parpadear. Estoy de acuerdo que trabajar duro y de manera intensiva es el secreto para brillar con fuerza, pero quizá eso no sea todo.
Estoy hablando de la importancia del descanso, de un espacio donde permitir a nuestro cuerpo, a nuestra mente y también a nuestro espíritu descansar y recargarse. Quizá nos asuste crear ese espacio donde no hay que hacer nada, quizá nos sintamos culpables por no estar haciendo, quizá no sintamos que somos la misma estrella que cuando el teléfono suena cien veces o no tenemos cuatro reuniones seguidas y veinte temas que resolver.
Cuando nos damos la oportunidad de relajarnos, de descansar, abrimos las ventanas a la vida y le posibilitamos que ilumine partes de nuestra existencia que tenemos en el olvido. Disfrutar del silencio y tener la oportunidad de dejar de hablar por un tiempo importante, dejar un espacio para pensar en mí, en aquello que merezco y necesito, saborear los sentimientos que tengo cuando me relajo y pienso en las cosas que me emocionan, alejarme del mundo exterior el suficiente tiempo para volver a ponernos en contacto con nuestro yo.
Hacer esto es un gran acto de amor hacia nosotros mismos y hacia el mundo en general. Cuando alguien está descansado, relajado y ha tenido la oportunidad de estar consigo mismo, es mucho más capaz de realizar su trabajo con eficacia y eficiencia, de resolver los problemas y de tener un tono distinto al contestar el teléfono. Además, damos la oportunidad a que las cosas puedan hacerse sin tener que involucrarnos siempre y en todo momento.
Os deseo un feliz descanso.
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