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Cuatro décadas de deseo: «Desire» y el respeto de la supervivencia

En Música 21 enero, 2016

Jorge Salas

Jorge Salas

PERFIL

El decimoséptimo disco de Bob Dylan cumple 40 años sin perder un ápice del desenvuelto atractivo con el que vio la luz en 1976.

Claro que soy respetable, soy viejo, replicaba John Huston a Jack Nicholson en una escena de Chinatown de Roman Polanski,  a los políticos, los edificios feos y las putas se les respeta si duran lo suficiente. Algo parecido pasa con los discos: se los respeta y, sobre todo, se los valora, si consiguen sobrevivir más allá de la era a la que pertenecen. Por eso quizá Desire, ese disco con Bob Dylan en la portada disfrazado como el patriarca del campamento gitano de Snatch, resiste hoy los 40 años de su lanzamiento como el púgil de «Hurricane», a pesar de que la crítica siempre tienda a aupar otros trabajos en apariencia más trascendentes.

Sin embargo, hay ciertos aspectos que hacen que Desire, más allá de ser el último número 1 americano de Dylan en 30 años (hasta Modern Times), sea un disco muy especial en la carrera del músico de Duluth. El decimoséptimo LP de Dylan es ciertamente el más abierto de todos los que se le conocen, tanto en el desarrollo de su grabación como en el embrionario proceso de gestación previa. Sólo es necesario un vistazo a los créditos del disco para descubrir ciertos hitos que en Desire son únicos.

En los reconocimientos, la presencia de Jacques Levy, un antiguo psicólogo y director en Broadway que Dylan conoció una noche de junio de 1975 en el Other End de Greenwich Village, está lejos de ser baladí. Levy es con total probabilidad el compositor que más cuerpo a cuerpo ha trabajado con Dylan: de ahí que en los créditos de Desire recibiera el honor de compartir autoría, mano a mano con el músico, en siete de las nueve canciones del disco. Sólo «One more cup of coffee», compuesta antes por Dylan en la época francesa de David Oppenheim, y la personal confesión de «Sara», escapaban a la coautoría Bob Dylan-Jacques Levy. El papel de Levy, tanto en Desire como en el resto de la carrera de Dylan, es fundamental; como dice el crítico Andy Fyfe, Levy volvió a enseñarle a escribir en cinemascope.

También el proceso de grabación del disco se erige como algo único en la discografía de Dylan; Desire fue uno de los discos más corales y colectivos que llegó a publicar. La grabación en Nueva York parecía, en realidad, el coqueteo inicial de la imperial Rolling Thunder Revue inmediatamente posterior: Dylaninvitaba a músicos y, a su vez, les animaba a invitar a sus músicos favoritos. Al final, la alineación oficial se cerró con 9 músicos entre los que no estaba Eric Clapton(abandonó la sesión rápidamente) y sí una joven que Dylan reclutó en plena calle, tras tratar de convencerla de que su nombre era Danny y era de Hungría: el violín de Scarlet Rivera sería, a la postre, uno de los elementos icónicos de Desire.

Y al final, unas canciones que siempre han guardado cierto status (auto)biográfico.La gente en mis canciones son todos yo, dijo Dylan una vez. Sin embargo, el espíritu de la contradicción también es todo él, y en «Chronicles» lo volvía a enmarañar todo: a veces dices cosas en canciones aunque sepas que hay una opción pequeña de que sean verdad; y a veces dices cosas que no tienen nada que ver con la verdad que quieres decir y, a veces, dices cosas que todo el mundo sabe que son ciertas; entonces, otra vez, al mismo tiempo piensas que la única verdad sobre la tierra es que no hay nada cierto. Por lo tanto, en «Isis» y «Sara» (siempre con Sara Lownds, su mujer, en el horizonte), e incluso en «Hurricane» (difícilmente Huracán Carter podría haber sido campeón del mundo perdiendo 6 de 14 combates, incluido el del título con Joey Giardello), hay que aplicar el filtro Dylan: todo es cierto y nada lo es.

Nada escapa al deliberado halo de misterio de Desire, que empieza en el texto de Allen Ginsberg bajo el título de «Songs of redemption», sigue con el enigmático collage de Carl Barile y Ruth Bernal, continúa con el extraño dato sobre el productor del disco (este disco podría haber sido producido por Don DeVito) y termina en canciones de dimensiones polisémicamente bíblicas como la brillante «Isis». Ese, uno de los momentos más lúcidos de la prosa de Dylan que podría dar a la luz un antiwestern de George Roy Hill, comparte espacio con la actualización pop de la canción protesta («Hurricane»), la falsa redención de «Sara», la narrativa saltarina de «Black diamond bay» o la intensidad dramática de «One more cup of coffee» y «Oh, sister». «Joey», el inconmensurable (11 minutos) tributo al gánster Joey Gallo, la balada fronteriza de «Romance in Durango» (con Dylan chapurreando el castellano) y la ligera «Mozambique» completan un disco único en la discografía del músico. Uno más.

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