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Cine y Series

«Bienvenida a Montparnasse»: Una mujer bajo la influencia

En Entrevistas, Cine y Series 8 noviembre, 2018

Philipp Engel

Philipp Engel

PERFIL

La batalla de Solferino, de Justine Triet, fue una película importante para el cine independiente francés. La película, disponible en Filmin, conjugaba lo público con lo privado al compaginar un drama de pareja con la victoria de los socialistas, cuya sede está en la calle Solferino de París. Él era un muy inestable Vincent Macaigne, que sólo quería que su ex le dejara ver a sus hijos, y ella era Laetitia Dosch, reportera encargada de cubrir las presidenciales. Las esperanzas depositadas en François Hollande se revelaron vanas, y Triet tampoco nos convenció con su segundo largo, Los casos de Victoria (2016), que sin embargo fue un taquillazo en Francia, donde se percibió como una rom-com renovadora, al estilo de Lolo (Julie Delpy, 2015). Nada del otro mundo.

Laetitia Dosch vuelve a la carga, a las órdenes de otra realizadora debutante, Léonor Serraille, y con otra película insobornable. Pero incorporando el rol de una treintañera un tanto desequilibrada que puede recordar al neurótico Macaigne de Solferino. Paula, que así se llama su personaje, acaba de romper con su novio, un famoso fotógrafo, para el que durante años ha ejercido de musa en México, y se encuentra perdida en la noche parisina, al borde de la histeria, sola con su gato angora en los brazos. No tiene amigos, ni estudios, y hace tiempo que rompió con su familia. Tendrá que apañárselas sola. Así arranca esta odisea cassavetiana por un París menos sórdido de lo que cabría esperar. Hablamos con la directora, Léonor Serraille, sobre Bienvenida a Montparnasse, una película pequeña y nerviosa que ganó la Cámara de Oro a la Mejor Ópera Prima en Cannes.

Bienvenida a Montparnasse (Léonor Serraille, 2017).

La película me hizo pensar en Cassavetes. No sólo por el personaje de Gena Rowlands en Una mujer bajo la influencia (1974), sino también por el jazz de sus primeras películas.

Sí, está claro que Cassavetes es un director que cuenta mucho para mí. Uno de los pocos cuyas películas he visto muchas veces. Me gusta el cine en el que no se nota que están actuando, que parezca que están viviendo lo que ocurre en la pantalla. En cuanto al jazz, tampoco soy una experta, pero escribí la película escuchando obsesivamente Las Vegas Tango, de Gil Evans, un tema que suena en la película. Dura 6.30 minutos, y me daba la impresión que toda la historia de Paula estaba concentrada en los movimientos de esta pieza musical. Intenté meterlo entero, pero no cuadraba. Una pena.

Me refería a que la película tiene un montaje muy sincopado, repleto de cortes y elipsis, cosa que me encanta, porque me chiflan las elipsis.

Sí, es verdad que la película es muy jazz en cuanto a cortes y rupturas de ritmo. Algunas escenas son muy, muy cortas, otras más largas. Hay muchos contrastes, para que el personaje siempre sorprenda. Y como es una película itinerante, puede dar la impresión de que todo el rato van apareciendo cosas muy diferentes.

¿De dónde sale esta chica que, de repente, se encuentra sola y abandonada en la calle, como una musa extraviada?

Es una musa extraviada. De hecho, ese tema estaba mucho más presente en el guion. Me pregunté qué pasa con las musas de los artistas cuando estos las desechan. Por otro lado, la película empieza con una ruptura amorosa, porque es un tema que siempre me ha parecido muy banalizado en el cine. En plan, me han dejado y estoy triste. Para mí, es un estado muy interesante, porque todo está por reconstruirse, y yo quería contar la historia de alguien que, poco a poco, se libra de un peso. El título original de la película es Jeune femme, por esa necesidad que tienen los jóvenes de encontrarse a sí mismos, y para encontrarse, hay que vivir duelos. Paula ha estado viviendo como un mero accesorio toda su vida, como una mantenida, y ahora le toca desandarlo todo.

Suena un tanto reivindicativo. ¿Cómo ves el movimiento MeToo?

En Francia hemos tenido la campaña #BalanceTonPorc, con la que no acabo de sintonizar del todo. Está muy bien que las mujeres hablen, que alcen la voz, y que todo esto se vuelva público, pero no en modo linchamiento. Cuando se cruzan las líneas rojas, hay que ir a los tribunales. Y es un poco duro lo que digo, pero hay muchas mujeres que han dicho «no», tirando incluso al traste sus carreras. Hay mujeres que se defienden, y dicen «no». En la película, intentan abusar de Paula en dos ocasiones, pero en las dos ella se defiende y logra zafarse.

Bienvenida a Montparnasse (Léonor Serraille, 2017).

Paula es fuerte, pero también está un poco perturbada. 

Es una mujer en crisis. Y cuando una mujer, o un hombre, está en crisis, puede perder los papeles. Pero si es una mujer la que se da de cabezazos contra la pared o una puerta, enseguida decimos que está loca, que es una histérica, que es una perturbada. En realidad, está más bien enfadada, y atravesada por el dolor. Por otro lado, ella puede parecer un poco loquita, porque es muy extrovertida. Dice todo lo que piensa, habla con quien sea. Quería que fuese de esta manera, porque soy lo contrario, y Paula dice muchas cosas que a mí se me quedaron dentro.

¿Has metido mucho de ti en el personaje?

Algunas cosas. Todos esos pequeños trabajos que hace ella para sobrevivir los hice yo también. Era algo que echaba de menos en el cine, ese mundo laboral un poco precario.

Me gusta porque es un París muy realista, alejado del que vemos en la comedia burguesa o en el drama social más tremendista.

Sí, está ahí en medio. Es el París que quería retratar, que no se ve mucho en el cine. Quería mostrar toda esa gente que trabaja en galerías comerciales, en restaurantes… Gente que no aparece en las películas, sino es a través de un prisma muy deprimente. Yo quería mostrarlos con algo más de luz, y con humor, sin caer en la caricatura. Es el París que viví yo misma, durante una década. Un París que ahora, para mí, está muy lejos, porque vivo en Lille.

También pasaste un año en Barcelona…

Sí, para estudiar en la UPF, que es una muy buena universidad. Pero daban las clases en catalán, y no entendía gran cosa, estaba un poco perdida. Fui a clase durante cuatro meses, el resto lo pasé en los cafés, por la Plaza del Tripi, escribiendo y haciendo fotos de la gente.

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