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Aquellos dulces años #1 Helados

En La porte en arrière, Lifestyle 6 junio, 2016

Fernando Ruiz Goseascoechea

Fernando Ruiz Goseascoechea

PERFIL

El despertar de mis papilas gustativas prende en una playa de Marruecos, a donde mi padre había sido destinado. Mi primer conjunto de olor y sabor grabado en el cerebro es el de los pegajosos y adictivos ganchitos de queso cheddar, conocidos como Cheez Doodle, que en algunos sitios se les denomina gusanitos. Nosotros los llamábamos Corn Curls, que es como debía venir etiquetado en los botes de King Kone Corporation (hoy Old London Food), la empresa del inventor de los ganchitos, Morrie Yohai, un emigrante judío de origen turco establecido en el Bronx.

Morrie Yohai, el inventor de los ganchitos

Mientras yo degustaba Corn Curls y sorbía chupitos de Coca Cola, (aperitivo hoy día nutricionalmente impensable en un niño), los niños compraban en los puestos callejeros de la península cartuchitos de papel de periódico con pipas de girasol, altramuces, algarrobas, chufas y garbanzos tostados. También regaliz de palo, litines (gaseosa en polvo) y bolas de chicle de manufactura desconocida, que se vendían a granel.

Patatas fritas de churrería

Viviendo en Andalucía, años después, tuve tres apariciones comestibles  que me dejaron huella indeleble: los churros, las patatas fritas y los helados. En la churrería solo vendían churros y unas patatas fritas grandes y deliciosas que se ofrecían en unas llamativas bolsitas enceradas y de colores. Allí dirigía la orquesta el maestro churrero que manejaba con destreza sus palos de rueda, de avellano, y hacía peligrosos juegos de muñeca  sobre el aceite hirviendo cada vez que sacaba la rosca  de churro de la sartén y la ponía a escurrir.

Churrería tradicional

El hielo, los helados y los polos eran herramientas imprescindibles para que los chavales hiciesen  frente al tórrido verano de Almería. El polo lo inventó en 1905 un niño californiano de 11 años, Frank Epperson, que dejó toda una noche a la intemperie en el porche de su casa de Oakland, una bebida a base de polvos de soda y agua, con el palo agitador dentro. Las bajas temperaturas del invierno en la bahía de San Francisco congelaron la mezcla y al día siguiente descubrió que su experimento estaba delicioso.

Popsicle advertising vintage

Con sabores de anís, menta, naranja y limón, todos ellos efímeros y volátiles, hasta el punto de que si le pegabas un par de chupadas fuertes, el polo se quedaba sin color ni sabor. Pero un día apareció en escena el auténtico polo, con su envoltorio de papeles llamativos, el palo consistente, de textura distinta y con precio más elevado. En Andalucía les llamaban coloquialmente pochicles. Eran polos en forma de cohete y muy cómodos, para poder engullir un buen trozo sin peligro de derrumbe.

Aquellos pochicles los comercializaba Frigo, una empresa familiar levantada por hermanos Juan y José Rimblas, indianos procedentes de Cuba, afincados desde 1927 en Barcelona. Con el tiempo averigüé que aquellos megapolos eran, en realidad, la versión española de los Popsicles estadounidenses que inventó Epperson en California; era una empresa en aquellos años en manos de Unilever, la misma multinacional que, años después, se hizo con Frigo.

Popsicle advertising vintage

Frigo comercializaba a principios de los sesenta productos que forman parte de la leyenda estival de los niños españoles, desde el Bombón esquimal al Negrito, pasando por la Tarta Jamaica y la Tarta Lady. El resto es pura historia viva de generaciones enteras: PhantonCoco Choco y Frigolín. En los años 70 los inmortales Drácula, Pop Eye, Capitán Cola y Frigo Dedo. En los 80, ya en manos de Unilever, se suman a la lista el Frigo Pie, Calippo, Frigurón, de sabor a piña a pesar de su color azul, e incompresiblemente desaparecido de los catálogos actuales,  Twister y la “cara”  Copa Brasil, tantas veces imitada en las casas. En los 90 aparece Magnum, el primer polo pensado para el postre y el chupeteo del público adulto.

Helados la Jijonenca vintage

Pero además de la onda expansiva de Frigo, que llegó a todos los rincones de España, los niños también acudíamos a las heladerías artesanales que había en muchas ciudades y pueblos, varias de ellas ya centenarias. Al principio, contaban con mantequeras manuales donde se batía la nata hasta que se convertía en manteca. De ahí se fabricaban los delicados helados mantecados, que no están hechos con agua sino a partir de la leche mezclada con yemas de huevo, azúcar, canela y corteza de limón.

Fábricas de helados  y heladerías famosas que han sobrevivido el paso de los años quedan muchas. Helados la Polar, de Cantabria, pioneros, de las cremas heladas en España, creada en 1888;  Los Alpes, de Madrid, creada en 1950; La Jijonenca, en Jijona; Heladería Linares, en Valencia; Nossi-Be, en Bilbao desde 1911; que debe su nombre a una isla de Madagascar, desde la que importan las ramas de vainilla bourbon y el cacao, o La Valenciana, abierta por Arturo Alcaraz e Isabel Miquel Espí de Jijona, en Sevilla, en el año 1943.

Helados La Ibense vintage

En Barcelona, sigue abierta  El Tío Che, desde 1912; La Italiana, en La Coruña, inaugurada en 1950 por Giovanni de Cesero; Tortosa, en Zaragoza, abierta por Teodoro Tortosa en 1934; La Flor Valenciana, en Ávila, abierta desde 1927; Di Breda, inaugurada en 1940 en Vitoria, por el italiano Antonio Breda Tonussi; La Ibense, fundada en 1850 por un grupo de ibenses que finalmente recalan en Salou (Tarragona).

Mi heladería de Barcelona de toda la vida -donde pasé sentado muchas tardes con mi madre, tomando helados y bebiendo horchatas-,  era  La Valenciana, abierta por la familia Cortés, de Jijona, en 1910. Todavía sigue flamante con sus mesitas  en la acera, en la esquina de Aribau con Gran Vía.

Y  mencionando a La Valenciana, recuerdo que cuando tenía cerca de siete años, mis padres se mudaron de Almería a Barcelona a final de un verano, así que pasé del carrito de helados, forrado de corcho y repleto de hielo sintético, a un inmenso planeta de comestibles de todo color, forma y textura. El placer goloso y las caries dentales al alcance de la mano, amigos.

Helados La Ibense vintage

El verano era un periodo muy largo en Barcelona y que, en el universo infantil, empezaba prácticamente a finales de abril. En el pueblo de veraneo, en la playa, se abría el mundo de los helados de corte (mi preferido era el de vainilla y chocolate), de cucurucho (ahora se llama cono), italianos de grifo, etc. Y las cartas de polos y helados de Frigo y Camay (luego Camy, de Nestlé), Alacant, Avidesa, La Menorquina

Actualmente  solo quedan tres marcas industriales en España: Frigo, Nestlé y Kalise. Las dos primeras son multinacionales y la tercera es una empresa nacional, resultado de la absorción por parte del grupo canario Kalise de la tradicional empresa heladera La Menorquina. Nestlé adquirió Camy, Miko y Avidesa.

Frigo helados vintage

Había otra marca, Royne, que desapareció con el hundimiento del grupo Nueva Rumasa y fue adquirida en 2013 por Crestas La Galatea, propietaria también de Helados Somosierra, de presencia en la comunidad de Madrid desde 1939. Otra empresa regional pujante es Helados Casty, de Talavera de la Reina, y de especial influencia en Madrid.

Una variedad, barata y sabrosa eran también los polos flas, sustancia líquida envasada que había que congelar o enfriar para luego consumirla. Una suerte de pre Calippos rurales. La estrella eran las Flaggolosinas, fabricadas por Industrias Flag de Golosinas, de Lora del Río, y que cerró por los años 80.

Flaggolosina

Hoy en día, una de las empresa más pujantes es Kelia, fundada en Sevilla hace ya más de 50 años, que comercializa Palotes, Cheiw, Pector, Damel, Casamayor, Mazapanes Rucoco, Meivel, Turrón de Viena y un largo etcétera.

Otra empresa emblemática es Industras Burmar, de Talarrubias (Badajoz) que abrió en 1973 y que, en 1980, lanzó el Burmar-Flax y comenzó la fabricación de caramelos de gelatina. Hoy día comercializan también las Cantimploras Zumrok, Supeflah, Rocko, y las históricas Flaggolosinas.

Regnbagsmeter

Antes de que llegase a España el sweet boom, que aterrizasen tiendas de golosinas delicatessen y probásemos el universo escandinavo del Regnbagsmeter (lengua con pica pica) y los Punschpraliner (bombones con ponche) ya había vida inteligente en el planeta de las chucherías ibéricas. Solo hay que hacer un poco de memoria…

(Continuará)

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