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30 años del disco que cambió la historia del hip hop

En Música 20 febrero, 2019

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

Si Public Enemy fueron el punk del hip hop, De La Soul fueron la new wave. Hay incluso quienes dicen que su álbum de debut, 3 Feet High and Rising (Tommy Boy, 1989), fue el Sargent Pepper’s del género, su majestuosa y colorista entrada a los noventa. El caso es que en apenas unos días, el próximo 3 de marzo, se cumplirán treinta años de su jubilosa irrupción. Fue una especie de milagro hecho disco, esencial para entender muchas de las cosas que luego gestaron Arrested Development, PM Dawn, 3rd Bass, Us3, The Roots, Common, The Pharcyde y hasta su ilustrísima Kendrick Lamar, cuya visión vorazmente panteísta de la música negra también es hija de De La Soul.

Posiblemente el mejor debut en la historia del género, aquel fascinante disco fue fruto del trabajo de tres jovencitos que se habían conocido en el instituto de Amityville, cerca de Nueva York. Sus nombres de guerra ya indicaban que lo suyo era distinto: Kevin Mercer se hacía llamar Posdnuos (Sop Sound escrito al revés), David Jude Jolicouer se hacía llamar Trugoy (Yogurt al revés) The Dove y Vincent Mason respondía por Mase (acrónimo de Making a Soul Effort). Más raros que un perro verde, vaya. Su propia estampa de inadaptados, de ser algo así como los marginados de la clase, con su punto nerd, la proyectaban ya desde videoclips como el de «Me, Myself & I».

Así lucían. Rodeados de raperos amenazantes, de esos que se colgaban grandes cadenas de oro. A De La Soul no les gustaban nada ni los llamativos abalorios, ni la ropa deportiva ni las chupas de cuero que eran imagen de marca de bandas tan consolidadas como Run-DMC. Tampoco comulgaban con la agria denuncia racial de Public Enemy. Ni mucho menos con el incipiente gangsta rap que alentaban Ice T o N.W.A. Vivían sin pretensiones, en las antípodas del derroche bling bling por el que luego discurriría gran parte del mundo hip hop.

Pese a ello, figuras del prestigio de Darryl McDaniels (Run-DMC), Big Daddy Kane, Red Alert, KRS-One —dentro del hip hop— y rockeros como Vernon Reid (Living Colour) ya flipaban con ellos en 1989. En colores, y nunca mejor dicho. Este video lo muestra.

En realidad, De La Soul no solamente lograron ensanchar los lindes del género, también consiguieron que muchísima gente que hasta entonces no se había interesado por el hip hop comenzara a hacerlo. La culpa la tuvieron, primordialmente, las colecciones de discos de sus padres, que fueron las que aromatizaron su debut: en ellas cabía el calypso, el r’n’b, el jazz, el reggae o el soul.

Se customizaron un título a lo Johnny Cash y dispusieron todo ello en torno a 24 fascinantes cortes, con la ayuda inestimable del cuarto hombre, el productor Price Paul, quien volcó en ellos todas las ideas que su rol de miembro más joven e inexperto de Stetsasonic le impedían llevar a cabo. Él fue también quien les procuró el contacto con la discográfica Tommy Boy, que apostó por ellos sin fisuras.

hip hop

Escuchar 3 Feet High and Rising con oídos de 2019 no es una experiencia —ni mucho menos— chirriante, pese a lo muchísimo que ha avanzado cualquiera de los estilos que se valen del rap. Salvo por sus numerosos efectos de scratching, que son lo único que nos puede sonar algo más que superado por el tiempo.

Su condición de disco fragmentario, caleidoscópico e inagotable le viene dada por su abundantísimo uso del sampler, técnica entonces al alza pero aún lejos de una sistemática regulación legal: Johnny Cash, The Mad Lads, Public Enemy, Hall & Oates y hasta The Turtles (los únicos que les demandaron) vieron cómo pequeños fragmentos de sus propias canciones eran parcheados para crear algo nuevo.

Ni robo ni apropiación cultural. Lo suyo era simplemente un arte que una década más tarde sería sublimado por tipos como los Avalanches. Entre sus préstamos más notorios, este que tomaron del «Peg» de Steely Dan para hacer la maravillosa «Eye Know».

Secuenciaron aquel álbum como si se tratase de un concurso televisivo, con delirantes interludios de apenas unos segundos, en los que sus tres miembros contestaban a preguntas que rozaban lo surrealista. Y aunque se hartaron de negar que alguna vez hubieran sido hippies, era difícil no subrayarles con el sambenito: las flores y los símbolos de la paz estaban siempre ahí, en sus portadas, en sus fotos y en sus videoclips.

De La Soul se limitaban a decir que lo de la Daisy Age que pregonaban (la era de la margarita) no era más que un acrónimo de la expresión Da Inner Sound Ya’ll. Que tampoco tenían nada que ver con la psicodelia.

Pero era difícil no ver en ellos (al igual que ocurriría con A Tribe Called Quest, Digable Planets o los Jungle Brothers, todos en su órbita) el envés musical de unos tiempos regidos por cierto optimismo, con la guerra fría finiquitada por la caída del Muro de Berlín, una economía aún lejos de la crisis del 93 y la perspectiva de unos noventa que se presentaban como un arma cargada de futuro.

Y con el reflejo de todo ello que, en el mundo de la música pop, se cifraba en el auge del neohippismo, de la cultura rave al otro lado del charco —con el MDMA haciendo furor— y la nueva lisergia baggy emitiendo señales desde Manchester. Aunque ellos se rebelaron contra una droga mucho menos recreativa – en esta «Say No Go» – como era la cocaína, que tan malos estragos causó antes en su entorno.

No pierdan el tiempo en buscar 3 Feet High and Rising en streaming, porque no está. Los más de setenta samplers incluidos fueron adquiridos con vistas a su explotación en vinilo y en cassette. Pero no pudieron predecir, lógicamente, el advenimiento de la cultura digital. Se puede encontrar en cedé a un precio razonable, pero el vinilo se cotiza a unos 200 euros en internet.

Estas son pruebas de que aquello fue fruto irrepetible de un momento único, sujeto a unas condiciones que estaban condenadas a no reeditarse: inspiración, estado de gracia, frescor debutante y una industria muy lejos aún de su traumática transformación. Hasta su portada fue diseñada para lucir en un disco de 33 revoluciones, evocando su giro sobre el plato. 

Ni siquiera ellos mismos pudieron llegar a igualarlo. Su siguiente álbum, De La Soul Is Dead (1991), alardeaba (con una maceta volcada, desparramando flores marchitas sobre la portada) de haber matado su propia fórmula. De haberla liberado de sus propios estereotipos. Han seguido entregando álbumes notables. El último, hace tan solo cuatro años, contaba con un rutilante elenco de colaboradores: David Byrne, Jill Scott, Snoop Dogg, Pete Rock, Usher, Damon Albarn, Little Dragon y Justin Hawkins daban buena cuenta del respeto casi reverencial que se han ganado. 

Pero nada les hará brillar de nuevo con la rompedora rotundidad de aquel disco, que cambió —en gran medida– las reglas del juego hace treinta años.

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